La gruesa capa de barro que enterró a 270 personas en Brumadinho apenas se ha secado. Ciertamente, las cicatrices del peor desastre minero de Brasil aún están a la vista.

Sin embargo, en solo cuatro meses, otra comunidad en el estado suroriental de Minas Gerais se enfrenta a ser borrada del mapa por un torrente de desechos mineros.

Los monitores en la sede de la defensa civil, montada apresuradamente en Barão de Cocais, muestran imágenes en tiempo real de la mina afectada, Gongo Soco, y la presa asociada Sul Superior, a aproximadamente 1,5 km de ella.

Todos los ojos en la sala están fijados nerviosamente en la mina. La compañía minera Vale, propietaria del complejo, advirtió la semana pasada que el dique podría colapsar en cualquier momento de esta semana.

"El muro de la mina Gongo Soco podría romperse en cualquier momento", asegura José Ocimar, de la autoridad de defensa civil. "Eso podría crear un impacto y una vibración que podría desencadenar el colapso de la presa que está debajo".

Es una idea sombría para las comunidades que viven cerca, aunque cientos de personas en el área de impacto inmediato ya han sido evacuadas.

"No podemos estar completamente seguros de lo que sucederá, pero estamos tomando las precauciones necesarias para evitar la pérdida de vidas humanas", insiste Ocimar.

El pequeño pueblo minero de Barão de Cocais, con unos 30.000 habitantes, se encuentra en el camino del potencial alud de lodo. Esparcidos alrededor de la tranquila plaza central están los detalles que muestran que algo anda mal.

Las aceras de las calles dentro de la zona de inundación han sido pintadas de naranja. Algunas tiendas, bancos e incluso la oficina de correos llevan días cerrados, y se ha marcado una ruta de evacuación.

Es inquietante, dice Talita, una aprendiz de 21 años. "Todos están tensos, asustados. No sabemos cómo reaccionar", explica, señalando a un grupo de compañeros de trabajo sentados en los bancos del parque.

"Es triste ver a la gente desesperada y tan insegura de todo, de cuándo colapsará o de si tendrán un hogar al que volver. Incluso si habrá agua limpia para beber".

En el peor de los casos, Barão de Cocais tendría aproximadamente una hora y 15 minutos para evacuar. En un simulacro reciente, la ciudad fue evacuada en unos 50 minutos.

Pero algunos temen que el ensayo no reflejara de forma realista el pánico que habría si la alarma los atrapa con la guardia baja. O peor aún, mientras duermen.

Tanto la mina Córrego do Feijão, donde se ubicaba Brumadinho a unos 60 kilómetros de aquí, como Gongo Soco, son propiedad de Vale, la compañía minera más grande de Brasil, que rechazó nuestra solicitud de entrevista.

La empresa ha sido tradicionalmente una fuente de trabajo en Barão de Cocais, pero la gente está enojada con lo que consideran que ha sido su implacable búsqueda de ganancias.

"Me temo que no tengo una buena impresión de Vale", dice Gilmar dos Santos, un mecánico de automóviles. "Parece que la compañía pone sus ganancias por encima de todo lo demás. Las vidas de las personas simplemente no son una prioridad".

Santos está preocupado por si su familia podría huir a toda prisa. Sus padres, ancianos, son particularmente vulnerables.

Caminamos hasta una casa cercana para visitar a su madre, Cilta Maria, mientras ella riega las orquídeas en su jardín. Aunque es una mujer vigorosa de unos 80 años, admite que le resultaría realmente difícil evacuar la casa en la que ha vivido durante 48 años.

"Estoy tratando de mantener la calma. Nos preocupamos y tenemos ansiedad, así que cada noche uno de mis hijos viene a dormir aquí. Si pasa algo, ya están aquí. Pero es difícil".

Para complicar las cosas aun más su esposo, Raimundo, sufre Alzheimer en una etapa avanzada. Se sienta sonriendo pasivamente a media distancia, sin darse cuenta del inminente desastre que amenaza a su pueblo.

A Cilta Maria le molesta tener que pasar por esto a su edad. "Nunca pensamos que esto sucedería aquí en Barão. Nos dijeron que la mina era desarrollo, progreso. Y ahora, supongo, estamos sufriendo las consecuencias".

Mientras tanto, para los familiares de las víctimas de Brumadinho, observar el desarrollo de la crisis en Gongo Soco ha causado nuevas angustias. Para ellos, es una prueba de que nada se ha aprendido de las muertes de sus seres queridos hace solo unas semanas.

La hija de Rimarque Cangussu, Marcelle Porto, trabajaba como médico en Brumadinho en ese momento y fue la primera víctima identificada formalmente. "Fue un golpe terrible y abrumador, una pérdida de la que nunca me recuperaré", dice Cangussu, ingeniero civil, y agrega que hay un patrón de negligencia.

Señala el colapso de una represa minera de Vale en Mariana en 2015, el peor desastre ambiental de Brasil; las prácticas mineras cuestionables y las malas normas de seguridad en Brumadinho; las garantías dadas por Vale, el gobierno estatal y federal de que se harían cambios para evitar que algo así volviera a pasar.

Nada de eso, dice, ha supuesto la más mínima diferencia.

"No me sorprendería si hubiera una tragedia similar en Barão de Cocais. Es una sensación de impotencia, indignación y consternación porque las cosas no funcionan como deberían".

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