Históricamente, la cartografía ha producido hermosos mapas, casi obras de arte. Y en el camino, tienden a revelar más sobre las ideas y la ideología del cartógrafo que sobre la realidad pura y dura de los territorios que pretende describir.

Cuando era niño, y como a otros muchos muchachos de mi edad, me encantaba analizar con detalle los mapas.

Mi familia pasaba las vacaciones de verano en la costa de Dorset, al sur de Inglaterra, y en las paredes de la casa rural donde nos alojábamos había un mapa enmarcado de la agencia oficial de mapeado de Gran Bretaña, Ordance Survey (OS), de 1963.

Cuando llovía –lo cual sucede, desgraciadamente, con bastante frecuencia en el verano inglés- me dedicaba a escudriñar aquel mapa en blanco y negro, maravillado ante su complejo sistema de marcas y símbolos.

Todavía hoy, cuando paseo por el campo, me gusta llevar conmigo un mapa OS Explorer.

Los mapas clásicos son más fiables que las aplicaciones de teléfonos inteligentes, que a menudo se quedan sin batería o pierden la señal.

Esto es lo que sucede con los mapas: si fueron producidos correctamente, parecen objetivos y fidedignos, herramientas científicas que nos permiten orientarnos en el mundo.

Efectivamente, Ordance Survey, la agencia de mapas más famosa del Reino Unido, todavía se enorgullece de ser lo más completa y precisa posible.

La compañía ha evolucionado en una gran potencia digital, con una enorme base de datos de información geoespacial.

Todos estos mapas están producidos por la OS MasterMap de Gran Bretaña, que cuenta con más de 460 millones de datos geográficos, actualizados constantemente -¡más de 10.000 veces al día!- por un equipo de 270 topógrafos, a través de tecnología GPS.

"Examinamos los datos con precisión milimétrica", explica a BBC la gerente de sector en OS, Elaine Owen. "Nuestra base de datos cartográfica es la base de datos geoespacial más detallada y sofisticada del mundo".

Perspectivas sesgadas

Sin embargo, un nuevo libro-mapa, "Explorando el Mundo", publicado por Phaidon a finales de este mes, apoya con abundantes ejemplos la idea de que lo mapas no son tan fiables y objetivos como tendemos a pensar.

Efectivamente, esto es lo que sucede con los mapas históricos, muchos de los cuales son hermosas obras de arte, pero a menudo revelan más acerca de sus cartógrafos que sobre las zonas que, supuestamente, documentan.

Por ejemplo, los mapas mundiales medievales normalmente situaban Jerusalén en el centro, reflejando la importancia espiritual de la cristiandad durante aquella época.

Un famoso mapamundi de la catedral de Hereford, al oeste de Inglaterra, que data del año 1.300, es un clásico ejemplo de esta tendencia.

En cambio, el excelente mapa del topógrafo William Smith sobre la conformación geológica de Inglaterra, Escocia y Gales desde 1815, fue motivado por un impulso muy diferente.

Tras décadas de trabajos de excavación, Smith era bastante escéptico en cuanto explicaciones religiosas sobre la formación de rocas y fósiles, por lo que se sintió obligado a crear el primer mapa geológico de un país en el mundo.

Delineando capas rocosas con 20 tintes aplicados a mano, su mapa anticipaba la manera en la que la ciencia desafiaría los principios fundamentales de la cristiandad durante el siglo XIX.

Hay innumerables ejemplos de mapas que están impregnados de culturas particulares, como los mapas de palos de las Islas Marshall del Pacífico Sur, unas cartas marítimas que consistían en un entramado de conchas y palos para registrar la localización de las islas, corrientes marítimas y oleajes.

Además, está el mapa de Chukchi Sealskin, de 1870, que ahora se encuentra en el museo Pitt Rivers de Oxford.

Más que un mapa, es una especie de enciclopedia de estilo de vida: sus pictografías -de, entre otras cosas, morsas, goletas balleneras, kayaks y chamanes- retratan escenas de caza y momentos de la rutina diaria de los habitantes de la península de Chukchi, en el noreste asiático, situado en el estrecho de Bering, Rusia.

Por su parte, el aerodinámico mapa del metro de Londres de Harry Beck, en 1933, expresa muy bien el apetito por la modernidad innovadora de la Gran Bretaña de comienzos del siglo XX.

Ese fue también el momento en el que la -hasta entonces congestionada- Ordance Survey comenzó a despegar.

"No fue sino hasta el periodo de entreguerras, en la primera mitad del siglo XX, cuando la OS caló realmente en la imaginación del público –y en su afecto- como sinónimo de senderismo", dice Rachel Hewitt, autora de "Mapa de una Nación: una Biografía del Ordnance Survey".

"Esto se debe a su producción de mapas fácilmente transportables; bellos mapas de papel que aprovechaban la locura por lo cultural para la exploración de los paisajes británicos", asegura.

"La última frontera"

Hoy en día, los cartógrafos se preocupan menos por la distancia y los objetos materiales. En su lugar, detallan todo lo relacionado con redes y conectividad, incluyendo el uso global y en tiempo real de redes sociales como Twitter y Facebook, que cambian segundo a segundo.

Al hacerlo, al igual que otros gráficos anteriores a su tiempo, estos nuevos mapas reflejan las preocupaciones de la era en la que se producen; en este caso, la "Era de la información".

En ocasiones, algunos artistas han satirizado la perspectiva inherentemente sesgada de los mapas.

"La Vista del Mundo desde la Novena Avenida" de Saul Steinberg fue portada de la revista New Yorker en 1976.

Este infame "mapa" da un protagonismo absurdo a Manhattan en primer plano, mientras que el fondo de la imagen está compuesto por grandes extensiones de terreno, desde el río Hudson hasta el Océano Pacífico y más allá.

Este "mapa" está incompleto hasta el extremo: México y Canadá, por ejemplo, son simplemente pequeños puntos en un espacio vacío de izquierda a derecha.

Steinberg se burlaba sobre cuán estrechas pueden ser las perspectivas individuales a la hora de ver el mundo.

Aun así, muchos expertos aseguran que estamos viviendo en la época dorada de la cartografía.

"Mis mapas favoritos son aquellos producidos por el Human Connectome Project, que muestran las redes de materia blanca en nuestro cerebro", le cuenta a BBC John Hessler, un especialista en cartografía moderna de la Librería del Congreso de Washington DC, quien escribió la introducción del –antes mencionado- nuevo libro de Phaidon.

"Estas son las carreteras y las líneas eléctricas que conectan la más conocida materia gris, gracias a la cual pensamos y actuamos. Para mí, son una prueba de la última frontera de la cartografía –el mapa definitivo sobre nosotros mismos- y representan un proyecto cartográfico nunca visto en la historia de la humanidad".

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