En un rincón tranquilo del norte de Europa existe una particularidad geopolítica: muchos edificios tienen una frontera internacional que los atraviesa.

Es un lugar en el que una persona puede llegar dormir en la misma cama que su mujer, pero dormir en un país diferente al de su cónyuge. Un lugar donde las personas cambian el sitio de la puerta que da entrada a sus viviendas para beneficiarse económicamente.

Se trata de un pequeño municipio holandés no lejos de la frontera con Bélgica llamado Baarle-Nassau. En él hay cerca de 30 enclaves belgas conocidos popularmente como Baarle-Hertog.

El problema con la frontera tiene su origen en la Edad Media, cuando las parcelas de tierra se dividieron entre diferentes familias aristocráticas locales.

Baarle-Hertog perteneció al duque de Brabante, mientras que Baarle-Nassau era propiedad de la familia medieval de Nassau. Cuando Bélgica declaró la independencia de los Países Bajos en 1831, ambos países acabaron en un embrollo fronterizo.

Las fronteras no se fijaron realmente hasta 1995, cuando la última parte restante del país se atribuyó a Bélgica.

A simple vista, no es fácil distinguir los territorios. No se diferencian de los típicos pueblos holandeses. Alrededor de 9.000 residentes tienen pasaporte holandés, y el municipio holandés es más extenso que el belga (76 km2 en comparación con 7,5 km2).

Sin embargo, si uno se fija, las diferencias resultan más evidentes. Uno puede reparar en las marcas de la calzada con cruces blancas que dicen 'NL' (acrónimo en holandés para referirse a los Países Bajos) en un lado y 'B' (de Bélgica) en el otro.

Los números de las casas también están marcados con la bandera que corresponda. Las viviendas holandesas se distinguen de las belgas en apariencia porque normalmente son más uniformes. Las calzadas están pobladas de tilos con sus ramas perfectamente podadas que simulan un viñedo que se extiende por la vereda.

La parte belga es, arquitectónicamente hablando, mucho más diversa.

Si uno tiene buen oído, también conseguiría diferenciar los acentos, me explicó Willem Van Gool, presidente de la oficina de turismo de Baarle. Él tiene un pasaporte holandés, aunque su madre es belga. Aunque el francés se enseña en las escuelas belgas, el holandés es el idioma principal de ambas comunidades.

Sin embargo, Van Gool señaló: "Con los belgas es más como un dialecto, y con los holandeses es más... limpio".

Conflictos

Eso, y la falta de interés belga por cuidar el paisaje residencial ha llevado a los holandeses a despreciar a sus vecinos.

"Cuando hace tiempo las escuelas comenzaban las vacaciones en la misma altura del año, los adolescentes de una y otra comunidad se peleaban", recordó Van Gool.

Todo cambió en la década de los 60, cuando los dos alcaldes del municipio (uno holandés y otro belga) modificaron el calendario escolar para que no se solaparan y crearon un club juvenil que promoviese actividades positivas de interacción.

En la actualidad, muchos residentes de Baarle-Nassau y Baarle-Hertog tienen doble nacionalidad, con pasaporte belga y holandés.

La armonía entre las dos naciones ha despertado el interés incluso de asesores del primer ministro israelí Benjamin Netanyahu, como un ejemplo de cómo dos comunidades diferentes pueden vivir en paz en el mismo espacio.

Embrollo burocrático

Pero ¿todo esto del lío fronterizo reporta a esta pequeña localidad algún beneficio? Desde luego atrae a turistas, aseguró Van Gool.

"El número de tiendas, hoteles y cafés que tenemos sería más adecuado para una ciudad de 40.000 habitantes y no para los 9.000 que tenemos actualmente".

Pero las complejidades también son destacables y afectan especialmente a la infraestructura.

"Los permisos de construcción pueden ser particularmente difíciles", dijo Leo van Tilburg, alcalde de la municipalidad belga cuyo ayuntamiento está atravesado por la frontera.

Debido a su ubicación, Bélgica tuvo que solicitar permiso a Holanda para construir parte de la sede del gobierno municipal. Una franja que atraviesa la sala de reuniones del edificio es muestra de la frontera que divide a ambos países.

Negociación

Tilburg dedica gran parte de su tiempo a trabajar mano a mano con su homólogo holandés Marjon de Hoon para determinar la prestación de servicios tales como: educación, agua e infraestructura.

El arreglo del pavimento de las calzadas es una pesadilla. Las calles pueden atravesar fronteras varias veces en cuestión de unos pocos metros. También es un problema la planificación del recorrido de las cañerías para aguas residuales.

"El trayecto bajo el cual se instala la tubería puede ser todo belga, pero ¿quién paga si la tubería tiene que ampliarse porque la usan las casas holandesas cercanas? ¿Y quién paga para dar servicio a las farolas, donde el pavimento es belga pero la luz ilumina casas holandesas?", dijo Tilburg.

El alcalde asegura que un 98% de los asuntos que debe abordar la ciudad tienen que ser negociados con su homólogo.

"Todo es una cuestión de negociación", concluyó.

Beneficios

Dado que las leyes de planificación de Bélgica son menos restrictivas que las de los Países Bajos, existen claras ventajas de tener una puerta de entrada en Bélgica, como explicó Kees de Hoon.

Cuando lo conocí en su bloque de apartamentos situado en la frontera, Kees (que tiene pasaporte holandés) me dijo que quería reformar el edificio pero la puerta de entrada estaba en los Países Bajos y no consiguió el permiso del ayuntamiento holandés para ejecutar la obra.

Resolvió el problema instalando una segunda puerta frontal, adyacente a la primera pero al otro lado de la frontera, en Bélgica. Así que ahora el edificio tiene dos puertas de entrada. Uno de sus apartamentos es holandés, y los otros tres son belgas.

Kees no es el único que ha aprovechado las lagunas jurisdiccionales. Muchas familias y dueños de negocios admiten haberse beneficiado de alguna manera.

El ejemplo más flagrante es un antiguo banco que se construyó justo encima de la frontera para que el papeleo pudiera trasladarse de un lado al otro del edificio cada vez que los inspectores de impuestos de una nacionalidad llamaran.

Discrepancias

Pero, aunque en menor medida que hace unas décadas, las discordancias entre ambas jurisdicciones todavía existen.

La edad para beber alcohol en los Países Bajos es 18 pero los belgas pueden beber cerveza y vino legalmente a los 16, así que si un mesero holandés se niega a atender a una multitud de adolescentes, estos pueden simplemente cruzar la calle para recibir un trago.

También las numerosas tiendas de fuegos artificiales en las partes belgas de la ciudad (de tradición pirotécnica) son motivo de irritación para las autoridades holandesas.

En los Países Bajos, la venta y el transporte de fuegos artificiales es ilegal (excepto en torno al Año Nuevo). Así que cuando visité la localidad por esas fechas, pude ver cómo la policía holandesa estaba registrando a todos los que salían de la la parte belga.

Parece que, en este laboratorio de cooperación transfronteriza, todavía quedan algunos problemas por resolver.

Publicidad