Una historia aparentemente pequeña a veces puede convertirse en un gran misterio. Es lo que está pasando aquí, en el barrio Yungay, donde vive el Presidente.

La madrugada del martes 19 habría ocurrido una fuerte explosión a pasos de la residencia del Presidente Gabriel Boric, este sector patrimonial de la comuna de Santiago.

A las 03:40 horas, el Mandatario sintió un estruendo. Salió de su casa -una residencia remodelada de 432 metros construidos y 230 de terreno, 17 espacios y 9 baños- para ver lo que ocurría en el sector. Acompañado de sus escoltas y la guardia de Palacio, el Presidente buscó rastros de alguna explosión.

En la Radio Bío-Bío, Tomás Mosciati puso en duda que haya habido una explosión. “El Presidente está alarmado. La guardia no escucha nada. ¿Alguien escuchó algo? Nadie”, dijo. Hay un dilema que se conversa en el barrio. Los entrevistados para esta crónica dicen que no escucharon nada, aunque es posible que por lo tarde del episodio, el ruido no los haya despertado.

La denuncia. Desde comunicaciones de la Presidencia, afirman que “efectivamente se hizo una denuncia por parte de la 3° Comisaría de Santiago ante la Fiscalía Centro Norte, por lo que cualquier consulta o detalle hay que consultarlo directamente a Carabineros”.

Desde Fiscalía Regional Metropolitana Centro Norte, confirman que “hay una denuncia. Da cuenta de que se escuchó un estallido. La causa se asignó al fiscal Ricardo Villarroel que lo verá con OS9 de Carabineros”.

El domicilio de Boric. La casa de Huérfanos fue construida en 1929. Allí vive con Felipe Valenzuela, uno de sus mejores amigos, a quien conoce desde su época en Punta Arenas y hoy trabaja como asesor en el Segundo Piso de La Moneda. Antes de convertirse en vivienda presidencial, se arrendaba en $ 3 millones y se vendía en $ 611 millones. Pero hay expertos inmobiliarios que dicen que en el barrio ha bajado la plusvalía, por el exceso de movimiento, prensa y policías.

En el barrio Yungay, la tarde de un martes, el sector muestra su mejor cara: la brisa corre entre los árboles y las casonas recuperan parte de su brillo. Cafés y restaurantes invitan a ocupar sus terrazas. Hay una tranquilidad envidiable. Pero es una ilusión. La seguridad se debe a que estamos en los sectores aledaños de la casa del Presidente. Apenas tres cuadras hacia el norte reina la inseguridad. Han aumentado los homicidios y robos. Algunos vecinos temen la existencia de bandas extranjeras, que arriendan habitaciones en las cercanías.

A fines de enero, la Congregación Hijas de San José, ubicada en el barrio, denunció que dos de sus monjas fueron atacadas. Dos extranjeros saltaron la parte más alta del convento, caminaron por los techos y cuchillo en mano, amenazaron a las religiosas de violarlas y les pidieron dinero. Las amarraron de pies, cuerpo y boca.

La pregunta. En estos días, muchos vecinos se preguntan qué escuchó el Presidente. Intentamos encontrar a alguien que haya escuchado ruidos ese martes, pero no fue posible. Una pareja madura tomada de la mano, que lleva harto tiempo viviendo acá, dice que viven al lado de la casa de Boric. Estaban ahí, en su casa, y no escucharon nada. Y aseguran que en general se despiertan con los ruidos. De los fuegos artificiales de los narcos, por ejemplo.

“Ninguno de los vecinos con los que hemos conversado, escucharon el ruido. Es un misterio”, comenta el hombre sonriendo. Lo mismo dice una niña que atiende el almacén de la esquina, aunque afirma que ha escuchado de otras personas el rumor de un posible ruido esa noche. Pero no lo puede confirmar.

El carabinero apostado en la cuadra donde vive Boric, donde solo entran los residentes, coincide en que nadie escuchó nada. Ni los policías ni los vecinos. “Pudo ser un fuego artificial de narcos que es la señal que dan cuando les llega la droga. En esta parte se está súper tranquilo, pero tres cuadras más abajo es el infierno. Hace poco mataron a una persona ahí. Entonces esta es como una isla en el en el barrio”.

Curanto y pisco sour. La dueña del bar La Trova lleva dos años y medio aquí en el barrio y dice que “nadie escuchó nada. He hablado con todos los vecinos que conozco y dicen lo mismo. Nadie escuchó nada, yo tampoco”. Ella cuenta que él viene varias veces al bar y siempre pide curanto y un pisco sour. Muchas veces lo pide para llevar o lo vienen a buscar. “Ha venido con su polola. Pero se quedan poco rato, porque la gente ve al Presidente y le pide fotos o cosas. Es un poco cansador para él”.

Según ella, la llegada del Presidente al barrio no ha sido un buen negocio. “Las ventas han bajado mucho. En vez de ayudar, esto ha empeorado la situación, porque en la tele dan puras noticias negativas del barrio”.

Lo bueno es que la seguridad ha aumentado en las cercanías de la casa presidencial. Después de muchas peticiones, “por fin sacaron las 30 o 35 rucas (carpas donde vivían indigentes) que habían en el Parque Portales. La alcaldesa los defendía, pero tuvo que sacarlos por orden de la Corte Suprema. Había un líder que le decían El Rojo, porque era del Partido Comunista”.

Tienda favorita. La disquería Brieva, una estupenda tienda de vinilos que lleva 6 años en el barrio y se ubica en la esquina suroriente de la residencia presidencial, es uno los negocios favoritos de Boric. Eduardo Brieva cuenta que ese sector está más seguro, pero que en general unas cuadras más abajo el barrio se pone muy peligroso. Dice que no ha escuchado a nadie que haya dicho que escuchó la explosión, que puede haber sido un fuego artificial narco, pero no está seguro.

Y comenta: “Cuando viene Boric prefiero no molestarlo ni hacerle muchas preguntas de actualidad, porque todo el tiempo toda la gente se le acerca a pedirle cosas. Él compra hartos discos, desde Sui Géneris a Pink Floyd y Metallica. Me trae algunos discos suyos para intercambiar, pero la verdad es que no son tan buenos”, se ríe.

Hay mucha presencia policial. A alguna gente que pasa le piden identificación. Detienen un vehículo de un venezolano que hace uber. Le requisan el auto y el joven se ve muy nervioso. “Me va a dar algo”, se toca el corazón.

Una media docena de motos, también de delivery, son amontonadas en un carro policial que parte raudo con los vehículos incautados mientras sus usuarios observan. A una cuadra de allí, un hombre se tira intempestivamente encima de un vehículo detenido y se cae en la acera. “Es una trampa”, dice un tipo en moto, sugiriendo que se trata de un simulacro para robar o hacer una estafa. “Te acercas y te asalta”. De hecho, luego de un rato se levanta y camina. Son los contrastes del Barrio Yungay.

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