Este martes, la Comisión contra la Desinformación entregó su primer informe a la ministra de Ciencia, Aisén Etcheverry, en el que principalmente se analizó el escenario actual de nuestro país respecto a este fenómeno. 

La instancia que fue cuestionada por la oposición que consideró que atentaba contra la libertad de expresión, revisó la legislación actual de nuestro país respecto a la desinformación, estudió qué dicen los organismos internacionales al respecto y cómo se expresa el fenómeno en el día a día. 

La comisión concluyó que “la información falsa se difunde más rápidamente y llega a más usuarios en Chile que la verdadera en Twitter y Facebook;Instagram, en cambio, parece menos afectado por este fenómeno, al menos por ahora, probablemente por la naturaleza más visual de esta plataforma”.

“La mera frecuencia de uso de redes sociales no es un predictor de la credibilidad en desinformación. Al contrario, un uso más intensivo de redes redunda en una menor credibilidad y pareciera  hacer a los usuarios más escépticos ante el contenido que encuentran”, explica el informe de 110 páginas. 

Sobre el contenido mismo que se somete a la desinformación, un análisis recogido por la comisión dice que “los contenidos falsos que se distribuyen en Chile son más sensacionalistas y verbosos, y léxicamente más simples que la información verdadera. Presentan por lo tanto menores barreras de comprensión lectora”. 

 

“Esto no es un tema menor: varios estudios dan cuenta de bajas tasas de alfabetismo funcional en Chile, lo que supone una mayor dificultad para acceder y entender información verdadera, con su lenguaje más preciso y vocabulario a veces más científico, que la desinformación, muchas veces planteada en términos más sencillos y que no requieren conocimiento especializado”, agrega. 

Quiénes promueven la desinformación

La comisión estableció tres tipo de factores que podrían facilitar la desinformación en las personas. Uno son los personales y psicológicos, como la creencia en teorías conspirativas y la confianza en los propios contactos, además de antecedentes sociodemográficos, como el nivel de educación y el género. 

Otros son ciertos usos específicos de redes sociales, con un efecto negativo en la credibilidad y nula incidencia en el compartir desinformación. Y el tercero son determinadas opiniones y actitudes políticas, con personas más activas políticamente en espacios digitales y aquellos más inclinados a la derecha creyendo y compartiendo más desinformación, al menos en el contexto particular de este estudio. 

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