Si visitas el Jardín de la Luz, el parque más antiguo de Sao Paulo, podría parecerte que es solo un espacio de ocio.

Esta zona arbolada de 113.000 metros cuadrados, que está al lado de la Estación Luz del metro y de la Pinacoteca del Estado, alberga 67 especies de aves, animales exóticos, hermosos árboles, un acuario y una antigua casa de té.

En una mañana típica, se ve a niños y adultos corriendo, señoras mayores sentadas en los bancos y hombres caminando por las alamedas. Pero hay algo más debajo de la superficie: un submundo.

Parece un juego a escondidas. Un hombre se sienta en uno de los bancos, conversa con una mujer entre risas y rechazos. ¿Flirteo o negociación? Los dos se levantan, salen del parque y van a uno de los pequeños hoteles que están en la cercanías.

Este área verde ha sido históricamente una zona de prostitución, principalmente de mujeres mayores (pocas tienen menos de 40 años).

Hoy muchas de ellas están preocupadas. En julio pasado, el alcalde de la ciudad suspendió temporalmente varios de los contratos de los trabajadores del parque, desde conserjes hasta guardias y personal de limpieza.

Son profesionales tercerizados que, en cierto modo, garantizan la seguridad del espacio. Muchos de ellos dijeron a BBC Brasil que no saben si continuarán trabajando después de agosto, debido a los problemas presupuestarios.

"¿Cómo voy a hacer si no puedo usar el parque? Aquí dentro la gente está escondida, segura. Mi familia me va a descubrir", lamenta Amelia*, de 45 años, 20 de ellos dedicados a la prostitución en el parque.

El parque se encuentra en una zona complicada: a pocos metros está la llamada "crackolandia", un lugar de consumo y tráfico de drogas a cielo abierto en pleno centro de la capital paulista.

Muchos temen que, sin dinero para pagar la limpieza y la seguridad privada, el ayuntamiento opte por cerrar el Jardín de la Luz.

Hace unos días las mujeres que trabajan en la prostitución se reunieron en las oficinas de la ONG Mujeres de la Luz, que les brinda asistencia de todo tipo, para discutir el futuro del parque. Temen que el lugar se torne inseguro, o que sea privatizado y que tengan que irse.

"Lo que da seguridad al parque son los vigilantes, si ellos salen va a entrar todo tipo de gente aquí. No tengo nada contra el personal de crackolandia, pero van a saquear todo", dice una mujer.

"Propongo que juntemos firmas para una petición y lo llevemos por el barrio, a los comerciantes, a los clientes de ustedes, ponerlo en internet", sugiere Cleone Santos, una exprostituta de 60 años que trabajó durante 18 en el parque y ahora dirige la ONG que asiste a unas 140 trabajadoras sexuales del Jardín de la Luz.

"¿Cómo le cuento a mis hijos?"

El miedo que sufren estas mujeres no es solo por su seguridad. El parque es también el que las protege de la exposición a su propia familia.

La mayoría de ellas, madres y hasta abuelas, nunca le contó a sus hijos y nietos sobre el trabajo que hacen, en algunos casos desde hace décadas. Es un servicio secreto y hacerlo público puede causar un terremoto familiar.

Para ellas, las puertas del parque y la sombra de los árboles crean cierta privacidad: en apariencia, ellas son sólo señoras descansando en un banco.

En cambio en la calle tendrían que encarar el llamado "paredón": quedarse paradas en un punto, esperando clientes, con el riesgo de ser vistas por un conocido, además de sufrir el acoso de personas indeseadas.

Helena, de 48 años, madre de seis hijos, frecuenta el parque desde hace 14 años y dice que nunca tuvo necesidad de hablarlo con sus hijos. "Mis bebes no son curiosos, yo llevo comida para ellos y está todo bien", afirma.

Muchas mienten diciendo que son vendedoras de diarios, limpiadoras, cocineras. En algunos casos realmente lo son, pero complementan la renta prostituyéndose algunos días a la semana.

Cleone, por ejemplo, cuenta que sus hijos sólo supieron de su vida secreta después de que la abandonó. Fue por error, cuando su hijo leyó una entrevista que ella había concedido, hablando de su exprofesión.

María, de 55 años, también teme el desastre, pero dice que si su hijo se enterara de algo, no lo creería. "Él diría: 'Mi madre, nunca, ella es la mujer más santa del mundo'", afirma.

Motivos para prostituirse

Cada mujer tiene una historia diferente sobre cómo llegó a realizar este trabajo pero las razones tienen en común la pobreza, el desempleo, una formación precaria y la falta de oportunidades en la vida.

"Lo hago por necesidad, no por malicia", dice María. "Cuando consigo un empleo dejo de venir aquí. Cuando se termina el empleo, vuelvo".

Andrea, de 54, llegó a la Luz por problemas de dinero. "Mi vida empezó a hundirse después de que compré un auto, perdí mi empleo y no pude seguir pagando las cuotas. No conseguí más trabajo, la prostitución fue lo que encontré", cuenta.

Comenzó en los años 80. "Un día yo estaba sentada aquí en el banco, un hombre me preguntó si quería tener sexo con él, me negué pero él insistió mucho y acabé aceptando. No es fácil ir a la cama con un hombre que nunca viste en tu vida ", confiesa.

Cleone tiene una historia parecida. "Yo fui sindicalista en una fábrica, pero me quedé soltera, con tres hijos. Me gustaba leer el periódico. Un día vino un hombre y me preguntó si me acostaba con él. Lo rechacé pero cada vez que volvía me insistía. Un día acepté. Lo hice una, dos, cinco veces. Vi que ganaba cinco veces más que en mi trabajo. Fue la transición de una militante sindical a una prostituta".

Una de las más jóvenes en el parque, Joana, de 38 años, cuenta que fue su madre quien la llevó a la prostitución. "Yo tenía 17 años y una hija, no teníamos casi qué comer, mi madre se prostituía aquí, me trajo y estoy desde hace 21 años".

"Ella también continúa trabajando aquí, tiene 62 años, pero no nos hablamos más", agrega. "Espero que ella me pida disculpas un día".

Los clientes

Quienes contratan a estas mujeres tienen un perfil en común: son hombres mayores o ancianos, pobres, muchos de ellos casados o viudos.

En promedio, contratar a una prostituta cuesta unos US$10 y alquilar una habitación de hotel en la zona unos US$15.

Según Andrea "son hombres que no tienen buenas relaciones en la casa o que no logran hacer ciertas cosas con las esposas". "Entonces vienen aquí y quieren desahogarse".

María lo dice de manera más explícita. "Ellos quieren sexo anal y oral, y quieren todo sin condón", afirma. Muchas aseguran que se rehúsan a tener relaciones sin protección pero dicen que "hay algunas que lo aceptan".

Hay otros peligros, como la violencia y los abusos. "Muchas veces el hombre paga y cree que compró una mercancía y puede hacer lo que quiera porque él es quien manda, es el dueño", dice Cleone.

¿Por qué se convirtió el Jardín de la Luz en un lugar de prostitución?

Fue un proceso largo. El parque, inaugurado en 1800, es el más antiguo de Sao Paulo. Por más de un siglo fue una de las áreas más importantes y elegantes de la ciudad.

Inicialmente, fue creado como un jardín botánico. Luego se transformó en paseo público. La idea era traer la naturaleza a la ciudad. Por eso se construyeron un pequeño zoológico, un acuario y hasta una cueva con una caída de agua.

A finales del siglo XIX y principios del XX se realizaron en el parque eventos culturales de prestigio. La decadencia empezó en la década de 1930, cuando la gente empezó a utilizar otros espacios nuevos.

El zoológico fue llevado a otro parque. En 1954, para conmemorar los 400 años de la ciudad, se inauguró el parque del Ibirapuera, que pasaría a ser el área de ocio más importante de los paulistas.

Esta decadencia coincidió con el aumento de la prostitución. En los años 50 el ayuntamiento decidió confinar los prostíbulos a una sola área: una calle a pocos metros del parque.

No hay una explicación clara sobre por qué muchas de las prostitutas del Jardín de la Luz son mujeres mayores pero algunos lo atribuyen al hecho de que en la cercana estación Luz hay trenes que conectan las periferias de la Gran Sao Paulo y, como consecuencia, pasa por allí un público de hombres más pobres.

"Una mujer joven suele quedarse en un barrio más acaudalado. Después de los 35 va descendiendo y llega a la calle Augusta o Santo Amaro. Con 40, va a las plazas de la República y Sé. Y con 50 llega al Parque Don Pedro y aquí a la Luz", explica Cleone.

"Algunas mujeres trabajaron aquí hasta los 80 años", asegura.

Divididas por la culpa

Tras el encuentro en la ONG las mujeres acuerdan crear una petición pidiendo mejoras en el parque y exigiendo que no se cierre.

"La gente necesita entender que es un problema social, ustedes trabajan aquí porque lo necesitan, porque no tienen escolaridad, porque las empresas creen que ustedes son viejas para cualquier empleo o porque ustedes tienen hijos pequeños o nietos", les dice Cleone.

Célia Coradin, una monja de 74 años que maneja la ONG junto con Cleone, afirma que muchas de estas mujeres viven con el cuerpo dividido en dos: "La parte de arriba no quiere saber qué pasa con la parte inferior. Se siente muy culpable de perjudicar a la familia, culpable por los hijos, por el marido".

"Es una culpa que yo llamaría católica, hasta moralista, algunas son religiosas y enloquecen con esa culpa. Es como si ellas tomaran lo mejor de sí y lo guardaran en una cajita mientras viven en ese mundo", afirma.

Sentada en el banco del parque, Andrea es un ejemplo de lo que dice la religiosa.

"Me siento muy culpable, sí, duele mucho en la conciencia. Cuando llego a casa todos los días me arrodillo y hablo con Dios, siempre se me cae una lágrima", confiesa.

Pero no todas lo viven así. Helena, por ejemplo, tiene otra concepción: "La vida podría haber sido otra, pero creo que hice una elección. Estoy dando lo que es mío y nunca he dado nada que es de los demás".

*Los nombres de las prostitutas en ese reportaje fueron cambiados, a petición de ellas.

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