Caminar por la aduana fronteriza de San Ysidro, California, hacia Tijuana, México, fue un duro momento para Jesús Mateo Diego.

Más de 25 años antes había cruzado la región pero en sentido contrario, con rumbo a Fresno, Estados Unidos, donde se casó, nacieron sus hijos, nietos y construyó su hogar.

Ahora, a mediados de 2012, desandaba el camino, deportado por el gobierno del que creyó era su país.

Hace varios años que no ve a su familia, ni siquiera en fotos porque las perdió cuando intentó regresar al norte y fue repatriado de nuevo.

Jesús Mateo radica ahora en Mexicali, Baja California, a 717 kilómetros de Fresno. Trabaja en el Hotel Migrante, un albergue para ayudar a deportados como él.

Se quedó en esa ciudad fronteriza cuando se convenció de que jamás podría volver a su vida anterior.

Jesús Mateo Diego trabaja en el Hotel Migrante, un albergue para ayudar a deportados como él.

Es uno de los 2,8 millones de mexicanos que desde 2009 fueron repatriados de EE.UU. en los dos períodos de gobierno de Barack Obama, según datos del gubernamental Instituto Nacional de Migración (INM).

Es la cifra más alta de la historia, e incluso organizaciones de latinos llaman al presidente estadounidense "El deportador en jefe".

Muchos, como Jesús Mateo, dejaron a su familia en Estados Unidos. En su caso a cuatro hijos adultos y varios nietos. Su esposa murió recientemente.

"Sé que están bien pero no los veo", le dice a BBC Mundo. "Mi hija me habla pero sólo me pregunta cómo estoy. A veces me cuenta de cómo van ellos".

Sin estrategia

Mateo Diego forma parte de uno de los problemas más serios en la relación entre México y Estados Unidos de los últimos años: la deportación de cientos de miles de personas cada año.

La Casa Blanca afirma que sólo expulsa a quienes representan un problema para la sociedad, como los delincuentes.

Pero la realidad es que miles de personas fueron obligadas a abandonar el país por cometer infracciones menores, o en muchos casos por ser detenidas en redadas de agentes migratorios.

Organizaciones civiles denuncian falta de estrategia en México para atender a los deportados.

Mateo, por ejemplo, fue encarcelado por participar en un accidente vial, donde murió una persona.

Una mala defensa legal derivó en una sentencia de 14 años de prisión, y al cumplirse fue enviado a México. Trató de regresar a su casa en California pero fue detenido de nuevo.

Esta vez fue encarcelado dos años en una prisión de Mississippi y después deportado a Tijuana, de donde se movió a Mexicali.

Son muchos los casos parecidos al suyo, y las autoridades y organizaciones civiles coinciden en que la situación podría agravarse ahora que el magnate republicano Donald Trump fue electo presidente de EE.UU.

El problema es que México no parece estar preparado para enfrentar el problema, le dice a BBC Mundo Sergio Tamai, fundador de Ángeles sin Fronteras, una organización que ayuda a las personas retornadas en Tijuana y Mexicali.

Un ejemplo es que el dinero para atender a los deportados en ciudades fronterizas –donde miles se quedan cada año- no basta.

Y ahora será más difícil, porque en el presupuesto fiscal del próximo año la Cámara de Diputados asignó sólo 270 millones de pesos, unos US$14 millones para auxiliar a los deportados.

Es una cantidad 30% menor a la otorgada en 2016.

La Cámara de Diputados de México asignó un presupuesto 30% menor para asistir a los deportados el próximo año.

"El dinero es insuficiente, no alcanza ni para apoyar a los albergues en los que ayudamos a los migrantes", explica Tamai.

"No hay un programa integral de apoyo para ellos. Es la realidad que tenemos. Entonces se quedan porque su familia sigue en Estados Unidos y quieren intentar el regreso".

No se sabe cuántos lo consiguen, pero de cualquier manera permanecen en la frontera con la idea de estar más cerca de su familia.

Pero ésta es sólo una parte de la historia. La otra es la vida que enfrentan los deportados al regresar a México.

Un país que, en la mayoría de los casos, ya no conocen.

"Me deportaron en short y camiseta"

Rodolfo Sánchez era carpintero en Orange, California, a donde llegó desde Michoacán en 1994.

Primero se empleó con un contratista mexicoamericano, sobrino de un amigo, y después empezó a hacer pequeños trabajos por su cuenta.

Se especializó en muebles y enseres para jardines. La mayoría de sus clientes eran mexicanos, pero la calidad de su trabajo le acercó a los consumidores anglosajones.

"Estaba muy contento, creí que pronto tendría un negocio grande", le dice a BBC Mundo desde Tijuana, donde se encuentra.

"Pero un domingo hubo un pleito en mi calle, llegó la policía y nos detuvo a varios. Al revisar se dieron cuenta que ya me habían deportado una vez".

Organizaciones de latinos llaman al presidente estadounidense "El deportador en jefe".

Una semana después estaba en México. No conocía a nadie, ni traía identificaciones o dinero. "Me deportaron en short y camiseta", cuenta.

Era junio de 2015. Desde entonces ha buscado la forma de regresar a Orange, donde quedaron sus amigos y sobrinos –nunca se casó-.

"Allí quedaron mis calles, mi gente, donde me siento en mi casa", dice.

Mientras, intenta sobrevivir. No le ha sido fácil emplearse porque no tiene identificaciones y por eso muchas veces recurre a albergues para conseguir comida.

De Michoacán recibe poco. De hecho, él era el principal sostén de su madre y dos hermanas. Sin los dólares que les enviaba la vida se les complicó.

De personas como Rodolfo hay estadísticas.

El estudio "Migración y empleo. Reinserción de los migrantes de retorno al mercado laboral nacional mexicano", señala que el 75% de los deportados tienen problemas para encontrar empleo en su país.

Es un documento del INM y señala, por ejemplo, que los empresarios no los contratan porque creen que sus expectativas de salario son como las que tenían en Estados Unidos.

Y además porque la forma de desempeñar sus labores es distinta a la mexicana.

El purgatorio de las mujeres deportadas

Si los hombres deportados enfrentan un panorama difícil, es aún peor para las mujeres, aseguran las organizaciones civiles como el albergue casa Puerta de Esperanza de Tijuana.

Muchas veces se trata de personas que tienen a toda su familia en EE.UU., con pocos vínculos en México.

Este es un rasgo distinto a los hombres, quienes generalmente tienen familiares, esposas, padres o hijos, en sus comunidades de origen.

Generalmente, cuando deportan a mujeres de EE.UU., sus parejas, hijos y otros familiares permanecen en ciudades estadunidenses.

No ocurre así con muchas mujeres, quienes cuando emigran a Estados Unidos es para reunificarse con sus parejas, padres o con otros familiares.

Por eso cuando son deportadas viven una situación traumática, le dice a BBC Mundo Karina López, directora de la casa Puerta de Esperanza.

"Su situación física se ve afectada, no duermen bien, no se alimentan bien. Emocionalmente están abandonadas, devastadas", explica.

Muchas de ellas se quedan en ciudades fronterizas con la esperanza de volver a Estados Unidos o, por lo menos, hacer más fácil una eventual visita de sus hijos o familiares.

Su condición es vulnerable: generalmente sus parejas, hijos y otros familiares permanecen en ciudades estadunidenses, por lo que volver a sus comunidades de origen es complicado.

En muchos casos sus hijos, ciudadanos estadunidenses, se quedan bajo custodio de las autoridades. No son pocos los casos en que son entregados en adopción.

Por eso la situación de estas mujeres es dramática.

Para ellas la deportación del país donde criaron a su familia, coinciden activistas, es como quedarse en el limbo, una especie de purgatorio donde la salida se encuentra a unos kilómetros en el norte, el lugar de donde fueron expulsadas.

Publicidad