Por Pablo Cádiz y Melisa González

Las búsquedas de la palabra "Transgénero" se dispararon la noche del 3 de marzo. Canal 13 transmitía una mujer fantástica, la cinta chilena que la noche del domingo terminó llevándose el Oscar a mejor película extranjera.

La cinta protagonizada por Daniela Vega no solo se ha llevado un largo listado de reconocimientos, sino que ha puesto en la pantalla las situaciones a las que se ven enfrentadas las personas trans a diario en un país que no cuenta con una ley que reconozca sus derechos. En el caso de Marina, el personaje de Vega, desde la negativa a poder hacerse cargo de la muerte de su pareja -un hombre varios años mayor- hasta los prejuicios de la Policía, que cree que fue víctima de violencia. "Quimera", es uno de los epítetos que recibe de la familia de Orlando, que se niega a aceptar que un padre de familia se haya enamorado de una persona a la que insisten en tratar como "hombre".

La propia Daniela Vega ha señalado que lo que está viviendo es una vitrina para situar en el mundo la realidad que viven la personas trans en Chile. Desde la discriminación hasta el dato que, en lo legal, cada vez que viaja a representar a nuestro país lo hace con un pasaporte que le recuerda su pasado. "Es importante y no solo para mí, sino que también para mucha gente que ha puesto su vida para poner generar un camino (...) yo no quisiera dejar de pensar en esas personas que tal vez ya no están aquí y que han podido ayudar a que este camino sea un poco menos pedregoso", afirmó anoche en la alformbra roja del evento.

La actriz ha sido enfática en que no cambiará su nombre hasta que en Chile no exista una ley de identidad de género que les permita modificar sus documentos legales a través de un procedimiento estandarizado y que respete su dignidad. Si bien los tribunales suelen fallar a favor de las personas trans que solicitan un cambio de nombre, se trata de un proceso que toma años, que es costoso y que requiere de peritajes que han sido clasificados de denigrantes por la comunidad LGBTI.

Una realidad que así como Daniela Vega viven adultos y niños. Estos últimos es de quienes menos se habla y quienes, hasta ahora, están fuera de la ley de identidad de Género que se tramita en el Congreso.

La normativa ingresada por el gobierno de Michelle Bachelet pasó a tercer trámite legislativo tras ser aprobada por la Cámara de Diputados. Sin embargo, en su discusión en particular, se rechazó por falta de quórum el procedimiento para regular los cambios de nombre y sexo legal de los menores de 18 años. Luego de meses de debate se había llegado a una fórmula que concitaba consenso incluso en la derecha. Esta fijaba tres requisitos:

  • Un proceso de acompañamiento de dos años por parte de un médico o profesor.
  • Un certificado médico que acredite que el menor es trans y que goza de buena salud mental.
  • Un certificado que acredite que los padres no ejercieron coacción en la decisión de su hijo o hija. 

Todos estos antecedentes debían ser presentados ante un tribunal de familia, a diferencia de los adultos, donde el procedimiento se realizará ante el Registro Civil. 

La psicóloga Francisca Burgos, experta en temas de identidad de género, explica que "la importancia de incluir a los menores de edad radica en la posible exposición a situaciones de discriminación. Sin el nombre legal se tienen que enfrentar a un montón de situaciones complejas, desde ir al médico, o cada vez que estos niños salen del país es un súper problema. Lo más complejo es el colegio, que aunque hay una circular del Mineduc que obliga a los colegios a respetar el nombre social y la identidad de género, no hay un resguardo legal". 

"Esto los afecta en su desarrollo, en que crecen con esta idea de que son una persona como de segunda categoría, que crecen con la idea de que hay algo que es muy diferente en ellos y que la amenaza de ser discriminados o de que te digan algo, o que sean violentos o que te ofendan es constante. Es crecer con la sensación de que 'soy diferente'", señala. 

Si bien desde el actual gobierno enfatizan que los niños siguen dentro de la ley -dado que el artículo 6° del último inciso la norma establece todo lo que no sea regulado por la ley se regirá bajo el mecanismo administrativo- lo cierto es que pocos apuestan a que la norma vea la luz si es que no cuenta con un procedimiento que fije requisitos a la inclusión de los menores de edad, tema que ha sido el más controversial en sus trámites tanto en el Senado como en la Cámara.

Aunque el acuerdo podría reactivarse de existir voluntad de los parlamentarios -uno de los escenarios es que se vaya a Comisión Mixta y ahí se apruebe- las organizaciones de la diversidad sexual y de padres de menores trans han planteado sus dudas respecto de la posibilidad de que el proyecto se concrete a días que termine el gobierno de Bachelet y asuma el mandatario de centro derecha Sebastián Piñera. Este último no contempla el tema en su programa de gobierno y en su momento desató una controversia al afirmar que "muchos" de los casos de menores se lograban "corregir" con el tiempo.

Sin embargo el clima tras el triunfo de "Una Mujer Fantástica" podría generar un cambio. Este lunes, en Tele13 Radio el senador RN Andrés Allamand aseguró que existe "consenso" en torno al proyecto. 

En medio de este debate, T13.cl conversó con padres y niños transgénero para abordar sus historias y como, en lo cotidiano, les afecta el no contar con una ley de identidad de género. Las historias abarcan desde el caso de Kira, una niña de 7 años cuyos padres se unieron a otros para formar una Fundación dedicada a la infancia trans, hasta Pablo, de 10, y que ha vivido su proceso de transición a miles de kilómetros de Santiago.

El día que nació Kira

Peluches, barbies y casas de muñecas forman parte del espacio más íntimo de Kira, de 7 años: su habitación. Su nombre lo eligió de una muñeca Barbie que es una estrella de la música pop. Su padre, Gonzalo, trató de convencerla de que eligiera “Luna”, finalmente su elección fue Kira Luna.

La anécdota de la elección del nombre de Kira fue el punto culmine de un largo proceso, que si bien comenzó cuando ella tenía cuatro años, las señales venían desde a lo menos dos años antes. “Nosotros no sabíamos nada de lo trans, pero notábamos que se veía distinto en un grupo de niños, que sus gestos eran distintos en las fotografías", cuenta Mónica, su madre.

“Eso a los más cercanos les llamaba la atención. Nosotros lo hablábamos con mi mamá, que ella también lo veía. Desde muy chica aparecía representando personajes femeninos, las pony, las princesas”, recuerda Mónica. "Tú eres el príncipe. No, yo soy la princesa, nos decía", agrega Gonzalo.

El que fuera “más delicado” –como la veían en ese entonces- no era un problema en el colegio, ya que asistía a un Colegio Montessori, donde les enseñan roles de género más bien compartidos. Pero era tanta la femineidad que manifestaba, que les recomendaron cortarle el pelo.

A los 4 años este tema le empezó a angustiar. Eso nos empezó a preocupar. Ya hablaba y quería manifestarlo en todos lados. Eso nos angustiaba porque no podemos evitar decir que la sociedad no estaba muy preparada. Estar en cumpleaños y que tu hijo hombre baile o quiera la sorpresa de princesa no es algo que a todos les parezca normal”, recuerda Mónica. Gonzalo pensaba que su hijo, en el futuro, podía ser gay. Para buscar respuestas recurrieron a un conocido, quien era abiertamente homosexual. "No creo que sea gay. No sé qué es lo que le pasa, pero no es gay. Yo nunca he querido ser mujer', les dijo, según recuerda el padre de Kira.

En ese momento de incertidumbre, “andaba tímido, siempre detrás de la mamá en los cumpleaños y en donde no participaba mucho”, según recuerda Gonzalo, intentaron que realizara actividades asociadas a los hombres. “Jugaba a la pelota con ella, tratando de hacer cosas –comillas- más masculinas. La metimos al Colo Colo, nunca fue”, ejemplifica Gonzalo.

En esto no hay nada muy claro, no hay ninguna teoría. Yo creo que la respuesta la van teniendo nuestros propios hijos
Mónica, madre de Kira

También intentaron jugando a las luchas los días que su papá la visitaba, ya que él y Mónica están separados. “Empecé a darme cuenta que quedaba muy triste cuando Gonzalo se iba después de jugar a las luchas”, recuerda Mónica, momento en el que “empecé a dialogar con ella y le preguntaba: '¿tú quieres jugar a las luchas?'. Me decía que no. Le decía que por qué jugaba: 'porque cuando él viene quiere jugar a eso'”.

Fue así como ambos empezaron a dialogar más, a escucharla. “En esto no hay nada muy claro, no hay ninguna teoría. Yo creo que la respuesta la van teniendo nuestros propios hijos”, dice la madre, mientras que para Gonzalo “ella fue hablando, fue expresando todo lo que sentía. Poco menos nos sentó y nos dijo”.

Un día dijo literalmente que se sentía niña, que quería que la llamáramos así. Eso fue un proceso de unos seis meses en que empezó a manifestar su incomodidad con su ropa. Les contó a sus profesoras que era niña, y que era un secreto. Eso nos generaba mucha angustia, porque sabía que era algo que no era fácil de manifestar”, recuerda su madre. Mientras, de fondo, se escucha a Kira jugar con instrumentos.  

Fue a través de su trabajo como psicóloga que Mónica comenzó a recibir respuestas. Todo comenzó con una invitación a una capacitación de identidad de género, impartida por el experto Andrés Rivera. "Parece que esto es un mensaje. Y fui", cuenta sobre esa instancia donde, rememora, “no pude terminar de escucharlo. Llegué mal, vomité. Ahí llamé a Gonzalo y le dije: ‘necesitamos contactarnos con esta persona’. Yo lo escuchaba y sentía que estaba hablando de mi hijo. A lo mejor no es lo mismo, pero se parece. Y ahí nos juntamos con él".

Rivera fue clave para Mónica y Gonzalo. Además de contactarlo con otras familias, les recomendó visitar a la psicóloga Francisca Burgos, experta en temas de diversidad e identidad de género. Ella le dijo que era transgénero y que había que iniciar un trabajo con su colegio. Pese a ser más “relajados” que otro tipo de establecimientos, existía temor porque Kira era muy chica y porque no existían casos anteriores, pero “no podíamos esperar más, ella quería vivir su vida”, dice Gonzalo.

Hubo un semestre en que Kira vivió una “doble vida”. En la casa era ella y en el colegio era tratado como niño. “Yo llegaba allá y la trataba como niña. Y ella me misma me retaba. Para todos era complicada esa doble vida”, dice la madre. Pero fue en medio del proceso de transición que hubo un momento clave. En ese verano Kira y Mónica  viajaron a Brasil de vacaciones. Mónica le explicó que debía viajar lo más neutra posible, para no tener problemas en Policía Internacional. Ella, con las ganas de salir, accedió,  pero cuando llegaron a Brasil, Kira se liberó. “Después fue imposible que se sacara las trenzas y el vestido que se había comprado. Entonces cuando volvimos llego lo más niña que se sentía”. 

Fue ahí, en medio de uno de los momentos más alegres de Kira, se toparon frente a frente con el desconocimiento y la discriminación, de la mano de la institucionalidad. Al llegar a Chile, una funcionaria de la PDI le dijo que no podían ingresar porque su apariencia no coincidía con la registrada en el carnet. Mónica contaba con una carta de la psicóloga, que explicaba que Kira estaba en una transición de género. Eso le evitó que la funcionaria tuviera que revisar a su hija. “Yo me quedaba presa, pero no la hubiese desnudado jamás”, dice Mónica sobre ese momento donde, luego de más de 50 minutos de espera, pudieron ingresar al país.

Lo ocurrido en el aeropuerto se suma a uno de los problemas más frecuentes a los que se ven expuestos los niños trans: el momento de ir a un servicio médico. “Teníamos que ir los dos al doctor, para que uno fuera a hablar al mesón para decir que no la llamaran por el nombre del carnet, sino que por el nombre social, explicarles por qué, mientras que el otro estaba con ella para que no se diera cuenta”, relata Gonzalo.

Los legisladores están siempre planteando, por qué tan pequeños, como van a decidir. Uno se pregunta decidir qué, si uno no decide ser trans
Mónica, mamá de Kira

“Uno se va enfrentando a situaciones muy potentes donde ellos lo pasan muy mal. Un día me tocó una pediatra horrible que me preguntó  delante de ella, '¿por qué está vestida así?, ¿por qué la vistes así si es hombre?' Nos angustiaba que los médicos no tuvieran idea, ni siquiera. O por último tener  tino, porque esa doctora no tenía conocimiento ni tino”, agrega Mónica. 

Fue tras ese episodio que decidieron empezar a atender a Kira en la Clínica Alemana, aprovechando un seguro médico que habían contratado. Sin embargo, se negaron a llamarla por su nombre. Les dijeron que no se podía modificar el sistema sin que un documento legal acreditara que era una niña. Fue así que interpusieron un recurso de protección, el que ganaron. "Esa exposición a la que están todos los niños es súper dolorosa. Ellos tienen que estar a su corta edad explicando lo que son", plantea Gonzalo.

“Todo eso hace que nosotros como papás queramos que exista una Ley de Identidad de Género, donde ellos puedan ser respetados y tratados como todas las personas. Su género no determina lo que ellos son, pero sin esa ley están siendo cuestionados siempre”, agrega. 

Es por ello que Mónica plantea su frustración sobre el que, hasta ahora, los niños estén fuera de la ley: “Ellos no comprenden que es un sentimiento. Los legisladores están siempre planteando, por qué tan pequeños, como van a decidir. Uno se pregunta decidir qué, si uno no decide ser trans”. 

La fundación de la que ambos participan han tenido un activo rol en la tramitación de la ley. Luego de insistir e insistir, los padres fueron considerados para exponer en el Congreso. “Algunos parlamentarios me decían: ‘que pasa cuando le cambien el nombre. Y si se arrepiente’. Bueno, si se arrepiente –aunque yo no he visto un caso de un niño que se arrepienta- yo soy el papá y voy a estar siempre con ella o con él, y voy a tener que solucionar el problema. Pero el problema ahora es que ella en la sociedad no encaja, necesito que sea feliz, y lo más tranquila que se pueda”, dice Gonzalo. 

Hoy, como comenta Mónica, la femineidad de Kira es “cada vez es más fuerte”. A sus 7 años, “se ha soltado y ahora es lo que ella siente. Yo tenía tanta pena porque -en ese entonces- nuestro hijo nunca se subió al escenario, y ahora, verla este año en los actos, cuando quiso estar en teatro y baile. La profesora me dice que la Kira le desarmó el mundo, al verla como baila, como se expresa, no puede ser más mujer que lo que dice ser".

“Uno se conecta con el aquí y el ahora de sus hijos. Cuando miramos que la Kira lo estaba pasando muy mal versus ahora que hizo su tránsito, lleva dos años en que es respetada en todos los espacios, y que se ha podido integrar como otras niñas más. Porque a las personas trans no es lo trans lo que los define. Es solo una parte de su persona”, agrega Mónica

Hace unos días Mónica le envió una carta a su hija. Tras leerla, Kira autorizó su difusión.

No existe nada errado en sentirte niña, ya que independiente de tu cuerpo biológico puedes vivir tu género sentido en forma libre y plena, sin límites, rompiendo los estereotipos, porque los cuerpos son diversos y jamás equivocados, ya que por el solo hecho de existir,  vales como ser humano y mereces ser querida y reconocida en cada espacio...tu hogar, tu escuela, tu grupo de amigos, tu grupo de teatro y baile donde te veo cada vez más feliz, plena...tu misma...haciendo lo que más te gusta, demostrándote a ti misma que es posible vivir como la niña que siempre te has sentido”.

Hija, marcaste mi vida, diciéndome a tus cuatro años que desde la guatita te has sentido niña, sentimiento que nadie puede cuestionar, porque nace de lo más profundo de tu alma y de tu corazón, por lo tanto no es una decisión como muchas personas dicen y no existe edad para sentir. Gracias por permitirme ser tu aprendiz de la vida y darme cuenta que el ser humano tiene infinitas formas de sentir y expresar su género. Gracias por darme la oportunidad de verte nacer  dos veces en la vida...Cómo olvidar cuando comenzaste tu tránsito, elegiste tu nombre ...la verdad es que nunca antes te vi tan feliz, tan segura, tan plena, tan única”.

 

El sueño de Victoria

Victoria nació el 2015, pero biológicamente llegó al mundo en 2008. Fue un proceso largo, donde su madre se enfrentó a las distintas miradas de los psicólogos. Durante dos años, le dijeron que había que contenerla, pero que de la puerta hacia fuera tenía que aceptarse como había nacido. Las respuestas no eran suficientes.

Loreto, quien es enfermera, recurrió a una doctora con la que trabajaba. Ella le recomendó ver a un endocrinólogo. Victoria –cuyo nombre fue modificado para efectos de este reportaje- justo había pasado a primero básico, año donde los niños y niñas comienzan a usar jumper o pantalón, según su género. "A ella le surgió mucha ansiedad, la que comenzó a expresar con descontrol de esfínter, a los 6 años”, recuerda su madre.

El médico le dio el contacto de otra madre que estaba viviendo el mismo proceso. La idea era aclarar las dudas que Loreto tenía sobre cómo hacer el tránsito. Incluso, recurrió al Hospital de Boston, que cuenta con un reconocido programa para niños y niñas trans. La respuesta fue que no habían opciones de atenderla, ya que se requería hacer un seguimiento.

El proceso se realizó en Chile, con la ayuda de la psicóloga Francisca Burgos. El consejo era esperar a que ella decidiera. Fue en las vacaciones de invierno de 2015 que pidió que la llamaran Victoria y que quería volver al colegio usando uniforme de niña.

El colegio tuvo que actuar de manera exprés. "Se hizo un trabajo con el colegio, que es católico. Fue un poco difícil, pero presionábamos desde el punto que ella ya estaba matriculada. En vacaciones el colegio tuvo que capacitarse para lo que venía", cuenta su madre.

Durante las vacaciones Loreto hizo reuniones con los otros padres. “Yo les expliqué por qué esto tenía que empezar ahora. Las mamás lo único que hicieron fue empatizar desde el cariño, desde que la conocían desde prekinder, porque también sus hijos habían aceptado a Victoria y todos sabían que era impensado llevarle un auto. . No era algo que había iniciado recién.  Ellos se sienten parte de la historia de mi hija, y las veces que hemos tenido dificultades, ellos están con ella”, cuenta Loreto. 

Pese al apoyo de los padres y compañeros, el 2015 fue difícil, recuerda su madre. Se tomaron algunas medidas para resguardarla. Por ejemplo, como Victoria todavía tenía el pelo corto, implementaron un horario especial para entrar y salir del Colegio, y para ir al baño, lo hacía durante el horario de clases y acompañada de una amiga.

Uno de los temas de los cuales Loreto sigue con atención es el respeto de su nombre social. Entre otras cosas, estar atenta a que todas las listas provisorias, como las que se pegan en las paredes la sindiquen como Victoria. Lo único que aparece con su nombre legal es el libro de clases, que lo manejan los profesores, así como los certificados que emana el Colegio.

¿De dónde viene su nombre? "De lo más profundo de sí”, responde su madre. Su nombre legal comienza con la misma letra, y además era como se llamaba su bisabuela. “Entonces no podría haber elegido un mejor nombre”, dice.

Desde entonces han pasado tres años, en los que hace rato fue dada de alta por la psicóloga.

En los próximos meses Victoria tendrá que realizar una consulta el endocrinólogo. Cumplirá 10 años, la edad recomendada para iniciar los estudios de crecimiento, que serán claves para definir en qué momento se comenzarán a utilizar los inhibidores, que pondrán su cuerpo en una suerte de pausa. Luego, a los 14 años, se iniciará la terapia hormonal cruzada, donde comenzará a vivir una pubertad acorde a su identidad de género.

Por de pronto, Victoria está enfocada en una de sus pasiones: la danza. Una disciplina que comenzó a los 5 años, cuando ingresó al ballet del Teatro Municipal. En ese entonces aún no comenzaba la transición y fue seleccionada -como niño- para formar parte de la opera Madamme Butterfly. Eran muchas horas de ensayo, en las que su familia se tuvo que organizar para llevarla.

"Ella estaba feliz, lo vivió a concho. Que la maquillaran, que le hicieran ropa a la medida, que la fueran a buscar a la casa. Estaba en llamas, le encantó vivir eso", recuerda Loreto.

Tras iniciar la transición, Victoria le pidió a su madre volver al ballet del Teatro Municipal. Esta vez, tuvo que audicionar y quedó. "Esta súper contenta, tuvo que volver a bailar el año pasado en el teatro, y se conocía todos los espacios. Ella vibra con eso y quiere ser bailarina”.

“Nosotros la vamos a acompañar en su sueño.  Y si esto sigue avanzando, ahí estaremos", asegura Loreto. 

Una de ellas, es Victoria.

(La imagen fue alterada para resguardar la identidad de las menores)

Ser trans en el extremo sur de Chile

Más de 1.600 kilómetros separan a Coyhaique de Santiago. En el extremo sur del país vive Pablo, de nueve años, y que al igual que Kira y Victoria es un niño transgénero.

Sus primeras manifestaciones comenzaron cuando era muy pequeño. En ese entonces, cada vez que podía se rapaba la cabeza, y cuando iba a casa de amigos, les pedía ropa.

“Yo no le tomaba asunto porque pensaba que eran cosas de niños. Después empezó a hablar, a rechazar los juegos de niña que yo le regalaba. Los dejaba abandonados o los rompía. Me pedía autitos, pelotas de fútbol. Yo decía 'bueno, querrá jugar como hay niños que también juegan con muñecas, debe ser eso’”, cuenta Verónica, su madre, al teléfono.

Cuando comenzó a hablar, afirmaba una y otra vez que cuando guagua era hombre. En la etapa de los juegos de rol, todos sus personajes eran masculinos: el doctor, el bombero. “Un día me dijo 'vamos a jugar y tú me vas a decir que yo soy el bombero Andrés'. Yo le dije 'no, te puedo decir la bombera Andrea'. Y se puso a llorar. Lloraba y lloraba”, relata su madre.

 

El tema comenzó a generar inquietud en la familia. Su hermana mayor pensaba que era “amachada”, como se le llama a las  mujeres “menos femeninas”. Su madre, hasta ahora, solo conocía de gays y lesbianas. “Yo pensaba que si era lesbiana, no importaba, la querríamos igual”, recuerda. 

“Prefería quedar sin nada de ropa, a que le pusiera ropa de mujer. Y me rogaba y me suplicaba que le comprara ropa de niño. Después empecé a ir a la feria y le compraba ropa de niño, para que jugara acá en la casa, y ahí era cuando era muy feliz”. 

Cuando le creció el pelo que se había cortado, comenzó a usar un gorro de lana para esconder los moños y cachitos que le hacía su madre. Los aros era imposible encontrarlos.

Me costó mucho aceptarlo, pero ya no. Sé que existen, porque nos pasó, y somos felices con él. Y siento que es un premio que ‘diosito’ nos envió para que aprendamos a ser más tolerantes
Verónica, madre de Pablo

La primera vez que Verónica se acercó a la realidad trans fue en 2015. En mayo de ese año “Contacto” de Canal 13 emitió un reportaje que contó la historia de Andy, una niña transgénero de cinco años que enfrentaba la negativa de su colegio para asistir al establecimiento de acuerdo a su identidad de género. Una familiar la llamó para decirle que prendiera la tele. Pensó que los papas de la niña estaban locos, al dejarla usar ropa de niña. "No se me pasaba por la mente que yo estaba haciendo lo mismo, sin darme cuenta", afirma.

En los comerciales, Verónica fue a hacer las camas. Reflexionó sobre lo que contaba la madre de Andy. "Y todo lo que a ella le pasaba me estaba pasando a mí, cada cosa que la señora hablaba era exactamente lo que me estaba pasando, pero no en el mismo sexo".

Empezó a anotar cosas en un cuaderno. "Trans" fue una de las palabras que escribió. También anotó el correo de Andrés Rivera. Durante una semana trató de escribirle, pero cuando el correo estaba listo, lo borraba. No se atrevía. Como lo escribió en el celular, un día lo envió por accidente. Andrés le contestó y le pidió enviarle fotos. Ella le adjuntó una donde salía obligado vestido de princesa, y otro vestido como estaba en la casa, de niño. "Tu hijo es trans. Mírale su carita en ambas fotos y te vas a dar cuenta en cual es más feliz", le dijo Andrés, quien  le recomendó recurrir a un psiquiatra infantil.

Ahí vino la negación. Verónica buscaba excusas: que no hay especialistas, el aislamiento, etcétera. "Estaba cerrada, hasta que mi hija me decía 'por qué nadie me comprende, yo nací hombre. Un día lo llevé a la pieza y le dije: sabes que más me aburriste. Tú naciste mujer, eres mujer igual que la mamá, que la abuela, que tus hermanas, y te vas a sacar esa idea de la cabeza'. Lloró todo el día, encerrado en la pieza", recuerda.

En la noche Verónica no dormía. Cuando todos se acostaban, tomaba el computador e investigaba sobre los niños transgénero. Reportajes, documentos y casos extranjeros le ayudaron a formarse el convencimiento de lo que su hijo estaba viviendo. 

La confirmación llegó más tarde, cuando finalmente accedió a recurrir a un psiquiatra. Tras algunas preguntas, fue el turno de hacer un dibujo de su familia. En la hoja quedaron plasmados sus padres, hermanos y a un niño. "Ese soy yo”, le dijo a la doctora. La especialista le dijo que su hijo era trans.

Una ley nos evitaría estar dando explicaciones. Si el tuviera el nombre de Pablo en su carnet, nadie se enteraría que es un niño transgénero y él podría crecer como un niño normal
Verónica, madre de Pablo

"Yo decidí apoyarlo, pero no quería que nadie más supiera. Yo no quería que el colegio supiera. La doctora me dijo que no podía seguir ocultándolo y que si no hablaba, ella iba a tener que ir al colegio. Yo le suplicaba, me negaba. Hasta que lo acepté", cuenta.

En este proceso de aceptación fue clave el conocer a otros padres que enfentaban la misma situación. Gracias a Andrés llegó a la fundación Renaciendo, quienes los convocaron a un encuentro nacional. "Ahí comenzó todo lo maravilloso para mi. Conocimos más niños, más historias. Si no fuera por ellos yo no habría aceptado a mi hijo, porque yo me negaba. Ahora él me hace inmensamente feliz".

Uno de los primeros pasos fue cortarle el pelo. Esta vez, no era necesario hacerlo a escondidas. “Cuando le cortamos el pelo por primera vez se reía solo, saltaba, quería que le sacaran fotos. Se mataba de la risa”, recuerda su madre.

Con el paso de las semanas, Pablo le dijo su nombre. ¿Por qué ese nombre?, le preguntaron. "Porque yo de chiquitito lo tengo. Desde que veía los Backyardigans, había un Pablo y me encantaba ese nombre y yo me llamaba Pablo a escondidas", les dijo.

Hoy, a dos años de la transición, uno de los panoramas favoritos de Pablo es salir a pescar con sus padres. En el invierno, armar monitos de nieve. 

"Me costó mucho aceptarlo, pero ya no. Sé que existen, porque nos pasó, y somos felices con él. Y siento que es un premio que ‘diosito’ nos envió para que aprendamos a ser más tolerantes", dice su madre.

Uno de los procesos clave en la transición de un niño o niña con disforia de género es su relación con sus pares. En este caso, el colegio jugó un rol clave. Hubo reuniones con los profesores, capacitación a los funcionarios y apoderados. Con los niños, se recurrió a un cuento. Se trata de “La gran equivocación”, que relata la historia de un reino donde las hadas tienen por misión informar a los doctores el género de los recién nacidos. Como esta hada era novata, se fijó solamente en lo físico y no en lo más importante: el cerebro. Tras esto, el hada debe realizar un viaje donde los padres del niño o niña e informarles a sus padres de su gran equivocación.

"Ellos lo entendieron muy bien, incluso yo creo que ya ni se acuerdan, y a Pablo lo quieren mucho", cuenta su madre.

Si bien todos lo llaman como Pablo, en los libros escolares aparece con su nombre legal. Una situación que provocó la confusión de una profesora nueva, que  -por olvido- lo llamó como ya nadie lo hace. “Pero los niños lo defendieron. Los niños saltaron y le dijeron que el hada se había equivocado. Luego ella le pidió disculpas a Pablo”, cuenta su madre. 

“Esas cosas me han hecho que siga adelante, que siga aceptándolo, que me olvide de esos prejuicios que tenía. En realidad yo tenía miedo de que el sufriera, más que no aceptarlo. Miedo de la gente, de que no lo acepten, del bullying”, relata Verónica. 

El proceso, sin embargo, no ha sido sencillo. Viajar a Santiago es carísimo, y son pocas las veces que pueden participar de encuentros con otros niños trans. A esto se suman dos episodios de discriminación. Uno, en un en centro médico, y otro en una escuela de fútbol, donde si bien aceptaron el ingreso de Pablo, no le permitieron competir en campeonatos. “Son cosas que siempre van a pasar mientras no cambie su nombre legal. Es bochornoso. Cada vez que hay que hacer un trámite legal transpiro”, dice. 

Es por ello que Verónica pide que los menores sean incluidos en la ley de identidad de género. “Nos evitaría estar dando explicaciones. Si el tuviera el nombre de Pablo en su carnet, nadie se enteraría y él podría crecer como un niño normal, desarrollarse como un niño normal, ir a una escuela de fútbol y jugar con los otros niños”.

"Mientras la ley no cambie, hay que andar dando explicaciones por todas partes no más. Pero cómo hacer entender uno a los políticos, que se niegan a que esto existe. Yo me negué, pero tuve que entender que sí existe, porque me pasó con mi hijo. No lo quería aceptar, pero por amor a mi hijo he aprendido a aceptarlo y sé que existe", concluye.

“Era un nuevo nacimiento”

Rafaela fue madre hace ocho años. Ella y su marido esperaban una “princesa” por lo que decidieron pintar su pieza de rosado. Una habitación que hoy luce completamente diferente. Figuras de spiderman, autos y carteles de su ídolo Eduardo Vargas decoran la pieza de Tomás, de 8 años, y quien hace dos inició su proceso de transición.

Las manifestaciones comenzaron cerca de los tres años. “Empezamos a notar esto con los juguetes, las barbies no le gustaban, a un tío le pedía juguetes de niño. Después empezó a decirme que su nombre no le gustaba, que quería un nombre de niño”, recuerda su madre. Lo mismo pasaba con las fiestas de cumpleaños, donde pedía tortas y adornos de superhéroes. Ni hablar de princesas.

El mismo rechazo recibió Rafaela tras poner a su entonces hija en clases de ballet. “Yo notaba que no era lo suyo, se aburría, quería hacer más cosas. Él siempre me dijo que le gustaba el fútbol, pero una de porfiada, y le insistía, que más adelante le iba a gustar”. Pero nada de eso funcionó. Finalmente, optaron por ponerlo en clases de fútbol. “Esa es su mayor pasión”.

Pensaban que se trataba de una etapa, que se le iba a pasar. Sin embargo, sus gustos comenzaron a crecer cada vez más. Fue ahí que comenzaron a buscar ayuda. La fundación Todo Mejora sirvió como nexo para llegar a la fundación Renaciendo, donde pidieron conocer relatos de otros padres y obtener orientación a cientos de kilómetros de Santiago.

La transición comenzó cuando Tomás estaba en segundo básico. Ese año empezó a decirles que era un niño y eligió su nombre. “Nosotros con el papá decidimos apoyarlo en todo como un nuevo integrante de la familia, era un nuevo nacimiento para nosotros”, recuerda.

En el proceso, sin embargo, se toparon de frente con el rechazo del colegio donde estaba matriculado Tomás, perteneciente a grupos adventistas. Les dijeron que eran “la punta del iceberg” y que si lo aceptaban a él, iban a tener que aceptar a todos los otros niños tras que aparecieran en el camino. Una disputa que terminó en el Ministerio de Educación, donde se interpuso un recurso por no respetar la circular que ordena el respeto de los derechos de los menores trans.

Para ahorrarse problemas, optaron por cambiar a Tomás a un colegio municipal. “No ha tenido problemas en este nuevo colegio, todos están pendientes de él y con los niños no hay problema porque no saben que es transgénero. Lo decidimos así para evitar el bullyng”.

Ahora, dice su madre, “le gusta mucho ir a clases, lo pasa bien”. Incluso, cuenta, en su primer día le llegaron cartas de amor. Una enorme diferencia respecto de su anterior colegio, donde las niñas lo rechazaban porque era muy brusco y los niños lo apartaban porque lo consideraban una niña.

Él sabe bien lo que es la palabra transgénero, él sabe que él es transgénero. Él es bien inteligente, uno dice "a lo mejor los niños no se dan cuenta" pero no es así, en realidad él está bien claro con eso.
Rafaela, mamá de Tomás

Junto con los problemas en el primer colegio, Rafaela señala que son varios otros los momentos en que su hijo se ve enfrentado a la discriminación. “Por ejemplo cuando tiene que salir del país o tiene que ir a un médico, hay que andar por todos lados explicando”.

Es por ello que ven con esperanza la posibilidad de que los menores de edad estén incorporados en la norma. “Nosotros necesitamos que nuestros niños sean escuchados, que los apoyen, porque son niños, son ángeles. Ellos no tienen maldad. Porque por ejemplo, yo miro las encuestas de los niños que se han suicidado, entonces es alarmante. Si ya es difícil para un niño hétero, imagínate para un niño transgénero, entonces hay que apoyarlos”.

Con todo, Rafaela señala que “tenemos la esperanza de que cambie todo a favor de los niños”.

Sobre sus anhelos, Rafaela cuenta que uno de los temas que le preocupa a Tomás es su desarrollo. “Tiene ocho años pero él está pensando en eso, por ejemplo, me dice que no quiere que le crezcan las pechugas, y bueno nosotros lo calmamos, le decimos que no se tiene que preocupar de eso ahora, que está muy chiquitito para eso, eso lo vamos a ver en su momento”. Y es que Tomás quiere casarse y a lo menos tener tres hijos. “Él está siempre bien preocupado de este tema”. En lo profesional, uno de los mayores deseos de Tomás es convertirse en Carabinero.

“Siempre  me sentí como una niña”

Pascal tiene 15 años y quiere ser modelo o actriz. Otro de sus anhelos es estudiar derecho, para asistir a otras personas que, como ella, han vivido obstáculos producto de ser transgénero. Sin embargo, espera que a esa fecha ya no sea necesario y Chile tenga una ley que les permita no dar tantas explicaciones.

"Si es que hay problemas en ese tiempo, voy a poder estar ahí, para poder ayudar a más niñas trans. Si no, me puedo dedicar a cualquier causa, porque estudiar derecho es saber un montón de cosas más", asegura.

Sus primeros recuerdos como niña transgénero vienen desde pequeña. “Siempre me sentí como una niña, desde chiquitita, creo que desde kínder. Quería jugar con las niñas, me encantaba el rosado. Cuando íbamos a fiestas de disfraces yo quería disfraces de princesa, no de niño. Nunca me sentí como un niño, y nunca fui igual a los niños -ni a las niñas tampoco- fue así que terminé en un punto medio, hasta que dije: soy una niña, lo tengo claro hace tiempo”, cuenta. 

Su idea era contarle a su madre cuando cumpliera 18 años. Sin embargo, Valeska se había dado cuenta de lo que le pasaba. Pascal estaba rebelde e incluso se había empezado a hacer daño. Un día le preguntó si quería iniciar su transición y desde cuando sentía eso. Ella le respondió que desde niña.

“Yo nunca le dije que era trans, nunca forcé las cosas. Yo creo que ella notaba que era un poquito diferente”, cuenta Pascal. 

Uno de los primeros pasos que dieron fue recurrir a un endocrinólogo, quien le recetó inhibidores. Son dos dosis, que se toman cada ocho horas, y que –en el fondo- disminuyen los caracteres secundarios del sexo biológico de Pascal. Posteriormente, se le recetarán inyecciones cada tres meses, las que irán adecuando su apariencia a su identidad de género.

Pascal cuenta que las primeras semanas con inhibidores fueron extrañas. Pasaba buena parte del día acostada, se quedaba dormida en los recreos, no quería ver a nadie. Adelgazó. Y, de la nada, notó que sus senos le estaban creciendo, algo atípico para alguien que todavía no comienza su terapia hormonal cruzada.

No sé si es un efecto de las pastillas o algo aparte, pero me están creciendo los senos. No sé si es normal. Primero tenía una pelotita. Me pregunté que me pasaba,  pensé que podía ser un cáncer. El doctor me dijo que era un nódulo y después empezaron a crecer mis senos. Yo estaba feliz (…) Yo no sabía que pasaba eso con los bloqueadores, y creo que no pasa”, cuenta.

Pero el tratamiento también implicó restricciones. Una de las primeras cosas que se les advierte a las personas trans es que por ningún motivo pueden tomar alcohol o fumar cigarrillos durante el proceso de inhibidores u hormonas.  

Cuando empecé a usar la falda y el uniforme de niña pasaba desapercibida entre la gente. Eso es lo que quería y lo que quiero. Quiero sobresalir por otras cosas, no por mi aspecto
Pascal

Ese año Pascal había empezado a fumar. Su madre le hizo elegir, o el pucho o las pastillas. "Ella como es inteligente dejó el cigarro", dice su madre.

Hasta el año pasado Pascal estaba en un colegio cristiano-evangélico, lo que supuso trabas por parte de la directora del establecimiento. Desde que no podía ir al baño de niñas, hasta que no podía usar pinches ni aros. Y, además, tenía que ir con ropa de niño siendo que todos la conocían como niña.

Fue en el segundo semestre que la directora del establecimiento tuvo un accidente que la tuvo por meses fuera. Ahí comenzaron los cambios. El orientador quedó a cargo, y le permitió asistir con falda. "Cuando empecé a usar la falda y el uniforme de niña pasaba desapercibida entre la gente. Eso es lo que quería y lo que quiero. Quiero sobresalir por otras cosas, no por mi aspecto", enfatiza.

“Mis compañeros siempre lo tomaron bien, nunca me dijeron cosas. Me decían ‘Neru’, que era neutral. Pero en las pruebas no me dejaban poner mi nombre, incluso una profesora tachó el nombre Pascal y escribió mi nombre legal encima y puso 'respete lo acordado' siendo que era eso lo que estaba acordado. Por eso necesitamos una ley”, dice Pascal. 

Lo mismo ocurrió con el cuadro de octavo básico, donde pese a aparecer con falda y uniforme de niña, escribieron su nombre de nacimiento. Obviamente, el cuadro no está colgado en ninguna de las paredes del departamento donde viven, en Viña del Mar, y donde nos cuentan su historia.

Este verano Valeska y Pascal se vieron enfrentadas a la discriminación durante el proceso de búsqueda de un nuevo colegio, ya que el anterior solo llegaba hasta octavo básico. La primera opción era un liceo de niñas, pero les dijeron que necesitaban un certificado legal que acreditara su cambio de sexo registral.

Es ahí donde empieza la discriminación, ese es el punto uno. Los parlamentarios hablan mucho del tema de las cirugías, pero de eso no se trata la ley
Valeska, madre de Pascal

En otro de los colegios Pascal estaba casi lista. Incluso, algunos minutos antes de llegar Valeska llamó por teléfono y le dijeron que quedaban cupos. "Pero después de que hablé la palabra transgénero salieron con que no habían matrículas. Por eso sería bueno que los niños estuvieran incluidos en la ley, porque lo necesitan para el día a día, para los tramites, en hospitales, en lo que sea”, dice su madre.

Incluso Valeska le planteó la posibilidad de ir a un colegio dos por uno con tal que la llamaran por su nombre. Pero no fue necesario, ya que lograron dar “con el colegio justo, con un director de mente amplia que me dijo que ya habían tenido un alumno trans”, explica. Pascal, por su parte, señala que “quiere estar tranquila en un colegio que me aceptaran desde un principio. Quiero que no me molesten, que no tenga que hacer un papelito que diga que no puedo hacer ciertas cosas, que no puedo entrar a algún lugar”. 

“Por eso necesitamos una ley. Entrar en un colegio va a ser menos caótico, ellos ni siquiera se van a tener que enterar que uno es trans”, agrega Pascal.

Valeska toma la palabra y dice estar esperanzada de que los menores de edad puedan ser incluidos en la ley, para que puedan modificar sus documentos legales. “Es ahí donde empieza la discriminación, ese es el punto uno. Los parlamentarios hablan mucho del tema de las cirugías, pero de eso no se trata la ley".

“La gente se guía por lo que dice el carnet. Y es fatal para nosotras y nosotros, porque te dicen señor, venga para acá, cuando estás vestida de niña, en un lugar público, y toda la gente te mira así como 'qué es esto'. Esto es lo más molesto que me ha pasado por no poder cambiar el carnet”, agrega Pascal. 

¿Cuáles son sus anhelos? “Pasar desapercibida, que no haya ningún detalle (…) Soy normal, no le veo nada anormal a ser transgénero. Soy persona, tengo carne, huesos, cerebro. Pienso, vivo", concluye la joven.

“No voy a dejar que mi hijo se suicide”

Fue a través de un correo electrónico que Andrés les contó a sus padres que era un hombre trans. A diferencia de los otros niños y adolescentes incluidos en este reportaje, la transición de Andrés comenzó mucho más tarde.

Durante toda su infancia y pubertad, Andrés pensó que no era una niña como las otras. No le gustaba pintarse, le cargaban los vestidos y a los 7 años regaló todas y cada una de sus muñecas. “Durante mucho tiempo asumí que era una niña masculina y eso estaba asumido entre mis amigas y familia. Pero yo decía: ‘ya, está bien, yo seré una niña masculina y todo, pero parece que mis amigas que son un poco masculinas no se quiere cortar los pechos’”, recuerda.

Como soy más grande pasé por varias cosas que esos niños no van a tener que pasar. Pasé toda mi pubertad de mujer, sin ningún bloqueo, sin nada, sin decirle a mis papás. Yo les dije cuando tenía 16
Andrés

Andrés hace una pausa en sus dibujos. Uno de sus pasatiempos favoritos es ilustrar personajes en su croquera, los que luego publica en un fanpage de Facebook. Su última fijación es “Coco”, la película de animación de Disney-Pixar que relevó la cultura mexicana. Con el lápiz en la mano, cuenta que nunca se sintió cómodo. “Lo estaba pasando mal y no lograba saber por qué. No sabía si era la incomodidad que le pasaba a todos de que les estaban pasando cosas nuevas o era algo más”, recuerda. 

“Fue un proceso largo. Hay niños que tienen 5 años y saben que son niños. A mí no me pasó así. Tal vez si cuando tenía 6 hubiera tenido información tal vez me habría dado cuenta antes”, asegura.

Si bien no hubo un momento de epifanía, Andrés recuerda que cuando tenía 12 o 13 años comenzó a buscar más información, y sentirse cómodo con la etiqueta trans. “A esa edad le empecé a decir a mis amigos más cercanos, a mi pareja de entonces, pero me costó decirle a mis papas, porque no tenía cómo saber cuál iba a ser su postura”.

Fue así que se le ocurrió enviarles un correo. Andrés estaba de vacaciones con sus amigos por fiestas patrias. Hizo un alto para expresar lo que sentía. “No es que me pase algo malo, pero necesito decirles esto. Espero que me puedan apoyar y aceptar”, fue, en resumen, parte de lo que les escribió.

Desde el otro lado de la pantalla, su mamá se preguntaba qué era ser transgénero. Recurrió a Google y una de las primeras cosas que encontró fue que la tasa de suicidios de los adolescentes trans se ubica por sobre el 40%. Incluso, un estudio de OTD realizado en 2017 reveló que un 55% de los jóvenes chilenos trans habían tenido algún intento de atentar contra sus vidas. 

“Y ahí yo dije: esto no le va a pasar a mi hijo”, recuerda Javiera con la voz entrecortada.

Su madre cuenta que decidió tomar medidas. “Si es necesario decirle Andrés, le digo Andrés. Si es necesario que se corte el pelo, se corta el pelo. Si es necesario ir a pelear con el colegio, lo hago”. 

Hasta ese entonces, Javiera se explicaba el que su –entonces- hija fuera distinta al hecho que todos en la familia tienen Asperger.

Tengo 19. Puedo casarme, puedo tener una guagua, puedo adoptar una guagua y no puedo cambiarme el nombre, o para cambiar mi nombre tengo que hacer todo este trámite
Andrés

Andrés recuerda que “al menos la respuesta inicial fue positiva y eso me calmó harto. Igual hubo como problemas porque una cosa es dar la respuesta inicial de 'te voy a seguir queriendo' y otra es de verdad aceptar todo lo que conlleva”.

“Porque es distinto que alguien te diga que es gay, que en el fondo es que te gustan los hombres. Esto implica 'necesito que me compres faja, necesito que me compres hormonas, necesito que me trates de Andrés'. Fueron meses de adaptarse al cambio que realmente era” señala. Un proceso que incluyó a los hermanos. A uno de ellos –recuerda la madre- “hubo que sentarlo y explicarle lo importante que le dijera Andrés. No es una cosa de cuando estás enojado le dices Andrea, porque hacía eso”.

Con los abuelos también hubo un proceso. “El shock más fuerte fue para mi mamá, que perdió una nieta, que tenía puros nietos, y que con eso se explicaban muchas cosas, como las veces que le decía que le dejara de regalar vestidos. Y mi papá que entiende, pero sí pero no. Ahora que se operó decía si estaba seguro, que si no era mejor que se quedara como niña. Y no, no era más fácil”. 

Luego, vino el colegio. Si bien el proceso no fue sencillo, Andrés recuerda a que a mitad de año llegó otra chica trans, para quien todo resultó menos engorroso. “Fue bonito ver que ella no tuvo que pasar por todo lo que tuve que pasar yo. Ella apareció con su nombre social, va al baño que quería y bailaba con vestido en el 18. Yo en cuarto medio bailé como hombre y eso fue importante", cuenta.

En 2017 Andrés se tomó un año sabático. En buena parte para definir lo que quería hacer con su vida, pero también para enfocarse en su transición. Actualmente se encuentra con bloqueadores, por lo que ya dejó de menstruar. La idea es comenzar el próximo este año con la testosterona, con lo que su rostro comenzará a tomar rasgos masculinos.

Y en diciembre del año pasado dio uno de sus grandes pasos. Se sometió a una cirugía, donde –“por fin”, dice- dejó de ser copa D.

Hasta ahora Andrés recurría a una faja para poder reducir su busto. “Era fome, porque como tenia copa D, en vez de salir a la calle sin nada salía como con copa B. Me quedan las caderas anchas, pero no sé cuánto es huesito y cuanto es perder peso", relata.

En verano recibió sus primeras sudaderas. Una de ellas se la regaló su abuela, quien –además- aportó con dinero para la operación.

Con todo, Andrés ya inició los trámites con abogados para modificar sus documentos. Un proceso que ya les ha tomado un año, donde han debido presentar documentos, certificados y muchos, muchos testimonios. Desde profesores, a su ex pololo, e incluso una psicóloga que lo vio en 2013 y no logró determinar que era trans.

A esto se suman los peritajes físicos y psicológicos que tendrá que realizar ante el Servicio Médico Legal. Sobre ellos, Andrés está determinado a realizar el sexológico, pero recurrir a la corte de apelaciones para evitar el psicológico, que –en promedio- demora seis meses.

“Encuentro que está bien que uno acredite que tiene disforia, es un mal necesario tener algún certificado, pero no sé si sea necesario hacer un examen físico y psicológico en el SML. Con tener algún papel que acredite que uno tiene disforia debiera ser suficiente”, señala.  

Andrés plantea que en caso de contar con una ley de identidad de género, nada de esto sería necesario. "Tengo 19. Puedo casarme, puedo tener una guagua, puedo adoptar una guagua y no puedo cambiarme el nombre, o para cambiar mi nombre tengo que hacer todo este trámite", remata.

En marzo de este año Andrés ingresará a estudiar diseño teatral en la Universidad de Chile. Su idea es poder colgar su título y que aparezca el nombre con que se identifica. 

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