El editor de asuntos internacionales de la BBC, John Simpson, fue uno de los periodistas asistentes al concierto organizado en Palmira, la ciudad siria patrimonio de la humanidad, el pasado jueves 5 de mayo.

En este artículo explica la experiencia y analiza el éxito que supuso para la imagen de Putin.

Manejamos durante más de 310 kilómetros a través del peligroso territorio del centro de Siria, con vehículos armados detrás y delante, y helicópteros volando sobre nuestras cabezas, llenos de armamento.

En los siete autocares que formaban nuestro convoy había dos decenas de músicos de renombre mundial de la Orquesta del Teatro Mariinski ruso, incluido el amigo personal de Vladimir Putin, el chelista Sergei Roldugin, implicado recientemente en el escándalo de los Papeles de Panamá.

Había también unos 100 periodistas en el convoy, la mayoría de ellos rusos, pero también algunos de países extranjeros: Reino Unido, Canadá, Estados Unidos y China, entre otros.

Era un grupo excepcionalmente grande y difícil de manejar atravesando un país envuelto en una de las guerras civiles más sucias del mundo.

Imaginen si nos hubiera pasado algo. Hubiera sido un desastre de relaciones públicas para el presidente Putin y el Kremlin; la percepción hubiera sido que Rusia no tiene un verdadero control en Siria.

Hubo un momento cuando estábamos volviendo desde Palmira a la ciudad costera de Latakia, por la noche, cuando nuestros guías militares nos alertaron de que había tiroteos en la carretera por la que íbamos.

Nos ordenaron cerrar las cortinas y apagar cualquier fuente de luz. Así que la seguridad no estaba del todo bajo control.

Solo una razón muy potente había podido persuadir al Kremlin de tomar un riesgo como este.

Una obra maestra de relaciones públicas

El concierto fue extraordinariamente bien, con la orquesta tocando (aunque solo durante 20 minutos, debe ser el concierto más corto de la historia del Mariinsky, imagino) en el magnífico teatro romano de Palmira.

La televisión rusa produjo algunas tomas brillantes, incluida una de una cámara en un dirigible unos 60 metros por encima de las ruinas.

Solo una razón muy potente había podido persuadir al Kremlin de tomar un riesgo como este
John Simpson, periodista de la BBC

En una enorme pantalla a un lado del escenario, el presidente Putin apareció en vivo desde el Kremlin, en Moscú, alabando sus fuerzas armadas por todo lo que han hecho en Siria.

Putin debió sentirse bastante aliviado porque todo hubiera salido bien.

¿Pero de qué se trató todo? ¿Por qué arriesgarse tanto?

Hay una respuesta sencilla. Este lunes es la gran celebración rusa del Día de la Victoria. No será tan grande como el año pasado, cuando se cumplieron 70 años del final de la Segunda Guerra Mundial, pero igualmente será importante.

Putin apareció en vivo desde el Kremlin.
Putin alabó a sus fuerzas armadas por el desempeño en Siria.

El presidente Putin quiere, claramente, mostrar que bajo su liderazgo la Federación Rusa es tan exitosa y fuerte como lo era la Unión Soviética de Stalin en 1945.

¿Y qué mejor forma de demostrar el nuevo poder global de Rusia que tener a la mejor orquesta de Rusia tocando a Prokofiev en el corazón de la ciudad antigua, en cuya liberación frente a Estado Islámico Rusia tuvo un papel crucial?

Brillante, siempre y cuando funcionara. Y lo hizo, magníficamente.

El héroe real de Palmira

Observando desde el Kremlin, un poco nerviosamente, pensé, Putin tenía razones para sentirse satisfecho consigo mismo. En la actualidad con frencuencia parece estarlo.

Entre el público había soldados sirios y rusos.

Por supuesto que todo el asunto se manejó con mano dura. Este es otro indicador del poder ruso estos días.

Un purista diría que un poco de modestia y humildad hubiera sido mejor interpretada por los sirios, y por la audiencia mundial también.

Pero Putin no se concentra precisamente en la opinión pública en este momento. Su gran audiencia está en casa, en Rusia.

Putin y el presidente sirio Bashar al Assad son aliados en Siria.

Los soldados sirios al lado de los que me senté en el teatro de Palmira aplaudieron amablemente e intentaron mantenerse alejados de los soldados rusos, quienes no siempre los tratan con el máximo cuidado.

Pero los altos oficiales rusos en la grada más elevada del teatro estaban absolutamente encantados, aplaudiendo con entusiasmo cuando habló Putin y sonriéndose entre ellos.

Sabían que su jefe había logrado un triunfo en el campo de las relaciones públicas.

Palmira fue hasta hace poco un lugar de horror, donde niños de 12 años recibían pistolas y les hacían disparar a los prisioneros del ejército sirio en la cabeza sobre el escenario del teatro.

Khaled al-Asaadm fue decapitado por Estado Islámico.

Una fotografía en el escenario conmemoraba al jefe de antigüedades de Palmira, Khaled al-Asaad que ayudó a sacar de Palmira muchos de sus mayores tesoros a medida que se estrechaba el cerco del autodenominado Estado Islámico, y fue luego decapitado cuando se negó a dar a los militantes lo que estos querían.

Él fue el verdadero héroe de Palmira.

Quizás, entonces, convertir esta ocasión en un tributo a Vladimir Putin y sus fuerzas fue un poco menos que sensible.

Pero no hay duda: en este impresionante escenario romano, los rusos se hicieron con un triunfo casi romano. Y se aseguraron de que el mundo lo supiera.

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