Alí no sólo fue el mejor; fue también el más grande.

Cuando nadie podía hacerle sombra a finales de los 60, fue consistente en lo esencial: la defensa de su raza cuando era necesario hacerlo, la lucha por la paz cuando Estados Unidos se desangraba en Vietman y la pelea por las libertades religiosas cuando se transformó al Islam.

Todo al mismo tiempo, lo que lo transformó de un comediante burlón que “volaba como una mariposa y picaba como una abeja” a un peligro para la sociedad, que desafió a la Corte Suprema. Lo despojaron de su título en 1967 y volvió tres años después, reivindicado en todas sus creencias para recuperar su corona, en el mejor momento de los pesos pesados en toda su historia, cuando Frazier, Norton y Foreman eran desafiantes que estaban a su altura.

Muhammad Ali falleció a los 74 años de edad (Foto: BBC).

El “Rumble in the Jungle” de 1974 en Kinshasa es un momento cumbre de la historia del boxeo y una obra maestra de la puesta en escena de un campeón. Cuando, viejo y cansado, se retiró a comienzos de los ochenta, Cassius Clay ya era toda una leyenda, que había patentado un estilo inigualable, mezcla de fanfarronería con astucia, pasto de grandes crónicas, material inagotable de controversia.

Ayer la televisión estadounidense se esmeró en recorrer su vida, mientras en el hospital de Phoenix - donde vivió sus últimas horas- una romería interminable le dio la despedida. Este largo camino que la Copa Centenario nos obliga a recorrer tendrá este fin de semana otro sentido, lejos de la superficial y anodina ceremonia inaugural, del triunfo de los colombianos y del bochornoso espectáculo de los dueños de casa humillados al ritmo de los oles cafeteros en las tribunas del Levi`s Stadium teñido de amarillo, como el Pibe Valderrama..

Hoy todo parece un poco más fome, más triste, más obvio y más gris. El gran Muhammad Alí se ha ido para siempre.

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