Desde Edimburgo, el investigador del Instituto de Estudios de la Sociedad (IES) Pablo Ortúzar analiza el momento actual de la centroderecha. El antropólogo tiene autoridad para hacerlo: en 2016 formó parte de un equipo amplio de políticos y académicos para redactar los principios de la entonces naciente coalición Chile Vamos. En enero de ese año, de hecho, se formó una comisión encargada de recabar opiniones de los centros de estudio afines a la derecha para redactar un documento fundacional. 

Aquí, Ortúzar -quien cursa su tercer año del doctorado en teoría política de la Universidad de Oxford- advierte que el sector sigue sin creer en la política y por eso, advierte, aún no existe un relato común. “No se ha logrado construir un discurso propositivo porque hay divergencias antropológicas profundas”, afirma. 

—Usted participó en la redacción de los principios de Chile Vamos. ¿Cuál es su análisis actual de la coalición?

—En ese momento tuvimos un conflicto muy fuerte con el mundo liberal atomista y relativista moral. Les molestaba reconocer la objetividad de la jerarquía de necesidades humanas y también la naturaleza social de la persona humana. Una economista de Libertad y Desarrollo hasta nos dijo, literalmente, que ella no renunciaría nunca a defender el “homo economicus”. Evópoli se subió a ese mismo carro. Y ahora creo que todo esto les explota en la cara: ignorar la naturaleza asociativa del ser humano y hacer caso omiso a las necesidades básicas para su florecimiento al final es como pilotear un avión con el panel de control apagado. La estrechez del orden y la imaginación política “liberal”, explicada notablemente por Micheá en “El imperio del mal menor”, quedó ahí en brutal evidencia. 

—¿Cree que, en esa oportunidad, 2016, los principios acordados fueron insuficientes? También se debatió en ese momento la construcción de un relato político.

—El debate dejó en claro que el mundo liberal atomista y relativista había dado por muertos los equilibrios ideológicos que permitieron a conservadores y liberales convivir en los años 80. Que ellos pensaban que la antropología cristiana y nociones como “patria”, “nación”, “pueblo” o hasta “persona” eran ya un simple lastre. En el fondo, ellos estaban convencidos de que la unidad y función del sector era defender la economía de mercado pura y dura contra viento y marea. Y que eso era, a fin de cuentas, la derecha. En esos términos, claro, es imposible construir un relato político que no sea simplemente entendido como farsa o adorno. Quienes no creen en la política no pueden producir un relato político. 

—¿Chile Vamos entonces sigue en una búsqueda eterna de su relato político?

—Lo que queda en común en la derecha es el temor a los regímenes totalitarios y colectivistas. Pero ese es un discurso defensivo. No se ha logrado construir un discurso propositivo porque hay divergencias antropológicas profundas. 

—Daniel Mansuy afirmaba que el piñerismo nunca fue un proyecto auténticamente colectivo. ¿Su figura le impide esta cultura de coalición?

—El Presidente Piñera, al igual que la Presidenta Bachelet, construyeron liderazgos personalistas y terminaron gobernando solos, acompañados de sus amigos y cercanos. Esto en parte se debe a la descomposición política e ideológica de los partidos, pero también a la falta de voluntad de revertir esa situación. Al personalista le acomodan los partidos medio desarmados, que puede controlar a cambio de unos cuantos puestos de gobierno y la repartija de algunas reparticiones públicas.

—¿Se siguen dando las mismas tensiones de la derecha: economicismo versus política? Le pregunto, sobre todo, por la discusión del retiro anticipado del 10% de las AFP.

—El sistema económico y el sistema político se encuentran estrechamente acoplados en una sociedad compleja. Pretender que se puede optar por la primacía del uno sobre el otro es un pensamiento primitivo. Esto no es la polis griega, aquí no hay autarquía ni esclavos. Luego, todo el debate que opone radicalmente ambas dimensiones o que las presenta como desacopladas debe ser sometido a profunda sospecha. Lo más probable es que se trate de una construcción teórica sin correlato en la realidad. Un sueño de la razón. 

—¿Cómo interpreta esta doble señal: la votación en general y la aprobación en particular del proyecto de retiro de pensiones en la Cámara?

—Es una mezcla de cosas. Impotencia y lenidad del Ejecutivo, demagogia del legislativo, ansiedad electoral y un sálvese el que pueda político. Pero en el corazón de todo hay un voto popular de desconfianza y reproche contra nuestro sistema previsional que debemos tomarnos muy en serio. Hay tantas ganas de castigar dicho sistema que mucha gente prefiere a ojos cerrados una política regresiva, lenta y dañina como el retiro del 10% a las alternativas disponibles y más convenientes. Esto hay que leerlo en la lógica de octubre entonces, no en la de la pandemia.

—¿Qué significa para un gobierno de derecha que la mitad de sus diputados no estén dispuestos a defender el sistema de pensiones?

—Desorden ideológico y político. La UDI se lamenta ahora, pero fueron de los primeros en farandulizar la política. El show y la farsa al final del día no sirven para construir políticamente, por más que den fuerza electoral. Eso lo tenía clarísimo Guzmán, al que deberían leer más y prenderle menos velitas.

“Es momento de que los liberales moderados desplacen a los extremistas”

—Pareciera que las tensiones de las últimas semanas tienen que ver con una explosión de las inquietudes de la clase media. ¿Cómo enfrenta la derecha ese fenómeno? Al ganar la elección, se dijo que habían triunfado gracias a ese sector y su diagnóstico al respecto.

—El discurso y el programa con el que Piñera llegó por segunda vez a la presidencia tienen muy poco que ver con los equipos que armó para gobernar una vez instalado en La Moneda. Digamos que hizo la campaña con Idea País y el IES, pero entró a gobernar con Libertad y Desarrollo y la Fundación Para el Progreso. El eje de la campaña fue decir que la desigualdad social extrema era un problema real, y que solucionarlo estaría en el corazón del gobierno. Pero Valente, Varela, Larroulet, por ejemplo, son personas que creen que la desigualdad no es  tema. Que pensar así es “hacerle el juego a la izquierda”. Y, bueno, pasó lo que pasó. 

—¿Cómo observa la proyección de Chile Vamos, dada su crisis profunda?

—Es momento de que los liberales moderados desplacen a los extremistas y renovemos un pacto entre visiones conservadoras y liberales reformistas, que entienden la dimensión social e institucional de la persona humana. Esto no significa excluir escuelas de pensamiento, como algunos podrían creer. Por ejemplo, Rolf Lüders, que es un friedmaniano duro, es también una persona criteriosa, responsable e intelectualmente honesta. Lo que se tiene que acabar es el simplismo panfletario y antipolítico. 

—Usted dijo que no tenía claridad de que este gobierno pueda terminar su mandato. Con la aprobación en particular del proyecto de retiro de pensiones en la Cámara, ¿cómo proyecta al gobierno?

—El futuro está abierto y lleno de posibilidades terribles. Los momentos históricos de conflicto elitista y descontento popular suelen terminar muy mal. Y si uno le suma un choque entre poderes del Estado, peor. El Presidente Piñera, en este contexto, comienza a adquirir un perfil trágico, que no va con su personalidad. A diferencia de Allende, no sueña con ser “carne de estatua”, pero se va convirtiendo de a poco en una, y la gente comienza a tratarlo como si lo fuera. Como si fuera un signo congelado del pasado. La representación de alguien que ya fue.

La “falsa dicotomía” de la política y lo técnico

—La UDI desató una crisis pública al afirmar que este gobierno no actúa con convicciones y dicen estar hastiados de defender a un gobierno que no los escucha. ¿Cómo ve esa postura y su estado actual?

—¿De qué se trata hoy la UDI? ¿Cuál es esa línea ideológica supuestamente ignorada por el gobierno? Ellos eran un partido doctrinario y de cuadros que devino luego en un frente de masas popular, y finalmente degeneró en una maquinaria de poder sin contenido. Entonces cuando dicen esas cosas uno se imagina que están pidiendo simplemente más espacios de influencia a cambio de su lealtad, no que están haciendo una crítica de fondo, porque el fondo es lo que ya casi no les queda. Y rara vez este juicio es un error. Yo lo siento mucho por aquellos al interior de la UDI que todavía creen en el proyecto sustantivo delineado por Guzmán, pero por lealtad a ese mismo proyecto deberían ser capaces de darse cuenta de lo distorsionado que terminó todo. 

—¿Cómo ve el liderazgo del diputado Mario Desbordes? Un sector de RN desde el 18 de octubre viene marcando una diferencia sustancial en cómo abordar la economía; mientras otro sector -de Andrés Allamand- incluso se ha derechizado más.

—Mario Desbordes es un liderazgo potente que se ha esforzado sistemáticamente por representar y conducir a la clase media. El riesgo obvio es que si ese esfuerzo no saca músculo técnico termine degenerando en adulación populista en vez de en conducción responsable. Creo que el debate sobre el 10% es un buen ejemplo. Ahí él y muchos más claudicaron de su rol de conducción, y simplemente adularon a la calle. El resultado es bien desastroso.

—¿Cómo observa el momento de Evópoli: un partido pequeño tomando el poder? Si el gobierno fracasa en lo político, ¿cómo lidia Evópoli con no haber podido mostrar una gobernabilidad exitosa?

—Evópoli a estas alturas no tiene proyecto. Al principio se supone que su tema era el compromiso social y la opción preferencial por los débiles. Después sacaron una agenda light de liberalismo zapallarino. Y cuando llegó la crisis social estaban off side. Sus dos grandes valores, Blumel y Briones, valen por su peso propio; no por el partido. Y han sido de los mejores rostros de este gobierno, pero son como dos personas metidas en el agua tratando de llevar hacia la costa, a pura tracción humana, una lancha con el motor malo.

—El ministro de Hacienda, Ignacio Briones, hace unas semanas, se reconoció más técnico que político y dijo que había descubierto a los “políticos profesionales”. ¿Cree que en este segundo gobierno de Sebastián Piñera nuevamente está esa dicotomía entre política y técnica? A raíz de la crítica de que no ha habido capacidad política...

—Esa dicotomía es, en algún sentido, falsa: la técnica busca producir efectos en el mundo y la política es el medio a través del cual se crean las condiciones de posibilidad sociales para aplicar medidas técnicas. Son dimensiones inseparables. Otra cosa es que haya técnicos que piensan que la sociedad no existe o que el mundo social se rige por reglas como las que gobiernan la física. Un buen técnico es uno que entiende las limitaciones de su perspectiva, al igual que un buen político. Y ambas visiones se complementan. El ministro Briones es un buen ejemplo. Y eso es justamente lo que le ha faltado a la derecha. Tenemos demasiados newtonianos sociales. 

—A propósito de eso, los partidos se enfrentaron por la ley que limita la reelección. ¿Hay un menoscabo en el gobierno o de Evópoli -que avala la renovación- a quienes han dedicado su vida a la política partidaria?

 —Ese debate fue realmente picante. Una guerra entre atornilladores y aserruchadores. No se pusieron nunca sobre la mesa los argumentos de peso en un sentido u otro. Y me temo que, al poco andar, esto sea como el voto voluntario. Una medida que sonaba teóricamente bien, pero que, al entrar en contacto con la realidad, termina simplemente erosionando lo que venía a salvar. Yo no creo que la renovación política pase por “rostros frescos”. Eso es como marketing de sabores de jugo. Aquí lo que hace falta es otra cosa, que es dignidad republicana y altura de miras. El mismo debate sobre la reelección mostró a nuevas camadas políticos de bajísimo nivel confiados en que su novedad era su gracia. 

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