"Algo distinto está pasando en Londres".

Así describe Jabed Hussain una ola de crímenes que ha horrorizado este año a Reino Unido y de la que él fue víctima el pasado mes de julio: la de los ataques con ácido contra gente elegida al azar.

Es repartidor de comida y estaba trabajando cuando paró en una esquina para cruzar la calle.

"De pronto, oí el sonido de agua", recordó para un documental de la BBC. "Miré a la izquierda y vi una moto con dos chicos que tenían máscaras y trataban de atacarme otra vez", prosiguió.

"Al principio no me di cuenta de que era ácido. Pensaba que era agua. Pero [la piel] se me empezó a secar y a empeorar".

Esa noche, Hussain fue uno de los cinco londinenses agredidos de esa manera en un periodo de 90 minutos. El video en el que se le ve sin camiseta mientras un par de policías le echan agua en la cara recorrió el mundo.

La capital británica ha sido escenario de 2.000 ataques con ácido desde 2010, según los datos que maneja el experto en criminología de la Universidad de Middlesex, Simon Harding.

Pero el fenómeno no es exclusivo de esta ciudad.

En todo el país se registran dos casos al día. Según la Sociedad Internacional de Supervivientes de Ácido (ASTI, por sus siglas en inglés), en 2016 hubo más de 500.

"Esto significa que Reino Unido tiene uno de los niveles de ataques con ácido per cápita más altos del mundo", reveló el director ejecutivo de esta entidad, Jaf Shah.

Estos delitos aún son escasos en comparación con los que se cometen con arma blanca. Pero es el uso que se le está dando al ácido lo que más llama la atención.

Los medios de comunicación estaban acostumbrados a informar de las agresiones con ácido en un contexto de violencia de género.

Pero lo que sorprende a la opinión pública ahora, además del incremento, es que ya no hay un patrón: los atacantes escogen a sus víctimas de forma arbitraria.

En el 23% de los casos ocurridos en la capital, el fin fue robar. Como le sucedió a Hussain, a quien le quitaron su motocicleta.

Pero, a nivel nacional, en uno de cada cuatro episodios no se pudo dilucidar el objetivo de los agresores, según un estudio del Hospital de Mid Essex, una institución que agrupa tres centros de salud al norte de Londres.

Algo "lejano"

"Tenemos un par de casos en los que la gente fue atacada al azar, mientras sacaban las compras del auto o mientras volvían del trabajo... Son incidentes en los que no se puede encontrar una razón", explicó el cirujano especializado en quemaduras y reconstrucción del Hospital del Mid Essex, Niall Martin.

Eso fue lo que pasó a Peter, que pidió conservar el anonimato y usar un nombre falso porque no quiere ser recordado sólo como una víctima de un ataque de ácido.

"No había visto al tipo en mi vida", relató. "Necesitaba atacar a alguien y me sucedió a mí".

Peter caminaba hacia la estación de Stratford, en el este de Londres, cuando dos hombres se le acercaron para pedirle dinero. "Les dije que no tenía nada y comencé a alejarme".

Pero se dio la vuelta para ver si lo iban a seguir. "En ese momento, me echó agua en la cara".

Tardó pocos segundos en darse cuenta de que el líquido que tenía en la parte izquierda de su rostro no era inofensivo.

"La piel se sentía increíblemente seca. Era como si mi cara intentara apartarse de ella misma", aseguró.

"Había oído de un ataque en una discoteca en Dalston (un distrito del este de Londres). Sabía que era algo que estaba sucediendo pero siempre lo había sentido bastante lejano".

Olor a quemado

Sadie Wright es una de las 20 personas que resultaron heridas el pasado mes de abril en una agresión ocurrida en Dalston, la que más víctimas ha dejado.

Ella había ido a la discoteca Mangle E8 con sus amigos y estaba teniendo "la mejor de las noches" cuando se apartó del grupo para conversar "brevemente" con uno de ellos.

"Creí que lo que me había golpeado el ojo era hielo, pero luego todos comenzaron a gritar 'ácido' y había un fuerte olor a quemado", recordó.

Varias personas le ayudaron al echarle agua en la cara, una medida de socorro recomendada por las autoridades sanitarias. La joven no paraba de gritar, pidiendo que alguien llamara a su madre, quien tardó menos de 15 minutos en ir a buscarla.

Se la llevó a casa y la metió en la ducha para seguir lavándola.

Cuando se despertó, no podía ver y tenía costras por toda la cara. "Me preguntaba, '¿Se irán?' No me sentía yo misma".

Su madre la llevó al hospital.

"Pensé que tendría cicatrices para siempre".

Intervención rápida

Hussain y Wright tuvieron suerte.

Ambos fueron atendidos rápidamente. El repartidor, además, llevaba un casco que lo protegió.

Tras el ataque en Dalston, el cirujano plástico Tijion Esho, conocido por tratar a celebridades en ese país, se ofreció a ayudar a las víctimas. Wright fue una de las que acudió al llamado.

"Ha hecho maravillas y un excelente trabajo", afirmó la joven. "El hecho de que ahora no tenga nada se siente tan bien".

Para Andreas Christopheros, en cambio, el ataque que sufrió ha impactado "cada aspecto" de su vida.

"Desde que me despierto, tardo una hora en recuperar la vista. He perdido los párpados tres veces por las contracciones de las cicatrices", y como consecuencia, contrajo una infección que le dejó ciego del ojo izquierdo.

Christopheros se encontraba en casa cuando vio una furgoneta roja en su calle.

"Unos cinco minutos después, alguien tocó la puerta de enfrente. La abrí y de inmediato recibí un vaso de ácido sulfúrico en la cara", recordó.

En su caso, el atacante se equivocó de persona. Una confusión que casi le quita la vida.

"El médico sentó a mi madre y a mi mujer y les dijo que se prepararan para lo peor porque no creía que fuera a sobrevivir la noche. Felizmente, lo hice".

Despertó del coma cinco días después. Entubado y sin apenas poder moverse, pidió un papel y un lapicero para escribir la pregunta que no podía quitarse de la cabeza: "¿Quién me haría algo así?"

Un castigo más severo

La respuesta: David Phillips, que pese a recibir una condena de cadena perpetua, podrá dejar la cárcel en cinco años.

"En cinco años saldrá a la calle y yo seguiré pasando por cirugías reconstructivas. Con toda probabilidad, ya estaré ciego y estas cicatrices me las llevaré a la tumba. No está bien", lamentó.

Las víctimas criticaron que las penas para los ataques con ácido fueran tan leves.

"La gente que ataca con ácido debería recibir un castigo 100 veces peor. Están arruinando la vida de las personas", consideró Wright.

"No se me ocurre un castigo que me satisfaga, que me haga pensar: 'Sí, esto es igual a lo que me hiciste tú a mí", aseguró Peter, que cree que fue agredido como parte de un ritual de iniciación pandillero, ya que había otro hombre merodeando y mirando.

"Creo que esto era algo que él tenía que hacer para demostrar su lealtad a alguien".

"Yo era el único que estaba allí. Creo que fue echado a la suerte. Simplemente, resultó que yo era un blanco fácil".

Si bien es difícil establecer una relación entre las pandillas y los ataques con ácido porque cada autoridad tiene su propio método de registrarlos, se sabe que algunas lo han adoptado como arma.

"Con un cuchillo, pueden pararte, registrarte y pillarte antes de que lo hayas podido usar. Pero si llevas ácido en tu botella de agua, es muy posible que no lo detecten cuando te registren", explicó el expandillero y ahora consejero de jóvenes Jermaine Lawlor.

Miedo

El gobierno estudia cambiar las leyes para imponer castigos más severos a este tipo de crímenes.

Mientras tanto, las víctimas intentan continuar con su vida. Si bien algunas no tienen cicatrices, lo que todas comparten es el temor.

"No creo que nunca podamos entender el impacto que tiene una lesión con sustancia corrosiva en un individuo. El impacto psicológico en esa persona, el significado que tiene para ella permanecerá toda la vida", explicó el cirujano Martin.

A Wright, que solía salir mucho de fiesta, sus amigos ya ni le preguntan si quiere acompañarlos porque saben que la respuesta será un 'no'. "No quiero volver a ir nunca más a una discoteca ni a ningún lugar donde haya mucha gente", confesó.

A Hussain, que "nunca había estado asustado", le da mucho miedo ir a trabajar. Por eso lidera a un grupo de repartidores que exigen mayor protección por parte de sus empresas y de la policía.

Peter aún no se ha atrevido a volver a la estación en la que fue atacado. "Centenares de miles de personas pasan cada día por Stratford. Pero está ese miedo irracional que hace que me pregunte si volveré a encontrarme con ese tipo".

"Aunque estoy seguro de que volveré, no puedo tener una pequeña esquina del mundo que me haya sido vetada".

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