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El Acuerdo Sykes-Picot y la supremacía occidental

El Acuerdo Sykes-Picot y la supremacía occidental
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Hace un siglo, Gran Bretaña y Francia planearon la división del Cercano Oriente para poder controlar su territorio.

El 16 de mayo de 1916, el Reino Unido y Francia sellaron el Acuerdo Sykes-Picot, un pacto secreto que preveía la división de buena parte del Impero Otomano –contando con su derrota en la Primera Guerra Mundial– en zonas de control e influencia británicas y galas. Los primeros planeaban regir sobre lo que hoy es el sur y el centro de Irak, mientras los franceses tendrían la última palabra desde el sureste de la actual Turquía hasta el Líbano, pasando por Siria y el norte de Irak. En los territorios entre uno y otro bastión –donde ahora se encuentran Siria, Jordania, el oeste de Irak y la parte norte de la península arábica– debía asentarse un reino árabe bajo el mandato británico-francés. Pero no todo salió como había sido pensado. DW habló con Maurus Reinkowski, profesor de Estudios Islámicos en la Universidad de Basilea, sobre las secuelas del Acuerdo Sykes-Picot, hoy más tangibles que nunca.

Deutsche Welle: Profesor, usted conoce bien la historia contemporánea del Cercano Oriente y del este del Mediterráneo… ¿Cuáles eran los objetivos principales del Acuerdo Sykes-Picot?

Maurus Reinkowski: Hasta entonces, el Imperio Otomano dominaba la región descrita. París y Londres daban por sentado que el Imperio Otomano no perduraría. Con el Acuerdo Sykes-Picot se buscaba evitar enfrentamientos entre potencias europeas a la hora de repartir el botín de la Primera Guerra Mundial. Pero ese pacto fue sólo el primer bosquejo de una repartición de territorios. Esa división terminó consumándose de otra manera; Francia y Gran Bretaña tuvieron serias pugnas en torno a la demarcación exacta de los territorios.

¿Por qué sigue siendo tan controvertido el Acuerdo Sykes-Picot a cien años de su suscripción?

Porque simboliza como ningún otro pacto el nuevo ordenamiento impuesto sobre la región después de la Primera Guerra Mundial y, por otra parte, debido a la manera en que ese acuerdo secreto se hizo público. Tras la Revolución Bolchevique en Rusia, el entonces comisario de asuntos exteriores, León Trotski, lo expuso como evidencia de la deslealtad y de las ambiciones imperialistas de Londres y París, otrora aliados de Moscú en la Primera Guerra Mundial. El mapa que ilustra ese pacto no deja duda de esas aspiraciones colonialistas.

En ese mapa se trazó una línea que, en realidad, se extiende sobre cientos de kilómetros, desde Haifa, en el norte de lo que hoy es Israel, hasta Kirkuk, en Irak. En el mundo árabe, la sabiduría popular alude a una larga tradición de gestos malintencionados en Occidente de cara a los pueblos orientales o musulmanes. El Acuerdo Sykes-Picot calza perfectamente en esa idea de la supremacía y la intrusión occidental en el mundo islámico. También pienso que ese pacto ha vuelto a ocupar un primer plano debido a los conflictos de Irak y Siria.

La desestabilización de Irak a mediados de la década pasada y de Siria a partir de 2011 hizo que el Cercano Oriente ardiera, precisamente la región definida en el Acuerdo Sykes-Picot. Durante la Revolución Islámica de Irán, en 1979, o en el marco del auge de la organización terrorista Al Qaeda, ese acuerdo no jugó un papel prominente…

Los terroristas del autoproclamado Estado Islámico (EI) dicen querer fundar un califato en el lugar donde las potencias coloniales crearon Estados árabes artificiales. ¿Pueden ellos contar con amplio apoyo de la población local cuando articulan su odio por los Estados de la región?

Yo creo que sí. Existe un gran malestar entre los árabes debido a la larga historia de influencia occidental en el Cercano Oriente. Muchos elementos de la actual miseria que se registra en esa región son atribuidos a la política occidental, que ha sido documentada sobre todo desde la Primera Guerra Mundial. Pero si uno consultara a los libaneses o a los jordanos y les preguntara si desean unirse a un macroestado como el que propone EI –independientemente del sesgo islamista de ese grupo–, la gran mayoría diría que ‘no’. Mucha gente está satisfecha con sus Estados nacionales y mal dispuesta a cambiarlos por otro más grande e impuesto.

¿Existen concepciones menos arbitrarias para la demarcación de fronteras en el Cercano Oriente que la del Acuerdo Sykes-Picot?

El problema es que aun quienes quieren establecer un orden más justo –uno que le dé a los kurdos la posibilidad de vivir en su propio Estado federal, por ejemplo– están de manos atadas por la Realpolitik. Los Estados occidentales piensan en términos de Realpolitik: ellos quieren que se respeten las fronteras actuales hasta donde sea posible porque no saben si una nueva demarcación puede generar un ‘efecto dominó’. Es fácil imaginar la demarcación de fronteras en Irak porque la distribución de sus pueblos es relativamente clara.

Los chiitas se concentran al sur de Bagdad, los sunitas están en el centro de Irak y los kurdos, en el norte; pero en Siria la situación es mucho más difícil. Por eso pienso que la clase política internacional tenderá a actuar de tal forma que algunos parámetros se mantengan estables: asegurando la existencia de Israel y de las monarquías del Golfo Pérsico –que a su vez contribuyen a estabilizar la región–, y el reconocimiento de la actual posición de Turquía, que tiene el privilegio de ser socio estratégico de Estados Unidos y Europa.

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