"Estamos al lado de asesinos", hizo notar, incrédulo, uno de los políticos catalanes presos.

Pero una vez que asumió que este era su nuevo hogar, decidió ser práctico: consiguió una pelota de baloncesto y se puso a buscar con quién jugar.

Ocho hombres y mujeres que una vez gobernaron a 7 millones de catalanes ahora tienen que pedirles a sus familias que les depositen dinero en tarjetas prepagadas para poder comprar cosas como un paquete de galletas en la tienda de la prisión.

Los ocho están bajo custodia en dos cárceles diferentes.

Mientras que una tercera prisión, cerca de Madrid, también encierra a dos prominentes activistas a favor de la independencia de Cataluña: Jordi Sànchez, de 53 años, y Jordi Cuixart, de 42.

"Los Jordis" -muchos en Cataluña comparten el nombre, que es el del santo patrón de la región- están siendo investigados por sedición, por una protesta que dejó atrapados a un grupo de guardias civiles que llevaban a cabo diligencias judiciales dentro de un edificio de Barcelona en septiembre pasado.

"Cuando llegaron a la cárcel de Soto del real, cerca de Madrid, cinco o seis prisioneros los recibieron con gritos de ¡Viva España! y ¡Viva la Constitución!", cuenta el abogado de Sànchez, Jordi Pina.

"Jordi Sànchez le preguntó al guardia: ¿Entro o no? El guardia le dijo a los prisioneros que se callaran y entonces entraron", relata.

Desde entonces los dos activistas han estado separados.

Jordi Sànchez, un hombre que habla con el tono mesurado de un académico, comparte celda con un viejo preso peruano. Jordi Cuixart, que bien podría pasar por el líder de una banda de rock gracias a su cabello largo y aretes, tiene como compañero a un reo irlandés.

La rutina

Los domingos, los prisioneros de todas las alas de Soto del Real tienen permiso de juntarse para asistir a misa. Y eso puede resultar peligroso: durante un servicio reciente en el que estuvo Sànchez, un preso apuñaló a otro.

Por lo demás, los dos activistas tienen derecho a visitas diarias de sus abogados, de los que los separa una barrera de cristal.

Todos los sábados sus familiares pueden además visitarlos por 40 minutos.

La esposa de Jordi Cuixart, Txell Bonet, se levanta a las 04:30 para tomar el tren desde Barcelona y que su hijo de seis meses pueda mirar a su padre a través del cristal.

"Uno quiere hablar de muchas cosas", dice. "Pero es estresante, con la presión del tiempo, sabiendo que pronto se va a acabar".

Dos veces al mes, sin embargo, los internos también tienen derecho a una visita familiar de tres horas sin la separación del cristal.

El tiempo es suficiente para retomar el ritmo familiar de conversaciones y hasta discusiones, las que -paradójicamente- parecen alegrarlos mucho.

Sus familiares también están autorizados a llevarles ropa de invierno, especialmente útil porque por la noche se apaga la calefacción de la prisión.

La comida de la cárcel, por su parte, es descrita por uno de sus abogados como "horrorosa". ("No les pido detalles más precisos", me dijo con sequedad).

Aparte de eso, los prisioneros tienen mucho tiempo libre.

"Jordi Sànchez escribe mucho", dice su abogado. "Lee. Recibe cerca de 100 cartas diarias".

Los guardas tiene que abrir cada sobre en frente de los prisioneros para evitar contrabando. También destruyen las cartas que no llevan remitente.

Txell Bonet recientemente le regaló a su esposo el libro "Walden", de Henry David Thoreau, el que detalla los esfuerzos de un hombre que se va a vivir a una cabaña en el bosque para aprender a ser autosuficiente.

En plena campaña

El encarcelamiento de dos prominentes activistas y ocho exmiembros del gobierno se ha vuelto todavía más inusual porque muchos de ellos están en plena campaña.

Siete de los ocho exconsejeros actualmente en la cárcel están buscando su reelección al parlamento de Cataluña en los comicios del 21 de diciembre.

Jordi Sànchez, uno de los activistas encarcelados, también está participando en los comicios, como parte de la lista del expresidente catalán Carles Puigdemont. Pero le costó averiguar quiénes son sus compañeros de lista.

"Las autoridades de la cárcel no me dejaron darle la lista de candidatos", dijo su abogado, Jordi Pina. "Así que se la tuve que mostrar a través del cristal".

El encarcelamiento es especialmente duro para los prisioneros y sus familiares: la hija adolescente de una de ellos no se anima a hablar con su padre durante las llamadas de cuatro minutos a las que tiene derecho, porque la afecta mucho tener que cortar. Pero también acarrea réditos políticos.

La política catalana está marcada por una larga historia de cárcel y exilio, y los políticos y activistas presos se benefician de eso.

"Creo que se puede mencionar a los actuales políticos presos o en el exilio en la misma frase que Lluis Companys (un líder catalán encarcelado y ejecutado en 1940) y Josep Taradellas (un líder catalán exiliado de 1939 a 1977)", dice el historiador catalán Jordi Rabassa.

"Y lo digo sin estar de acuerdo con sus posturas políticas. Ellos también pueden ser considerados presos políticos", agrega.

En privado, algunos independentistas catalanes dicen estar decepcionados con lo que consideran fue el manejo torpe de la campaña por la independencia de octubre por parte de los políticos.

Pero la decisión española de enviarlos a la cárcel, por el momento les confiere inmunidad ante esta recriminación.

"Es muy difícil criticar a los que están en prisión, simplemente porque están en prisión", agrega Jordi Rabassa.

Preparados para lo peor

Si bien su estadía en prisión puede ser favorable desde un punto de vista político, activistas y políticos están sin embargo luchando por recuperar su libertad lo más rápidamente posible.

Uno de sus abogados se aseguró de que en sus promesas de campaña no hubieran referencias a la declaración unilateral de independencia de Cataluña, para así demostrarles a las cortes españolas que ahora están obedeciendo las leyes del país.

El castigo potencial es bastante severo: si son condenados por rebelión, los exmiembros del gobierno pueden recibir hasta 35 años de cárcel.

Los dos activistas, que se enfrentan al cargo menos grave de sedición, pueden ser condenados a hasta 10 años.

"No hablamos mucho del futuro", dice la esposa de Jordi Cuixart, Txell Bonet. "Pero siempre nos preparamos para lo peor".

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