"El país está enloquecido, hay un fervor nunca visto", dice el argentino Arturo Santoni. La nación al borde de la locura a la que se refiere es Islandia, que está a punto de jugar un Mundial de fútbol por primera vez en la historia y se medirá en su debut con Argentina.

"Hay un orgullo exagerado de medirse ante un país fuerte", apunta el mendocino, que se mudó aquí en 2010. "Pero jamás me han hecho sentir mal, no les entra en la cabeza pelearse con un inmigrante por una cuestión menor".

La afirmación no cae de sorpresa: Islandia es considerado el país más amigable del mundo para los inmigrantes, según el Índice de Aceptación de la encuestadora Gallup, que recogió opiniones en 139 naciones durante 2016 y 2017.

En esta isla perdida en el Mar del Norte -y a 700 kilómetros de su vecino más próximo-, famosa por sus paisajes únicos de volcanes y géiseres tanto como por sus logros en materia de bienestar social, la llegada exponencial de inmigrantes es un fenómeno reciente.

"Esto es un pequeño pueblo", repiten los habitantes de Reikiavik.

En un centro urbano de apenas unas cuadras y edificios de chapas coloridas de dos o tres plantas, donde la nieve es reina durante seis meses al año y en verano no se pone el Sol, se concentran casi dos tercios de la población nacional.

Unos 350.000 habitantes, no más.

De ellos, un 10,6% es extranjero: si se juntaran, no alcanzarían siquiera a llenar las gradas del estadio Spartak, donde se medirán Islandia y Argentina en el Mundial de Rusia.

Pero hace dos décadas eran apenas 2% de la población total, lo que revela un crecimiento del 430%.

Sociedad homogénea

"El año en que recibimos más inmigrantes que en ningún otro en toda nuestra historia", publicó el mes pasado el periódico Icelandic Review, con las estadísticas de 2017 a la vista.

Fernando Bazán, radiólogo, es un recién llegado. Vino con una oferta de trabajo tentadora, para un puesto de especialista muy buscado en el hospital de la capital.

"Me atrajo el carácter igualitario del país, quería ver cómo era y experimentar esta sociedad que desde fuera se ve un poco idílica", señala a BBC News Mundo este peruano de 36 años.

En una isla remota, el arribo incesante de inmigrantes como él -y otros casi 15.000 en 2017, según reportes oficiales, un 50% más que en 2016- supone toda clase de desafíos.

El primero, el de jaquear creencias y presupuestos de una sociedad en la que, en parte por causa del aislamiento, todos son bastante iguales.

Un dato permite ponerlo en perspectiva: en 1996, 95% de la población era 100% islandesa, según Statistics Iceland, el instituto oficial de registros.

La homogeneidad y la capacidad de gestión -mucho más sencilla en un país pequeño- son con frecuencia señaladas como los factores detrás del "éxito" de Islandia.

De la eficacia de sus políticas de seguridad social, sus méritos medioambientales (el 100% de la energía la obtienen de fuentes renovables), sus avances en igualdad de género (en enero, el país se convirtió en el primero del mundo en obligar a las empresas a demostrar que pagan equitativamente a hombres y mujeres), sus mejoras en materia de salud pública (un programa antitabaco logró reducir el consumo entre jóvenes con resultados extraordinarios). Y la lista sigue.

Y estos resultados son, paradójicamente, los que atraen a miles de extranjeros a probar suerte en esta sociedad que históricamente ha querido preservar su uniformidad.

La boyante economía también ha jugado un papel fundamental.

"En el último medio siglo, Islandia ha experimentado un crecimiento económico sustancial, pasó de ser uno de los países más pobres de Europa a uno de los más ricos mediante una serie de reformas de libre mercado combinadas con un alto nivel de intervencionismo gubernamental", explica el Instituto de Políticas Migratorias.

Lo cierto es que, como consecuencia de ese despegue, el mercado de trabajo islandés está necesitado de mano de obra.

Mucha mano de obra.

Unos 3.000 nuevos puestos, según la confederación empresarial del país, si el Producto Interno Bruto crece anualmente entre 2,5 y 3% como plantean las proyecciones más conservadoras.

Podrían ser incluso más y, con un índice de desempleo de apenas 2%, esa fuerza de trabajo sólo puede venir de fuera.

"La mayor parte del flujo es una migración económica. La estabilidad que te ofrece Islandia es un criterio que pesa mucho, la mayoría decimos que hemos venido acá para trabajar y poder ahorrar", señala a BBC Mundo Èric Lluent, que emigró de Barcelona tras la crisis económica española.

"La inmigración de hispanohablantes no era mucha hasta hace unos años, salvo excepciones: alguno que venía siguiendo a un amor, un científico en una investigación puntual...", apunta Lluent, que es autor de dos libros sobre historia islandesa. "Fue a partir de 2014 que se incrementó".

Antes llegaron los polacos, que hoy son por lejos la mayor comunidad de extranjeros - 38,3% del total de inmigrantes, seguidos de lituanos (5,2%) y filipinos (4,5%).

"Cuando llegamos, todos encontramos trabajo en cuestión de días", dice Tomasz Chaprek, 36 años, polaco y responsable de un proyecto de integración para sus compatriotas en la isla llamado Project: Polska. "Era 2007, era la Islandia pre crisis".

La crisis a la que se refiere ocurrió en 2008 y fue estrepitosa: los tres principales bancos comerciales islandeses quebraron y la economía nacional colapsó, llevó a la caída del empleo y, como consecuencia, a una merma del flujo migratorio.

Pero la mala época no duró mucho. El PIB repuntó en tres años y, con él, la llegada de nuevos residentes extranjeros en busca de empleo.

También la oleada de turistas, que se triplicaron entre 2010 y 2017, curiosamente después de que la espectacular erupción del volcán Eyjafjallajökull pusiera a Islandia en el mapa de destinos turísticos por descubrir.

"Hay un boom, se está construyendo hotel tras hotel y la llegada de visitantes ayuda a que se abra la mentalidad, indirectamente nos ayuda a los extranjeros que vivimos aquí", opina Sussette Terrazas, 28 años, que vivió en Bolivia y Perú antes de recalar en Islandia, en 2006.

"Aunque eso también está cambiando la fisonomía de la ciudad, dispara el precio de los alquileres y satura las capacidades de la isla en muchos sentidos. Y eso no todos lo ven con buenos ojos", apunta Terrazas, que trabaja de guía de turismo y traductora.

Madres protegidas, niños seguros

No sólo de trabajo vive el ser humano: los migrantes destacan que el país es también "el mejor lugar para tener hijos".

"Para nosotros, la elección de mudarnos tuvo que ver con que es un lugar ideal para formar una familia", dice Azahara Bejarano, una catalana que lleva aquí casi tres años.

"Como madre, me siento contenida y cuidada", confirma Izabela Sobczak, polaca, 35 años y madre de una niña de 3.

La educación primaria, que es mayormente pública, tiene resultados para mostrar. Por caso, sienta las bases para que Islandia quede tercera en la lista de las naciones más educadas, después de Finlandia y Noruega (el llamado índice WMLN, 2016).

"Está lleno de sitios para llevar a los niños, hay ayuda si eres madre soltera, los jardines de infantes son de alto nivel y en la escuela se preocupan por preguntarme qué necesitamos como padres extranjeros", enumera Sobczak.

Hay más: en materia de seguridad, este país sin ejército tiene desde hace décadas una de las tasas de homicidios más bajas del mundo, de apenas 1,8 por año, y en 2017 se registró el menor índice de robos desde 1999.

No por casualidad se ha mantenido consistentemente en el primer lugar del Índice Global de Paz (GPI, en inglés), que categoriza a los países por sus niveles de criminalidad, entre otros indicadores.

"Esa posibilidad de que los niños estén afuera hasta las 10 de la noche sin que estés preocupado, además de las ventajas que da tener la naturaleza cerca, son invaluables", apunta Tomasz, su pareja, que cuenta que la licencia por paternidad es de tres meses (y según las estadísticas, 90% de los hombres islandeses hacen uso del beneficio).

Trabalenguas

Pero el bienestar familiar se da de bruces con una de las realidades más duras para quienes llegan aquí: la necesidad - la dificultad- de aprender islandés.

El idioma - con cuatro declinaciones, infinitas irregularidades, diez letras adicionales en su alfabeto y una pronunciación inextricable para el oído poco entrenado- es el eje de la cultura y las tradiciones que los islandeses defienden a capa y espada.

En otras palabras: es indispensable para quien quiera sentirse parte de la sociedad, aún cuando la mayoría de los locales aprende inglés en la escuela y es perfectamente bilingüe.

"La sociedad tiene un miedo visceral de perder su cultura, precisamente porque está estructurada en torno al idioma y el islandés es una lengua minoritaria que se habla sólo aquí. Puedes verles la cara de pánico cuando escuchan hablar otro idioma en la calle o en un bar", señala Chaprek.

Este año se han batido récords de estudiantes de islandés, según cifras del Ministerio de Educación, con más de 200.000 registrados (en todo el mundo) en los programas gratuitos vía internet que diseña el gobierno. Y el número de inscritos en los cursos de idioma en la universidad local es el doble que hace 10 años, indica el periódico Reykjavík Grapevine.

Y aun así?

"Lo he estudiado, pero es casi imposible... Y después está el acento, que siempre va a marcar una diferencia", dice Herianty Novita Seiler, que llegó desde Indonesia hace 18 años, se casó con un islandés y tiene hijos a los que a veces no puede ayudar con la tarea escolar "por la barrera del idioma, lo que me frustra bastante".

Takk!, Gjörðu svo vel, Mér þykir það leitt: gracias, de nada, lo siento.

Hasta ahí, en un islandés para las interacciones básicas de la vida cotidiana, llegan pronto los que intentan domar la lengua.

"Pero es extremadamente difícil progresar después de los primeros niveles", agrega Wiola Ujazdowska, polaca y artista visual. "Y si no lo hablas, hay trabajos con los que no puedes ni soñar".

Muchos de los recién llegados se quejan precisamente de que, aunque el empleo abunda, los que se ofrecen a los extranjeros sin islandés avanzado son poco calificados -en la industria de la pesca, por ejemplo, que es clave para la economía- y mal remunerados.

Otros, aun cuando consigan un puesto a su medida, aseguran que "jamás seremos como ellos".

"Los recursos para facilitarle el proceso de adaptación a los extranjeros son escasos y malos y, en un país que tiene un boom inmigratorio, eso irremediablemente crea guetos", opina el peruano Bazán.

"Incluso si logro decodificar todas esas sutilezas culturales, nunca voy a estar en el Libro de los Islandeses", se ríe Macieg Chmielewsky, un polaco-estadounidense que salió a toda prisa de Washington después del triunfo de Donald Trump.

El mentado libro, el Íslendigabók, es en realidad una base de datos que contiene la genealogía del 95% de los islandeses, con un árbol familiar que se remonta 1.200 años atrás. Y "estar en el libro" es de algún modo una validación social en la isla, explican varios.

(Una versión más moderna es la app Islendiga, que permite confirmar en el celular si alguien a quien conoces en un bar un sábado resulta ser tu primo lejano con el que mejor no ir más allá).

"No son racistas por el color de piel pero su forma de ser, muy cerrada, no ayuda a que uno se sienta bienvenido", señala Sussette Terrazas, que llegó al secundario a los 16 años, sin hablar el idioma.

"Hay un miedo a que el extranjero les haga perder su esencia", anota Bejarano.

"¿Que si es el país más amigable? Bueno, en la superficie los islandeses son amables. Pero levantan paredes invisibles con todo aquel que sea diferente a ellos", remata Novita Seiler.

Tiempos que cambian

Los extranjeros, además, se han convertido en un factor de presión para que el gobierno islandés ajuste las políticas migratorias y las leyes de naturalización que se mantienen casi sin cambios desde 1950.

En el pasado, por ejemplo, los extranjeros que adquirían la ciudadanía debían "islandizar" su nombre - modificando el apellido con el sufijo son para hombres y dóttir para mujeres-, pero este requisito fue ya abolido por el Parlamento.

En un intento por dar voz a las distintas comunidades, desde 2010 funciona en Reikiavik un Consejo Multicultural, un grupo de seis extranjeros democráticamente elegidos por sus pares, que sirve de fuente de consulta para las autoridades.

"Venimos de diferentes lugares y servimos de puente con la sociedad islandesa", explica Tamila Gámez Garcell, una cubana que arribó hace 16 años tras casarse con un músico de la sinfónica nacional.

Aunque no tienen voto, las distintas dependencias de gobierno los consultan en asuntos que afectan a los inmigrantes.

El difícil acceso a la vivienda y el elevado costo de vida, además de las dificultades de integración, son algunas de las preocupaciones recurrentes.

"Las autoridades se dan cuenta que hace falta hacer cambios, lo que no sé es si la sociedad entera se da cuenta de cuán grandes son estos cambios", dice Gámez.

Muchos comparten esa visión.

"No sólo los inmigrantes se tienen que adaptar, también la sociedad. Hay que encontrarse a mitad camino", dice Amal Tamimi, puño cerrado pero mirada serena.

Tamimi es palestina, llegó desde Jerusalén en 1995 -"durante uno de los peores inviernos en Islandia, que ya es mucho decir en este país de frío inclemente"-, escapando de la violencia doméstica y con cinco niños a su cargo.

Fue la primera mujer de origen extranjero en conseguir un escaño en el Parlamento nacional, en 2011, y se dedica a dar clases de concientización sobre los inmigrantes y sus necesidades en distintas dependencias del Estado.

"El islandés promedio es amable y muy correcto, pero hay un grupo pequeño aunque muy elocuente que azuza un sentimiento antiimigrante y que está en contra de una política de puertas abiertas", señala.

Tal vez el principal foco de reclamos contra el gobierno por estos días -aunque desde los sectores más progresistas- es el manejo que se ha hecho frente a la crisis de refugiados.

El país aceptó este año una cuota de 55 extranjeros bajo la figura de refugiado -la mayoría proveniente de Siria, indica Tamimi-, que planea expandir a 100 en el futuro, según reportes del Icelandic Monitor.

Y muchos consideran que la próspera Islandia podría acoger muchos más.

"Es cierto que hay que revisar el sistema, pero el país tiene uno de los programas más completos para refugiados, desde el derecho al empleo al acceso a psiquiatras y dentistas. Mucho más generoso que los de otros países", defiende Tamimi.

"Y la necesidad de abrir las puertas no va a pasar, porque la demanda del mercado laboral es muy fuerte. Falta que (los islandeses) entiendan que no hay razón para tener miedo de los que queremos hacer de Islandia nuestro hogar".

Según proyecciones de la confederación empresarial, el número de inmigrantes se duplicará de aquí al 2040.

"Islandia ahora necesita migrantes, pero la pregunta es si realmente los quiere. ¿Los está integrando en la sociedad o solamente en el mercado laboral?", cuestiona Èric Lluent.

"Es probable que no sea el país más amigable del mundo que dicen las encuestas, pero te permite vivir tranquila y llegar lejos", replica Tamila Gámez.

"¿Qué más necesita uno para quedarse?"

Hay, al fin de cuentas, diferentes interpretaciones de lo que constituye una "buena amistad".

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