Hace un año la policía británica hizo una redada nocturna en un lugar insólito: un búnker nuclear abandonado en Chilmark, una bucólica parroquia del sur de Inglaterra.

Alertados por vecinos que notaron un olor extraño, tras un mes de vigilancia la policía entró y encontró en el antiguo refugio del ministerio de Defensa una granja de cannabis de magnitud industrial.

Una veintena de las habitaciones del edificio habían sido transformadas para la producción masiva de este alucinógeno: había más de 4.000 plantas con un valor potencial en la calle de casi US$3 millones al año.

Y encerrados sin llave tras una puerta de 13cm de grosor, tres vietnamitas, dos de ellos adolescentes, que no hablaban inglés.

Jardineros esclavos

"Stephen" no estaba en el búnker de Chilmark pero antes de ser detenido por la policía vivió en circunstancias similares en decenas de apartamentos y casas de Reino Unido convertidos de la noche a la mañana en improvisadas granjas de producción de cannabis.

Las autoridades británicas saben que esta es una tendencia criminal "establecida" en el país, según le dijo a BBC Mundo la Agencia Nacional para el Crimen (NCA por las siglas en inglés).

Pero solo ha empezado a ser visibilizada en los medios de comunicación en años recientes.

Stephen es huérfano, tenía 10 años y vivía limpiando zapatos y vendiendo periódicos en las calles de Hanoi cuando lo convencieron de que podría viajar a Reino Unido para tener un trabajo y una vida mejor.

De eso hace ya nueve años.

Para cuando llegó a su destino, pasando por Rusia y Polonia, entre otros países, calcula que tenía unos 12.

No sabe exactamente a dónde llegó, pero desde entonces, la banda criminal que lo traficó lo forzó a trabajar durante cuatro años cuidando plantaciones de cannabis, aislado, llevándolo a escondidas de casa en casa, en condiciones de esclavitud.

Stephen, que le contó su historia en detalle al diario británico The Guardian, no sabe cuánto tiempo pasó en cada sitio. Tampoco hablaba inglés cuando la policía lo detuvo a los 16 años.

El idioma lo aprendió después, cuando pudo ir al colegio y empezó a normalizar su vida.

Por ser menor de edad y víctima del tráfico de personas las autoridades le ofrecieron un traductor y una familia de acogida que le abrió un mundo nuevo de posibilidades y que lo está ayudando ahora en su pelea legal para quedarse en el país.

Hoy Stephen es un adulto de 19 años, y su caso acapara la atención mediática porque su demanda de asilo fue rechazada por las autoridades migratorias de Reino Unido.

Pero Stephen no quiere ser deportado a Vietnam, el país del que fue traficado a los 10 años.

A la espera de los resultados de su apelación, el joven compartió espeluznantes detalles sobre las condiciones en las que fue obligado a vivir.

"A veces me electrocutaba"

Stephen contó que cuando llegó a Reino Unido tres personas se quedaron con él durante los primeros días para enseñarle cómo se trabajaba. Después cerraron con llave y lo dejaron solo.

El niño tenía que manipular sustancias tóxicas, con fertilizantes para potenciar el crecimiento de las plantas, que lo mareaban.

Debía esquivar un complicado entresijo de cables que corría por la casa para alimentar de electricidad las poderosas lámparas que calientan continuamente los espacios donde crece el cannabis.

"A veces me electrocutaba. A veces tocaba las lámparas con mi cabeza y me quemaba el pelo o me quemaba el brazo", le dijo a The Guardian.

También contó que las ventanas estaban tapadas con un grueso plástico aislante y era imposible ver el exterior.

Stephen no sabía si era de noche o de día, ni cuánto tiempo pasaba en una casa u otra. Dijo que nunca intentó escapar porque no sabía a dónde ir.

Cada pocos días un grupo de hombres vietnamitas venía a inspeccionar su trabajo y a traerle comida. Si había problemas con las plantas se enfadaban y lo golpeaban.

Según la NCA, los traficantes mantienen a las personas traficadas bajo control con distintos métodos de coacción, confiscando sus documentos de identidad, haciéndoles temer a la policía y diciéndoles que deben pagar una gran deuda para cubrir los gastos de su viaje hasta Reino Unido.

Con el tiempo los traficantes le hicieron fumar cannabis y le daban alcohol con la comida, así como un polvo blanco que le hacía sentir más fuerte y que Stephen sospecha que era cocaína.

El adolescente dijo que conoció a decenas de otros jóvenes traficados durante su cautiverio, y que aunque la mayoría eran algo mayores que él, el más joven tenía 10 años.

"La punta del iceberg"

Desgraciadamente el caso de Stephen "no es inusual", le dijo a BBC Mundo Chloe Setter, directora de políticas y campañas de ECPAT UK, una organización británica sin ánimo de lucro que apoya a los niños traficados.

En los últimos 5 años más de 1.300 vietnamitas fueron identificados por las autoridades británicas como potenciales víctimas del tráfico de personas para la explotación laboral, que incluye el cultivo del cannabis, según datos del NCA.

De esos, más de 500 eran menores de edad.

Pero las cifras oficiales, según un informe de 2013 del proyecto RACE in Europe, un grupo de defensa de derechos humanos, son solo "la punta del iceberg".

Su informe denuncia que muchos de los menores vietnamitas traficados para el cultivo de cannabis no recibían de las autoridades el apoyo que necesitaban y eran en cambio criminalizados, muchas veces como si fueran adultos.

Con frecuencia las víctimas desaparecen y acababan volviendo con sus traficantes.

Eso, de hecho, fue lo que le pasó a Stephen la primera vez que lo "liberó" la policía: los traficantes, muy previsores, le habían metido mucho miedo de las autoridades y le habían dado un número de teléfono al que llamar en caso de que fuera detenido.

Así lo hizo, y dos días después de ver la luz, su pesadilla volvió a empezar.

Víctimas criminalizadas

"Todavía vemos casos de niños que son arrestados y procesados en los tribunales", dice Chloe Setter, de ECPAT UK, que asesoró a la familia de acogida de Stephen y se mantiene en contacto con ellos.

Eso, a pesar de que ahora hay más formación y concienciación sobre las circunstancias en las que estos menores son obligados a delinquir.

Cuando Hai, otro niño vietnamita al que atendió ECPAT UK, fue detenido por la policía siendo adolescente, lo internaron en una institución para jóvenes delincuentes acusado de producción de drogas y de robo de electricidad.

Evaluaron su edad y concluyeron que era un adulto, así que lo metieron en prisión. Cumplió seis meses de una sentencia de un año y salió de la cárcel para ir directamente a un centro de detención migratoria desde el que sería deportado a Vietnam.

Las autoridades con frecuencia no se creen que víctimas como Hai son menores porque están en la adolescencia tardía. Piensan que mienten.

Lo que prevalece es una cultura de incredulidad, que tiende a verlos como criminales y no como víctimas, concuerdan Chloe Setter y Jakub Sobik, portavoz de la organización Anti Slavery.

Setter admite que determinar la verdadera edad de una víctima de tráfico es difícil para los profesionales, pero "deberían darles el beneficio de la duda, dada su vulnerabilidad".

"Los malos no son ellos", apunta.

Por otro lado, muchas víctimas sí llegaron a Reino Unido siendo menores, aunque para cuando son identificadas por las autoridades están entrando en la edad adulta.

Pero que un menor como Stephen sea reconocido como víctima de tráfico de personas no le garantiza el permiso a quedarse a vivir en Reino Unido. Cumplidos los 18 años deben pedir asilo político o asumir que serán deportados por su situación migratoria.

Esa es la decisión que espera Stephen estas semanas. El tribunal falló que su vida no corre peligro en Vietnam y le negó el asilo.

Y en medio de estos enredos legales con las víctimas, son los traficantes de personas los que suelen salir airosos.

Según Setter apenas hay condenas porque no se suelen investigar los delitos, hay pocas evidencias y las víctimas no quieren ser testigos.

Ninguno de los tres vietnamitas que encontraron encerrados dentro del búnker de Chilmark denunció a sus traficantes por tráfico de personas.

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