En la imagen aparecen algunos autos dentro de un estacionamiento y en el fondo un edificio de cristales oscuros y paredes rojas.

Es el momento en que ocurre un sismo de 7,1 grados en la escala Richter que afectó a varias zonas de Ciudad de México. Se escucha la conversación nerviosa de algunos jóvenes.

La tierra aún se sacudía cuando, a los 10 segundos de grabación, el edificio se derrumba por completo. Una nube de polvo ocupa su lugar en la imagen.

El video es uno de los testimonios más vistos del sismo que causó la muerte a más de 220 personas, y que mantiene a decenas más bajo los escombros.

Es una parte de la historia. La otra es una serie de dramáticas consecuencias:

En el edificio que se derrumbó operaban tres empresas que elaboraban telas y ropa de mujer.

El sismo ocurrió el 19 de septiembre, la misma fecha del terremoto que en 1985 destruyó más de 800 talleres de costura, muchos clandestinos, donde trabajaban miles de mujeres.

La tragedia ocurrió a unas calles del sitio donde se encuentra la fábrica derrumbada este 2017, en la esquina de las calles Bolívar y Chimalpopoca de la colonia Obrera, en el centro de la capital mexicana.

Y como hace 32 años, muchas de las víctimas son costureras.

Un fantasma que se revive ahora, mientras cientos de voluntarios, policías, militares y paramédicos cavan con picos y palas el montón de escombros en que se convirtió el edificio. En tres segundos, el tiempo que tardó en desplomarse, los cuatro pisos que tenía se comprimieron en uno.

Las costureras

Para Beatriz Ballinas es normal ver cada mañana a decenas de costureras que bajan del transporte público y caminan, muchas veces de prisa, hacia el edificio ahora colapsado.

Vive a unos pasos, en un conjunto de departamentos de bajo costo y que coincidentemente se construyó tras el sismo de 1985, porque el original quedó inhabitable.

Conoce bien el ritmo de su calle. Sabe, por ejemplo, que las costureras solían ordenar comida en un negocio pequeño a un lado de su casa.

Y que los hijos de algunas de ellas estudian en la escuela Simón Bolívar, contigua al inmueble que se derrumbó.

Cuando ocurrió el sismo, a las 13:14 horas, muchas estaban a la mitad de su jornada de trabajo.

Dos horas antes participaron en el simulacro de evacuación que se realiza cada año para recordar el terremoto de 1985.

Pero cuando la alerta sísmica se encendió de nuevo algunas no pudieron abandonar el edificio: el sismo empezó casi al mismo tiempo que los altavoces se activaron.

"Había gente trabajando adentro, como cien personas, eran costureras", le dice Beatriz a BBC Mundo.

"La gente que no salió fue del nivel dos y tres, esos fueron los que quedaron atrapados".

Cuando se disipó la nube de polvo que dejó el colapso del edificio con costureras, decenas de vecinos y trabajadores de una construcción cercana empezaron a mover los escombros.

Así, en las primeras horas rescataron a 14 personas, la mayoría costureras. Hasta ahora 16 murieron en el derrumbe, según datos de la Secretaría de Protección Civil de la capital.

El tema de estas trabajadoras es particularmente sensible en México.

Durante el sismo de 1985 se descubrió que miles de ellas laboraban en empresas clandestinas, con sueldos bajos y sin prestaciones.

Trabajaban en condiciones deplorables, hacinadas en edificios que se derrumbaron y de los que no pudieron salir porque permanecían encerradas.

"Mi suegro está adentro"

La misma celeridad del momento inicial se repitió al día siguiente del sismo.

Como en otras áreas devastadas de la ciudad, en la fábrica textil se formaron cadenas humanas para sacar cubetas con escombros.

Dos grúas industriales levantaron trozos del techo. Apenas se depositaban en el suelo decenas de personas reanudaban la excavación con palas y picos.

Otros rompían trozos de concreto con marros y algunos más cortaban varillas.

Por momentos las maniobras se interrumpen para pedir silencio. La mayoría calla pero en minutos el trabajo febril se reanuda.

En este escenario de polvo, cubetas que se mueven de mano en mano, carretillas con herramientas que van y vienen, trozos de concreto y restos de maquinaria que se arrastran, camina un hombre rubio con kipá.

Es una gorra pequeña, un símbolo religioso de la cultura hebrea.

Se detiene en lo que parece ser una caja metálica aplastada que resulta ser un archivero. Revisa algunos folders con documentos. Uno contiene escrituras de propiedades, otro un contrato laboral.

Y uno más guarda actas originales de nacimiento de empleadas de la fábrica.

"María Guadalupe Lima Peña, esta señora ya salió", dice pero luego duda: "Ah, no estoy seguro. El apellido es otro, no estoy seguro que sea ella".

Y luego aparece una solicitud de empleo a nombre de Pamela Pérez Espinoza, al parecer otra costurera.

El hombre rubio es familiar del propietario de una de las tres empresas que operaban en el edificio colapsado. Su suegro, a quien identifica como Jaime Azquenaze, permanece bajo los escombros

"Se cayó todo en el temblor. Mi suegro está adentro", le dice a BBC Mundo, pero rehúsa dar su nombre.

"Ya pasaron más de 24 horas y no lo han encontrado. Sacaron algunas personas vivas, otras que no estaban vivas. Estamos esperando".

La empresa de su familiar, dice, se llama New Fashion y fabrica ropa de mujer. Hace tres años comparte el edificio con dos compañías más.

"Una tiene nombre chino, la otra no sé. Tengo prisa". Y se marcha.

"Aquí nos quedamos"

Al anochecer la maestra Vanessa Moguel trata de calmar a alguien que llamó a su teléfono móvil.

"Estoy aquí, sacando escombros todo el día y no he visto que se lleven a nadie en ambulancias", dice.

Se refiere a la madre de una de sus alumnas, Carolina Wang, atrapada bajo los escombros del edificio colapsado.

Su marido llegaba por ella en el momento del derrumbe. Apenas habla español y en el sitio del desastre nadie informa sobre su esposa.

"La niña está bien, bajo mi resguardo", le dice a BBC Mundo. Pero más de 24 horas después del sismo, nadie sabe el destino de Carolina.

Vanessa no es la única sin información.

Bajo un árbol, sentada en una caja de plástico, Gloria Rosales Chávez espera noticias de su hijo. Hace 30 horas que no sabe de él, desde que un sismo de 7,1 grados Richter sacudió a Ciudad de México.

Su hijo Jaime Orive Rosales es vigilante en el edificio. Después del sismo su familia le llamó a su teléfono móvil pero nadie contestó.

"Me imagino que quedó por allí y que esté en algo hueco porque se escucha que entra la llamada. Si estuviera aplastado no se hubiera oído".

Que el teléfono funcionara mantiene la esperanza de encontrarlo con vida. Por eso han permanecido casi un día entero a unos metros donde cientos de voluntarios, policías, militares y paramédicos cavan con picos y palas para encontrar a quienes están atrapados.

"Nos vamos a quedar aquí hasta que tengamos noticias suyas", le dice a BBC Mundo Martín Uribe, hermano de Jaime.

"Hasta que se acaben las obras y muevan todos los escombros, no sabemos todavía pero aquí vamos a estar".

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