El acoso sexual muchas veces se ve seguido por la culpabilización de la víctima, y una pregunta que se le hace siempre a las sobrevivientes es: ¿qué llevabas puesto?

Por eso, la artista y activista india Jasmeen Patheja colecciona ropa donada por las víctimas como testimonio del hecho de que ellas no son responsables, reporta la periodista de la BBC Geeta Pandey.


En una pequeña habitación en la ciudad india de Bangalore que se ha convertido en una especie de museo hay decenas de piezas de ropa. Cada una tiene una historia.

Esta es la colección de ropa de sobrevivientes de agresiones sexuales de Jasmeen Patheja.

Un mono rojo y negro fue donado por una mujer que se vio envuelta en las agresiones sexuales masivas que tuvieron lugar en las celebraciones del Año Nuevo en Bangalore el pasado año.

"Contó que ella estaba presente cuando la multitud enloqueció, toqueteando y asaltando a las mujeres", dice Patheja. "Contó cómo fue acosada, cómo intentó encontrar refugio".

Luego, agarra una túnica de color crema con estampados rojos y negros, una pieza sorprendentemente simple.

Fue donada por una mujer que fue manoseada cuando viajaba en tren en la ciudad sureña de Coimbatore.

"Me dijo que la disuadieron de reportar la agresión".

El vestido rosa que me enseñó luego procede de una mujer de Montreal. "Me dijo 'si no te lo quedas, tendré que tirarlo'. La ponía enferma solo tenerlo", cuenta Patheja.

Mientras seguimos viendo prendas, señala un vestido blanco, un traje de baño, una bata, un par de pantalones, un uniforme de escuela... ejemplos que describe como "un espejo" del hecho de que todas las mujeres experimentan abuso y violencia de género.

"No tiene nada que ver con lo que vistes, nunca hay excusa para esta violencia y nunca nadie jamás la solicita".

Y esto es por lo que el proyecto se llama "Yo nunca lo pido" (I never ask for it)

"El proyecto quiere contener y mantener espacio para nuestras historias colectivas de dolor y trauma".

Su lucha contra la violencia sexual y de género empezó hace casi una década y media, justo después de que ella se mudara a Bangalore desde la ciudad de Calcuta a estudiar arte.

"No es que no hubiera agresiones en Calcuta, pero yo era nueva en Bangalore. Tenía 23 años y estaba sin familia a la que recurrir para protegerme".

"También era un momento en el que las agresiones callejeras se menospreciaban como algo que hacen los chicos y que las chicas deben experimentar. Se normalizaba. Había un ambiente de negación y silencio en torno al tema, lo cual hacía que estuviera bien continuar con ello".

Para tratar esta negación y romper el silencio, ella decidió empezar una discusión sobre el tema.

"Un día, reuní a todas las estudiantes en una habitación y dije: 'Pensemos en palabras que evocan un espacio público'. En tres minutos teníamos un gran mapa con solo palabras negativas".

El resultado no fue una sorpresa: el acoso en el espacio público es muy frecuente y casi todas las mujeres han experimentado piropos, comentarios lascivos, manoseos y tocamientos.

Y a quien cuestiona esto se le dice que es su culpa, que quizás ha hecho algo provocativo, puede ser que lleve ropas que muestran la piel, o haya estado fuera hasta tarde por la noche, o haya bebido, o haya estado coqueteando: en resumen, que puede ser que ella lo haya pedido.

"A las niñas se las educa para tener cuidado, nos crían en un ambiente de miedo en el que constantemente nos dicen que tengamos cuidado. Nos dicen que si hemos experimentado acoso, quizás es que no hemos tenido el suficiente cuidado, este es el mensaje subyacente que nos dan".

Ella puso en marcha el colectivo Blank Noise en 2001 para afrontar ese miedo.

"Creemos que la culpa lleva a la vergüenza, la vergüenza lleva a la culpa y la culpa lleva a más silencio, lo cual perpetúa la violencia sexual y de género".

El primer paso para confrontar el miedo, dice Patheja, es empezar una conversación sobre ello, y una de las cosas que hace el colectivo es recoger testimonios de mujeres.

Así que se acercaron a chicas y mujeres en las calles de Bangalore y otras ciudades y las invitaron a escribir sus experiencias.

Patheja asegura que "cuando una persona escribe, anima a otras a hacer lo mismo", así que volvieron con pizarras blancas llenas de nombres, edades, incidentes de abusos, qué pasó, dónde y a qué hora, qué llevaban puesto, qué hicieron y qué les hubiera gustado hacer.

Una mujer contó que fue acosada en un autobús por un hombre de mediana edad y cómo se cambió de asiento. Una estudiante escribió cómo fue acosada por dos hombres en bicicleta y otra dijo haber sido manoseada muchas veces en muchas ciudades.

Hubo testimonios de chicas de 14 y 16 años, y de mujeres de 30 y 40, a veces mayores.

Casi todas decidieron describir qué llevaban puesto en el momento del asalto y, dice Patheja, esto es lo que les dio la idea del museo de ropa.

"Vimos a mujeres preguntándose sobre sus ropas. Decían 'yo llevaba esa falda roja', o 'llevaba ese par de pantalones vaqueros' o 'llevaba uniforme de escuela'. Así que se convirtió en una pregunta deliberada que hacíamos".

Y Patheja dice que si surge la pregunta '¿iba yo pidiéndo que me pasara algo así?', la respuesta es un no enfático. "Yo nunca lo pido".

Pero le solicitamos a la gente que recuerde la ropa que llevaba y la traiga porque tiene recuerdos, y en esos recuerdos ha habido un testigo y es tu voz".

 

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