La violencia letal que siguió a las primeras elecciones en Zimbabue desde la destitución de Robert Mugabe han deja un ambiente de tensión en un país que esperaba dejar su pasado atrás.

El drama político en este país ha oscilado entre la euforia, la tragedia y la farsa, desde una notablemente pacífica jornada electoral, al tiroteo contra manifestantes desarmados y hasta la imagen de un presidente desconociendo las acciones de su propia policía.

Día tras día sucede lo inesperado, creando una atmósfera febril en la que se profundizan los interrogantes sobre quién realmente controla el país.

¿Será Emmerson Mnangagwa, que asumió la presidencia después de un golpe militar en noviembre y ganó las disputadas elecciones del lunes? o, ¿serán los de línea dura con el historial de prácticas brutales de la era Mugabe?

Señales esperanzadoras

Los eventos que se dieron desde la votación no han inspirado mucha fe.

Los soldados golpearon a civiles en varios bastiones de la oposición en la capital, Harare.

Conocí a un joven hombre cuyo cuerpo estaba cubierto de hematomas tras recibir una paliza del ejército cuando atacaron un bar.

Frente a nuestro hotel en el centro de Harare, colegas vieron a unos policías golpeando a dos hombres sin ningún motivo aparente.

Este era el comportamiento de hombres armados que creían poder actuar con impunidad.

Lejos de la tierra de esperanza que el presidente Mnangagwa busca proyectar, la división es lo que parece estar marcando la dinámica.

No obstante, también hubo algunas señales esperanzadoras el viernes, como la figura de un ministro de gobierno instruyendo a la policía antimotines que permitiera la realización de un rueda de prensa y el rechazo por parte del líder de la oposición, Nelson Chamisa, de la actitud violenta de sus adeptos de la alianza Movimiento por un Cambio Democrático (MCD).

Estas son indicaciones de la influencia de corrientes más moderadas en ambas partes.

Lecciones

La impugnación de Alianza MCD a los resultados electorales le retirará el protagonismo a lo que sucede en las calles y dentro de ese partido ya existe un proceso de autoanálisis.

Altas figuras del partido me han hablado de la necesidad de "aprender las lecciones de esta derrota".

¿Cuántos votos se perdieron debido a las divisiones dentro del partido?

El flirteo del partido con Mugabe, el depuesto mandatario de 94 años, en las postrimerías de la campaña colocaron a la política por encima de los ideales democráticos y probablemente les costó votos, en lugar de ganarlos.

En los días después de la votación, Chamisa se apresuró reclamar la victoria y empezó a denunciar un fraude masivo.

Chamisa aseguró tener pruebas de que él recibió más votos que Mnangagwa, pero dijo que por ahora no las publicaría por razones "legales y políticas".


¿Quién es el presidente electo?

  • Emmerson Mnangagwa es conocido como "el cocodrilo" por su astucia política. A su facción del Partido Zanu-PF se le conoce como "Lacoste".
  • Se le acusa de ser el autor intelectual de los ataques contra adeptos a la oposición durante las elecciones de 2008.
  • Se estima que tiene 75 años. Promete crear empleos y se le ve como abierto a las reformas económicas .
  • Sobrevivió varios supuestos intentos de asesinato, adjudicados a los seguidores del expresidente Mugabe .

Sus propias declaraciones y las de su colega, Tenda Biti -que aseguró tener evidencia de que los dos iban a ser asesinados por un alto ministro de gobierno- ciertamente elevaron la temperatura entre sus adeptos partidistas.

El gobernante Partido Zanu-PF ha ganado dos tercios de la mayoría parlamentaría pero también tiene problemas de facciones antagónicas.

Como el presidente electo Emmerson Mnangagwa solo ha logrado la más pequeña mayoría, necesitará más que su legendaria perspicacia para navegar los días venideros.

Él tiene enemigos dentro de Zanu-PF y entre los elementos de antiguo régimen.

Hay que recordar que hace sólo unas semanas sobrevivió un atentado a su vida durante la campaña.

Mnangagwa tendrá que demostrar que él está al mando del aparato de seguridad y que está dispuesto a castigar a los que han abusado de civiles.

Esa será la prueba de sus credenciales democráticas y de su relación con los generales.

Si no lo hace, se profundizará la creencia -tanto internamente como en el exterior- de que nada ha cambiado.

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