"Fue en Hungría donde botaron la primera piedra del Muro de Berlín", declaró el excanciller alemán Helmut Kohl el 4 octubre de 1990, al día siguiente de la reunificación de Alemania.

"La puerta de Brandeburgo (símbolo de la reunificación alemana) se asienta sobre suelo húngaro", escribió también, varios años después.

Kohl reconocía así la importancia de la decisión de Hungría de abrir completamente sus fronteras en septiembre de 1989, lo que propiciaría la caída del muro dos meses después.

Pero todo empezó con un picnic en las afueras de la ciudad húngara de Sopron, convocado para un 19 de agosto de hace exactamente 30 años.

En ese verano de 1989 miles de "turistas" de Alemania del Este habían llegado a Hungría en busca de una forma de cruzar a Austria.

Los atraía una decisión audaz tomada a principios de ese año por el primer ministro reformista Miklos Nemeth, quien había empezado a desmantelar el sistema de seguridad a lo largo de la frontera.

"Pensé que era obsoleto en el siglo XX", le dijo Nemeth a la BBC, para un reportaje publicado hace diez años, con ocasión del 20 aniversario del "Picnic Paneuropeo".

Aunque como explicó ahí la entonces corresponsal de asuntos europeos de la BBC, Oana Lungescu, otra poderosa razón era que la endeudada Hungría simplemente no se podía permitir el millón de dólares que se necesitaba para mantenerlo.

Esperando poder cruzar

Lungescu también cuenta que cuando regresó a Budapest después de sus vacaciones, Nemeth se sorprendió al ver a cientos de jóvenes y familias enteras acampando frente al consulado de Alemania Occidental.

Otros habían encontrado refugio en la imponente Iglesia de la Sagrada Familia, en un frondoso distrito de la capital húngara.

Entre ellos estaba Robert Breitner, quien para entonces tenía 19 años.

Había llegado solo con la ropa que llevaba puesta, luego de perder su mochila en un intento fallido de fuga.

"La calle estaba llena de automóviles de Alemania del Este", contó Breitner.

Su historia era bastante típica: debido a las creencias cristianas de su familia, no le habían permitido cursar estudios secundarios en la República Democrática Alemana.

Tampoco podía viajar a la Unión Soviética, y mucho menos a Alemania Occidental, donde vivía la mayoría de su familia.

Así, desde los 14 años, había decidido huir de la RDA.

"Crecí a solo 300 metros del Muro de Berlín, pero era demasiado peligroso intentarlo allí", reconoció.

Pero en Hungría "la posibilidad de morir no era tan alta", pensó.

El hombre que abrió la puerta de la Iglesia de la Sagrada Familia fue el padre Imre Kozma, quien dirigía el servicio de caridad de la Orden de Malta.

La organización erigió tiendas de campaña y distribuyó alimentos, todo bajo la atenta mirada de la Stasi, el servicio secreto de Alemania del Este, que tenía agentes al otro lado de la calle.

Y en agosto el lugar empezó a llenarse con rumores y panfletos sobre el picnic paneuropeo.

"Celebración de buena vecindad"

Varios grupos de oposición habían decidido organizar el evento como una celebración de las relaciones de buena vecindad, ofreciendo cerveza y una barbacoa en la frontera con Austria.

Y las autoridades de ambos países accedieron a abrir el paso fronterizo durante tres horas, para que los participantes en el picnic pudieran experimentar la idea de una Europa sin fronteras.

Pero los refugiados alemanes querían mucho más.

Hoy en día, simplemente puedes conducir o caminar hacia Austria sin ningún problema: la Cortina de Hierro se ha convertido en un sendero para bicicletas.

Pero en agosto de 1989, gran parte de la cerca de alambre de púas todavía estaba allí.

Y justo antes de las 3 en punto de la tarde, el teniente coronel Arpad Bella, quien estaba a cargo del puesto fronterizo húngaro, vio una multitud de hombres, mujeres, e incluso niños corriendo hacia él.

Ante sus ojos, la primera ola de refugiados de Alemania del Este atravesó la puerta de madera coronada con alambre de púas y cruzó a Occidente.

Algunos lloraron, rieron, se abrazaron. Otros siguieron corriendo, porque no podían creer que estaban en Austria.

Y al no tener instrucciones claras de sus superiores, el teniente coronel Bella decidió no disparar.

"¡Fue terrible para mí!", reconoció hace diez años.

"Esas doscientas personas estaban a solo diez metros de la libertad. Así que tomé la decisión que pensé era la mejor para Hungría y para mi propia conciencia", explicó.

De 600 a 60.000

Al otro lado de la frontera, el inspector jefe de Austria, Johann Goeltl, enfrentó otro dilema.

En su precipitada carrera hacia la libertad, una familia de Alemania del Este había dejado a su hijo de ocho años al otro lado de la puerta, ahora cerrada.

"Por favor, por favor, déjenlo pasar", le suplicaron. "De lo contrario tendremos que volver a ese terrible régimen", fue su petición.

De alguna manera, el inspector jefe Goeltl hizo cruzar al niño.

Al final de ese día, más de 600 alemanes del este habían logrado cruzar hacia el oeste.

Y tres semanas después, cuando Hungría abrió completamente sus fronteras, el 11 de septiembre, 60.000 compatriotas siguieron sus pasos.

Entre los primeros en irse estaba Robert Breitner, quien llegó a Berlín Occidental a tiempo para ver la caída del Muro, el 9 de noviembre de 1989.

Tanteando las aguas

Décadas después, el teniente coronel Bella sentía que solo había sido un actor más en una obra compleja, cuyo director seguía siendo desconocido.

Y algunos de los organizadores del picnic paneuropeo, como el ingeniero Laszlo Nagy, también sentían que los políticos los habían usado para probar hasta dónde podían llegar.

"Si uno participa en una prueba de la que no está informado, se siente como un gusano que utilizan en la pesca", le dijo Nagy a Oana Lungescu.

"Nos arrojaron a aguas profundas y estaban observando si los tiburones venían o no".

El tiburón, por supuesto, era la Unión Soviética, que todavía tenía 100.000 soldados en Hungría.

Aunque bajo el gobierno de Mijaíll Gorbachev, su apetito parecía ser por reformas más que por intervención militar.

En marzo de 1989, cuando Miklos Nemeth le dijo al líder soviético que planeaba desmantelar el alambre de púas a lo largo de la frontera, Gorbachov reaccionó con calma y dijo que la seguridad fronteriza era un problema de Hungría, no de la URSS.

Y el primer ministro húngaro lo interpretó como una luz verde.

¿Pero podrían las cosas haber ido de otra manera?

"Absolutamente. Habíamos identificado muchos posibles escenarios", le dijo Nemeth a la BBC en 2009.

"Para mí, lo más importante en esos días era mi juicio sobre el poder de Gorbachov, porque si lo hubieran derrocado, esta habría sido una historia muy diferente", agregó.

Y en un documental filmado en 2014, el ex primer ministro húngaro aseguró que el picnic paneuropeo había sido, de hecho, otra forma de tantear las aguas y de paso solucionar el problema causado por la presencia de tantos alemanes del este.

"Gyuri, creo que esto podría ser algo muy bueno. Creo que sería bueno si algunos alemanes del este aprovecharan esta oportunidad y huyeran", dice Nemeth en la recreación de una conversación con uno de sus asistentes para "1989", el documental de Anders Østergaard.

"¿Huir?" "Sí. Y nosotros no interferiríamos con eso". "Ya veo", continúa la conversación, que parece confirmar las sensaciones del teniente coronel Bella y el ingeniero Nagy.

El lugar del Picnic Paneuropeo, en cualquier caso, ahora está marcado por diferentes monumentos conmemorativos.

En 2009, la canciller alemana Angela Merkel -quien nació en la hoy desaparecida RDA- visitó Sopron para conmemorar el 20 aniversario del evento.

Y este año Merkel repetirá la visita para marcar los 30 años de la aparentemente inocente celebración que marcó el inicio de la caída del Muro de Berlín y la Cortina de Hierro.

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