Fue lo que se conoce como un regalo envenenado.

"Eres la editora de asuntos europeos", dijeron los jefes de la BBC. "Dinos qué podemos esperar en 2018".

Pero la verdad es que si algo hemos aprendido los analistas de la política europea en los últimos años es a cubrirnos las espaldas y tratar de evitar las predicciones.

Después de todo, ¿quién podía haber anticipado hace un año el fenómeno Macron, su llegada la presidencia de Francia y su dominio sobre el parlamento galo?

¿Y quién predijo en diciembre pasado las dolorosas contorciones que actualmente afectan a la política alemana o la explosión de las pretensiones independentistas de Cataluña?

Lo que sí sabíamos era que el Brexit iba a dominar la agenda de la Unión Europea (UE), como lo volverá a hacer en 2018.

De hecho, nos reímos mucho cuando el presidente de la Comisión Europea, Jean-Claude Juncker, aseguró que en los corredores de la UE solamente se iban a dedicar 15 minutos por semana al tema del Brexit.

El futuro de Europa, insistió entonces, era mucho más importante.

La normalización del euroescepticismo

En 2017, el futuro de la UE ciertamente parecía mucho más brillante. Unidos en torno al Brexit, unos Estados miembros bastante acostumbrados a pelearse entre sí terminaron poniéndose obedientemente en línea con el jefe negociador, Michel Barnier.

La eurozona fue para arriba y la migración ilegal para abajo.

Y los políticos populistas de derecha, euroescépticos y antisistema no lograron la victoria en las elecciones de Holanda, Francia, Austria y Alemania.

Vista de más cerca, sin embargo, la realidad no fue tan brillante para la UE en 2017.

Puede que no lograran imponerse, pero los euroescépticos populistas tuvieron un gran desempeño en numerosas elecciones, la más reciente de ellas en la República Checa, donde se celebró un encuentro de partidos de extrema derecha en diciembre.

Y el discurso populista se infiltró en el lenguaje de numerosos partidos tradicionales, como parte de sus esfuerzos por recuperar, mantener o aumentar su popularidad.

Basta con escuchar al primer ministro holandés, Mark Rutte, para hacerse una idea. O fijarse en el nuevo gobierno en Viena.

Los mensajes contra los migrantes y el Islam político, así como las posturas euroescépticas, ya no sorprenden a nadie en Europa.

De hecho, estos temas parecen conseguir votantes en Italia, que se prepara para celebrar elecciones en la primavera de 2018.

La reina y el emperador

Tal vez por eso, una vez que Emmanuel Macron se convirtió en presidente de Francia, en abril pasado, Bruselas empezó a soñar con un nuevo y poderoso motor franco-alemán que fortalezca y ayude a garantizar la estabilidad de la UE.

Y eso es algo que voy a seguir con mucha atención en 2018.

Ciertamente MyM -es decir, Merkel y Macron - quieren trabajar juntos.

Él la necesita a ella para ser tomado todavía más en serio y conseguir la aprobación de sus ambiciosas reformas para la eurozona, mientras que ella lo necesita a él para revitalizar su imagen, en plena caída de popularidad.

La mayoría de los alemanes considera que hoy por hoy su principal aliado es Francia y no EE.UU., y han sido conquistados por Monsieur Macron (si bien tienen algunas dudas sobre sus planes para el euro).

Pero en 2018 me gustaría ver si Macron -al que algunos han bautizado como "el emperador"- está a la altura de las expectativas que ha generado tanto en casa como en el exterior.

¿O será este un nuevo caso -un poco como Barack Obama, que recibió el Nobel de la Paz antes de haber logrado nada- de poner la carreta delante de los bueyes?

La mejor amiga de Macron en la UE, por su parte, no parece estar en las mejores condiciones para ser parte de ningún motor.

Antiguamente conocida como "la reina de Europa", Merkel va a tener que pasar los primeros meses de 2018 tratando de formar un nuevo gobierno.

Y eso inevitablemente va a tener un impacto en toda la UE.

Una Alemania más débil

Como líder del país más grande y rico del bloque, Merkel logró hacer que la UE tuviera una actitud vigilante respecto a Rusia, prudente frente a Trump y activa en los esfuerzos por tratar de contener a Irán.

Convencida de que la unidad europea es lo mejor para Alemania, a la canciller le gusta tener la mirada en el gran esquema de las cosas y el dedo en el botón de control de la UE.

Y su menguante influencia, junto al enorme vacío que dejará la salida de Reino Unido, ha llevado a que otros Estados miembros empiecen a pelear por un mejor lugar.

Eso significa que, en 2018, estaremos viendo en primera fila una pugna de poderes en Europa.

Suecia, Dinamarca y Holanda -así como los países del centro y este de Europa- quieren evitar la victoria de lo que ven como la posición federalista y proteccionista de Francia.

En lugar de más presencia de Bruselas en sus vidas, quieren menos. Y la idea de una Alemania más débil tampoco los molesta demasiado.

La hora de la verdad del Brexit

En otras palabras, la cacareada unidad de la Unión Europea, de la que tanto se ha presumido en las negociaciones del Brexit, no es tal y como la pintan.

Se habló mucho de ella en 2017. Pero para entonces los países de la UE tenían un objetivo común: conseguir que Reino Unido aceptara pagar lo máximo posible de sus "compromisos financieros" antes de su salida del bloque.

Mientras que en 2018 se pasa a la segunda fase de las negociaciones del Brexit: la futura relación.

Respecto a ello, las 27 naciones de la UE difieren en cuanto a lo que están dispuestas a ofrecerle a Reino Unido: un acuerdo a la medida o no, y más o menos flexibilidad en la aplicación de las reglas.

Les dejo con un par de spoilers para el nuevo año...

Si pensaban que el tema de la frontera irlandesa había quedado resuelto en la primera etapa de las negociaciones, justo a tiempo para Navidad, o si creen que un acuerdo comercial entre Reino Unido y la UE va a ser firmado antes de que acabe el otoño (como prometieron algunos ministros británicos, pero imposible según la legislación europea)...

2018 va a ser toda una revelación.


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