Por Cristóbal Rojas

"Nos entristece muchísimo saber del fallecimiento del gran Jimmy Greaves, no solo el goleador récord del Tottenham Hotspur, sino el mejor rematador que este país haya visto jamás. Jimmy falleció en su casa en las primeras horas de esta mañana”, comienza el comunicado del Tottenham Hotspurs publicado esta mañana.

Aún no se conoce la causa de muerte del autor de 266 en 379 partidos, que lo convirtieron en el máximo anotador en la historia del club; además, pasó a la historia del fútbol inglés por ser parte de ese legendario plantel que en 1966 ganó la Copa del Mundo organizada en su propia casa, la única hasta la fecha alzada por los tres leones. Sin embargo, la historia de Jimmy con este lado del mundo se había forjado cuatro años antes en Viña del Mar.

10 de junio de 1962, 14.30 horas en el estadio Sausalito era la cita. Brasil e Inglaterra disputaban los cuartos de final del mundial que a la larga iba a coronar a Pelé, Garrincha y compañía con el título.

Al final de un primer tiempo reñido, pero, sobretodo, bien jugado, el partido estaba empatado 1-1 gracias a los goles de Garrincha (31’) y Gerry Hitchens (38’), pero lo bueno (al menos para la canarinha y el folklore futbolero) iba a venir después.

Tradición en nuestro país, al menos hasta finales de la década de los 2000, era que algún perro con alma de futbolista ingresara a la cancha. Así lo hizo un can, cuyo nombre original se desconoce hasta hoy. Interrumpido el inicio del complemento en pasto viñamarino, nuestro amigo Jimmy decidió ponerse en cuatro patas para llamar la atención del invasor, lo que logró a los pocos minutos. Así, lo alzó como si fuera una guagua y lo sacó de la cancha en brazos; pero el “simpático” perrito, decidió portarse como si realmente hubiese sido una guagua y le hizo pipí en la camiseta; hasta ahí, nada más que una anécdota.

No existe registro sobre si Jimmy se cambió la indumentaria o volvió a la cancha con el recuerdo del intruso, pero en ese momento, el partido pareció cambiar: Vavá a los 53’ y otra vez Garrincha (59’), pusieron el 3-1 definitivo y el paso del equipo de Aymoré Moreira para disputar la semifinal con Chile.

Garrincha, lejos de la lentitud mental que se le atribuye, tomó al mismo perrito y se lo llevó al resto del campeonato, hasta ganar la final, una semana después, en el Nacional. Sabía que le había traído la suerte contra los ingleses, o al menos eso creía, y lo conservó como amuleto. Cuando ese 17 de junio le ganaron 3-1 a Yugoslavia en el Estadi Nacional, la mascota del equipo, que en verdad era la de Garrincha, obtuvo su nombre definitivo: Bi, por el primer bicampeonato de Brasil (58’-62’) y lógicamente, terminó sus días viviendo en Río, al lado de su amo de piernas torcidas.

Hasta este sábado, nuestro amigo Jimmy se debe arrepentir por haber sacado a “Bi” de la cancha. ¿y si esperaba y lo sacaba un brasileño? Quizá la historia hubiera sido otra.

 

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