Las niñas que son abusadas sexualmente en la infancia tienen más probabilidades de volverse obesas cuando crecen. Al igual que muchas mujeres, Pauline Sharp comió en exceso como estrategia para salir adelante, usando sus 152 kilos como un "relleno de protección contra el mundo exterior". Este es su testimonio.

Apenas puedo recordar el sabor de las cosas que comí de niña. Durante los 17 años que soporté el abuso emocional y físico a manos de mis padres, cada uno de mis sentidos se entumeció. Cuando estás en modo de supervivencia, no sientes nada.

La casa de mi familia parecía un típico aburrido hogar suburbano, pero por dentro era un infierno. Fue mi padre quien llevó a cabo la mayor parte del abuso, pero mi madre estaba completamente bajo su control.

Tenía que estar esperando junto a la puerta con su maletín cuando salía de la casa por la mañana y tener la cena servida en la mesa cuando regresaba. Lo que fuera que ella cocinara, nunca era para mi disfrute.

Durante la cena mi padre me decía que yo era venenosa y tenía suerte de que me alimentaran. Me sentaba en silencio comiendo las tartas de mi madre, tratando de no dejar migajas. Me aterrorizaba decir algo que pudiera molestarlos. Creía que si podía ser "buena" para mis padres podría ganar su amor, pero eso nunca sucedió.

Cuando era "traviesa" no me dejaban comer, así que recurría a robar todo lo que podía. Recuerdo una vez haber estado tan desesperada que despegué un chicle del piso del patio durante el recreo y me lo comí.

Escondía queso, rebanadas de pan y tomates y los comía en secreto en mi habitación. Si me descubrían, sufría por ello. Mis padres nunca necesitaron una excusa para castigarme. Estoy segura de que inventaron cosas.

Si no hacía mi cama adecuadamente o si llegaba cinco minutos tarde de la escuela podían golpearme con una cuchara de madera, cortarme, quemarme o abusar sexualmente de mí, dependiendo de cómo se sintiera mi padre ese día.

Humillación

Utilizaban la comida ritualmente para humillarme. Una mañana me dieron de comer papilla de avena, que me descompuso, y mi madre me obligó a comer mi propio vómito. Todavía lidio con la vergüenza de esos recuerdos.

Mis padres me prohibían estrictamente visitar las casas de otras personas, pero un día me permitieron ir a la casa de mi amiga. Había risas y ruido y olía a galletas . Recuerdo haber pensado que era extraño que los niños pudieran abrir la nevera sin ser castigados. Yo no me atreví a acercarme.

Después de décadas de haber sido abusada sexualmente por mi padre y otros hombres no pude escapar de su control emocional, hasta que, a los 22 años, dejé la casa de mis padres para ir a trabajar como niñera en Canadá. Volé lo más lejos que pude, pero nunca me liberé realmente de ellos.

Traté de construir una vida "normal" lejos de mis padres. Estaba convencida de que estaba retomando el control pero, con ellos viviendo dentro de mi cabeza, comencé a adoptar nuevos hábitos destructivos.

Desde los ocho años había abusado de mi cuerpo. Siempre me dijeron que estaba lleno de veneno y quería infligirle tanto daño como pudiera. Junto con la autolesión, comencé a beber mucho y a atracarme frenéticamente con comida.

Mi padre me hizo creer que todos me miraban, que la gente podía ver que estaba podrida. Intentaba todo lo que estaba a mi alcance para encubrirlo. Ser gorda era parte del encubrimiento. "Ya soy fea", pensé, "¿por qué no hacerlo aún peor? Entonces la gente realmente no querrá conocerme".

Cuando me deprimía pedía comida india y la comía en mi habitación. Miraba los montones de curry y arroz frente a mí y me decía a mí misma: "No quiero hacer esto, pero tengo que hacerlo". Cuando terminaba de atracarme sentía una ráfaga de alivio, por una fracción de segundo, del dolor que mis padres me habían infligido.

Hacía cualquier cosa por sentir algo. Comía y comía hasta sentirme enferma y avergonzada. Luego, unas horas más tarde, comenzaba a comer de nuevo.

Una máscara

Todos los días me ponía una máscara. Mi creciente peso corporal estaba haciendo de colchón entre el mundo exterior y yo. Para mí, ser obesa era un disfraz. Me mantuvo a salvo de los ojos vigilantes.

Hacía que las personas no pudieran ver que por dentro era malvada pero también me hacía sentir más invisible. Quiero decir, ¿quién quiere molestarse con una gorda fea que no vale nada?

Creo que existe la percepción de que para las personas obesas comer es un lujo. La gente cree que la gordura es autoinfligida, que las personas obesas se están dando el gusto a sí mismas, pero en esa época a mí no me gustaba mucho la comida. De hecho, ni siquiera le sentía el gusto.

Cuando más gorda estuve los adolescentes me gritaban en la calle llamándome "Mujer elefante". Era consciente de que me juzgaban por mi talla, pero no era nada comparado con lo que yo sentía yo misma. Creía que me merecía los comentarios desagradables. Los anhelaba.

Durante muchos años trabajé duro para parecer normal. Oculté el dolor de mi infancia de todos. Lo hice muy bien, logré mantener la cabeza a flote. Nunca le dije a nadie nada sobre el abuso.

Luego, en 1991 conocí a mi maravilloso esposo y tuvimos un hermoso bebé. Todo lo que quería para mi hijo era crear recuerdos felices para él, así que empujé mi dolor hacia adentro para mostrarle que era amado.

Fue en mis 40 cuando todo se vino abajo. Estando de vacaciones vi a un hombre. Algo familiar sobre la forma en que estaba vestido desencadenó un episodio de estrés postraumático relacionado con el abuso sexual.

Fui hospitalizada durante siete semanas. Incluso en el pabellón psiquiátrico me autolesionaba y comía demasiado. Pedía pizzas y curry a mi habitación privada y tenía dulces y chocolates escondidos, de la misma forma que había guardado la comida cuando era niña.

No podía dejar de comer

Finalmente, después de varias citas con profesionales de salud mental, encontré un terapeuta que me ayudó a abrirme sobre mi infancia. Fue a través de la terapia que comencé a procesar lo que había pasado. En este punto, la terapia se enfocaba en mantenerme viva y estable, más que en modificar mi dañina relación con la comida.

Sabía que no estaba bien, pesaba 152 kilos y cada vez era más y más grande, pero no podía dejar de comer. Me dolían las piernas y las rodillas. Descubrí que tenía artritis y líquido en la rodilla. Me había dañado el tendón de Aquiles y apenas podía caminar. Me dijeron que tenía presión arterial alta y que estaba al borde de la diabetes. Pero comer y autolesionarme eran las únicas herramientas que tenía para controlar cómo me sentía.

Por mucho que odiara mi cuerpo, no quería morir y dejar a mi familia atrás. Me dijeron que necesitaba perder el 10% de mi peso corporal para calificar para la cirugía de pérdida de peso.

Probé con grupos para adelgazar, pero no podía contarle a nadie nada sobre el abuso. El foco de ellos era perder peso y comprar productos dietéticos, no el trauma que me llevó a comer. Los grupos para adelgazar eran demasiado públicos para hablar abiertamente y no me parecían un espacio lo suficientemente seguro.

Perdí 32 kilos de mi relleno pero no sentí el apoyo suficiente o la fortaleza emocional como para mantenerlo y pronto volví a mis viejos hábitos.

Mis problemas de salud se tornaron tan malos que fui a ver a mi médico de cabecera que me recomendó un bypass gástrico. En preparación, vi al psicólogo y hablamos sobre cómo me sentiría perdiendo mi relleno físico.

Antes de mi cirugía para perder peso tuve varias evaluaciones psiquiátricas para asegurarme de que estaba lo suficientemente estable mentalmente para el procedimiento y trabajé con un entrenador personal para perder el suficiente peso como para calificar para la operación.

Al entrar a la cirugía estaba lista para el cambio, pero tan pronto como desperté de la cirugía me sentí expuesta. Estaba constantemente en guardia. A medida que los kilos comenzaron a irse, mi cuerpo cambió drásticamente y entré en pánico.

Vulnerable

Me sentía vulnerable en público, como si la máscara que usé se estuviera yendo y la gente estuviera viendo lo malvada que realmente era. La psicóloga debía asesorarme pero no había estado en contacto con ella, así que arreglé una cita urgente con ella para que pudiera ayudarme a superar mis sentimientos.

Unos meses después de mi bypass gástrico debieron realizarme una cirugía de emergencia por complicaciones. Cuando me estaba recuperando en el hospital el personal me dijo que mi padre había sufrido un ataque al corazón y que yacía muerto en la cama unos pocos pisos más abajo.

Cuando el portero me llevó a ver su cuerpo me descompuse. Tuve que sacudirlo para asegurarme de que realmente estaba muerto. Los crímenes de mi padre murieron allí con él. Nunca lo denuncié a la policía y ni él ni mi madre fueron castigados por lo que me hicieron.

Han pasado dos años desde mi cirugía y he aprendido maneras de mirar mi cuerpo con amabilidad, nutrirlo y creer que es digno de alimento.

Durante toda mi vida me he sentido como alguien que siempre está afuera mirando hacia dentro. He comenzado a hablar sobre el abuso y a abrirme a las personas. Estoy aprendiendo a creer que soy digna de amor.

Sigo tratando de ponerme al día en todos los aspectos de mi vida, trabajando para superar los sentimientos negativos y el comportamiento autodestructivo, pero ahora tengo una relación menos dañina con la comida y el alcohol.

Si no fuera por mi cirugía de bypass gástrico estoy segura de que estaría muerta. Ojalá hubiera más comprensión en la sociedad sobre cómo la comida y nuestras mentes están conectadas. Espero que la educación en torno al trauma pueda ayudar a las personas a sentirse más compasivas cuando ven a alguien muy obeso caminando por la calle.

Después de la cirugía todavía tengo mis cicatrices y la piel suelta. Pero mis cicatrices cuentan una historia. Mi cuerpo puede no ser bonito, pero no está en peligro. Peso 50 kilos menos, ya no corro riesgo de diabetes y mi presión arterial es normal.

Un ejemplo

Puedo disfrutar de las cosas más sencillas, como sentarme en un avión sin tener que pedir una extensión del cinturón de seguridad, subir a una montaña rusa o cortarme las uñas de mis propios pies. Incluso estoy entrenando para una caminata de caridad en China para recaudar dinero para la organización benéfica Survivors of Abuse (Sobrevivientes de abuso).

Ahora puedo tomar decisiones informadas sobre lo que como. Ser capaz de disfrutar de una comida sin querer herirme a mí misma es liberador. Ahora, cuando mi hijo llega a casa, puedo sentarme los domingos con mi familia a comer carne asada y siento el gusto de cada bocado.

Todavía lucho con mi salud mental pero tengo un peso saludable y he aprendido estrategias de superación. Cuando tengo ganas de comer hasta el olvido o de autolesionarme utilizo técnicas de plena consciencia o agarro mi diario.

Mi esperanza es que algún día todos los que necesiten ayuda puedan acceder a ella y avanzar en sus vidas sin ser estigmatizados por su tamaño. Espero ser un ejemplo para los sobrevivientes de abuso de que tienen opciones. He aprendido ahora a amar, nutrir y respetar mi cuerpo. Después de todo, ha pasado por suficientes cosas.

Yvonne Traynor, directora ejecutiva de la organización benéfica Rape Crisis (Crisis por violación), dice:

"Los trastornos alimenticios son una estrategia de supervivencia para las mujeres y las niñas que nos contactan porque han sufrido violencia sexual, particularmente abuso sexual infantil. Ya sea que se presente como anorexia, bulimia, atracones o comer compulsivamente, habrá algo que la ayude a sobrellevar el trauma que ha experimentado.

El trastorno alimentario podría ser un intento de controlar su cuerpo, una forma de evitar la mirada masculina, querer volver a un estado anterior al cuerpo sexualizado, como una forma de autocastigo, una distracción del dolor emocional o una combinación de esos factores.

Para quienes trabajamos con sobrevivientes, se trata de abordar el problema subyacente y explorar la causa, la violencia sexual, y no lo que está mal contigo, sino lo que te ha sucedido".

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