La independencia escocesa y la amenaza del nacionalismo, por Javier Sajuria

La independencia escocesa y la amenaza del nacionalismo, por Javier Sajuria
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(Foto: AP)

El referéndum de independencia más antiguo que se tiene recuerdo es el que los habitantes de Liberia organizaron para separarse de Estados Unidos, en 1846. De ahí en adelante, la historia nos ha dotado de variados ejemplos de ejercicios democráticos conducentes a independencias nacionales. La lista es larga, y está dominada por países que decidieron separarse del Imperio Británico y de la Unión Soviética. Hasta ahí, no hay mucha novedad en que los ciudadanos de un territorio decidan elegir en las urnas su camino. Sin embargo, el caso de Escocia presenta algunas diferencias.

Hoy, ese país tiene un estatus intermedio entre un estado federal y una región autónoma. Cuenta con su propio parlamento y su propio gobierno, dirigido por el líder nacionalista Alex Salmond. Toma decisiones sobre sus sistemas educacional y de salud. Incluso tiene la facultad de crear nuevos impuestos, aunque las entradas que generen van a Londres, no a Edimburgo.

Los nacionalistas han logrado instalar, casi hasta el punto de ganar, que Escocia se merece y puede tener una vida exitosa independiente. Han logrado apelar a una historia de constantes tensiones (cuando no de maltrato) con sus vecinos del sur, para argumentar que es tiempo que los escoceses sigan su camino solos. Y no es impensable. Su economía parece segura por algunos años, gracias a las reservas de petróleo más grandes de la Unión Europea y a la reputación de sus whiskies. Si bien quedan muchos temas por definir, como qué moneda tendrían o su eventual membresía en la Unión Europea, todos ellos parecen ser menos trascendentes de lo que los unionistas pretenden mostrar. Desde un punta de vista racional, no parece una mala idea. Hasta suena de sentido común.

El principal problema del proceso de independencia escocés no radica en las herramientas con que cuenta el país para salir adelante, sino en las motivaciones políticas e ideológicas que producen el impulso inicial. Tal como editorializó The Guardian el fin de semana, el referéndum escocés nace desde el nacionalismo. La construcción de una identidad nacional fuerte suele estar relacionada con culpar al otro de los problemas propios. Ejemplos sobran y los tenemos a la vista (culpar a los extranjeros sobre el desempleo, las malas costumbres, los robos, etc.).

Si bien el partido nacionalista escocés no pertenece al grupo de movimientos de derecha radical que están de auge en Europa, y que su nacionalismo no se mezcla con racismo y xenofobia, hay algunas señales preocupantes. Encuestas recientes muestran que una de las principales motivaciones de quienes votan a favor de la independencia no tiene tanto que ver con un nacionalismo manifiesto, sino con el rechazo a Westminster. En el fondo, se mezcla una justificable molestia con tener a otros tomando decisiones sobre la realidad local, con la necesidad de buscar culpables en un lugar distinto a uno mismo. Y es que el escenario es ideal. Escocia es el rincón de izquierda de Gran Bretaña y cuenta con un estado de bienestar más robusto que sus vecinos del sur. Aún así, debe lidiar con las decisiones tomadas en Londres por gobiernos que son, en promedio, más conservadores que el electorado escocés.

Escocia recuerda con poco cariño los años de Thatcher, y no han recibido de buena gana las políticas de austeridad de Cameron. Por mientras, ellos deben entregar los ingresos del petróleo y albergar el arsenal nuclear británico, a pesar de no estar de acuerdo. El trato, al menos, es desigual. Por lo mismo, años y años de abuso y maltrato son el caldo cultivo para sentimientos nacionalistas. No es impensable que la historia escocesa pase del nacionalismo sensato a la intolerancia en la medida en que los ánimos se exacerben. Lo que hoy es una anécdota, como Andy Murray celebrando las derrotas inglesas en fútbol, puede convertirse en un problema grave en un país amenazado por el racismo al estilo UKIP. Como dice The Guardian, el nacionalismo no puede ser la respuesta ante la injusticia social.

Hay pocos momentos más admirables que cuando un pueblo tiene la oportunidad de ejercer su derecho a la autodeterminación, sobre todo cuando la decisión es precedida por una negociación pacífica y civilizada. Los habitantes de Escocia tienen esa oportunidad histórica de tomar las riendas de su propio futuro, sea cuál sea el resultado. Lo importante es comprender que Escocia estará inserta en un mundo global que crece y mejora en la medida en que se alimenta la confianza y la diversidad. Construir una nación desde la negación del otro puede generar un hito fundacional perverso. Los escoceses, y todos quienes miramos con admiración su madurez política, merecemos más que eso.

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