Los dos conflictos estallaron de forma sorpresiva, en países que parecían ser ejemplos de prosperidad y estabilidad regional.

Tanto la revuelta de los chalecos amarillos en Francia, que comenzó en noviembre de 2018, como las masivas movilizaciones que sacuden a Chile desde mediados de octubre, comenzaron como protestas contra aumentos.

En el caso del país europeo, por el encarecimiento del combustible; en la nación sudamericana, por un alza en el precio del pasaje de metro.

Sin embargo, en ambos países la protesta se extendió mucho más allá de ese reclamo inicial y se transformó en una demanda popular contra la desigualdad y otros problemas sociales.

El presidente francés, Emmanuel Macron, al igual que su par chileno, Sebastián Piñera, dieron marcha atrás con los aumentos que habían encendido el conflicto.

Sin embargo, eso no detuvo las movilizaciones a ambos lados del Atlántico.

Tampoco frenaron con otras concesiones, como aumentos salariales para los que menos ganan, decretado por ambos mandatarios.

Sin embargo, eventualmente las protestas de los chalecos amarillos -la vestimenta que caracterizó a los manifestantes franceses- fueron perdiendo fuerza.

Y a pesar de que algunos se siguen movilizado cada semana en París, lo cierto es que el movimiento prácticamente dejó de existir.

¿Pero cómo logró el gobierno francés contener lo que por momentos parecía un movimiento incontenible?

Fue gracias a un gran debate nacional convocado por Macron tras nueve semanas consecutivas de protesta.

En una carta abierta publicada en enero pasado a través de las redes sociales -las mismas que eran utilizadas para organizar las marchas- el mandatario galo propuso un "nuevo contrato para la nación".

Por dos meses, entre el 15 de enero y el 15 de marzo, se realizaron unos 10.000 debates en todo el país, donde la gente podía opinar sobre los temas cruciales que querían cambiar.

En abril, poco después del incendio de la catedral de Notre Dame, Macron presentó un paquete de medidas que buscaba responder a las demandas recogidas durante los debates.

Pero para entonces, las protestas ya se habían apaciguado y el mandatario francés había recuperado los niveles de popularidad que tenía antes de que estallara el conficto.

Qué puede aprender Piñera

El gobierno chileno ya dio señales de querer seguir la misma senda que tomó, con éxito, Macron.

El pasado 26 de octubre, un día después de la que se considera la mayor marcha de la historia reciente de Chile, Piñera habló a la nación.

Además de pedir la renuncia de todo su gabinete y poner fin al toque de queda que regía desde que comenzaron los disturbios, el mandatario habló expresamente del "ejemplo" francés.

"(En Francia) se produjo un debate a nivel de país que duró dos meses y después de esos dos meses, de haber tenido esa reflexión, después que los propios asistentes participaron en estructurar las conclusiones, y por tanto son sus ideas (...), se inició el camino de las soluciones, de las medidas", señaló.

Tres días más tarde, el ministro de Desarrollo Social, Sebastián Sichel, anunció que se convocaría a diálogos sociales en las 345 comunas chilenas.

¿Funcionará como en Francia?

Algunos tienen sus dudas.

Cristobal García-Huidobro, historiador de la Universidad Católica de Chile, explicó al medio local 24Horas.cl por qué el conflicto en su país podría ser más complicado de resolver.

"Un factor que hace que el tema sea más difícil en Chile es que las frustraciones llevan muchos años acumuladas".

"La solución -macroniana' funcionó en la medida en que no existía esta tensión acumulada por años. El asunto en Francia era más fácil de desactivar", opinó.

Claudio Fuentes, profesor de la Universidad Diego Portales (UDP), coincidió en que hay muchas diferencias entre las demandas de los manifestantes chilenos y los franceses.

"Las protestas tienen en común la demanda social, pero en Chile, a diferencia de Francia, también se exige una nueva Constitución", le remarcó a BBC Mundo, en referencia al documento aprobado durante la era Pinochet.

Por otra parte, señaló que "Francia tiene una tradición democrática mucho más consolidada que Chile, con fuertes organizaciones de la sociedad civil".

En cambio, en Chile "casi no hay sindicatos, los partidos se distanciaron de la cotidianeidad y la Iglesia Católica, que era la gran contenedora y organizadora de la sociedad, entró en crisis y ya no está", afirmó.

"El vínculo entre el tejido social está muy debilitado en Chile".

Vinculante

No obstante, el politólogo cree que la táctica de Macron podría funcionar si se cumple una condición: que las conclusiones de los diálogos sean de carácter vinculante y generen "un compromiso del Estado".

Fuentes recuerda lo que pasó entre 2015 y 2016, cuando la entonces presidenta Michelle Bachelet convocó a cabildos ciudadanos para proponer una nueva Constitución.

"Participaron unas 200.000 personas, hubo cabildos autoconvocados a nivel local y regional", recuerda.

Sin embargo, "Bachelet mandó su proyecto de ley al Congreso, y ahí murió".

Esto, dice, ahondó la "crisis de confianza generalizada que ya existía en la sociedad, en el gobierno y en los partidos".

El éxito de la propuesta lanzada por el gobierno de Piñera dependerá de cuánta relevancia le dan las autoridades, concluye.

Desgaste

Pero quizás, se espere también el desgaste natural que sufrieron las movilizaciones en el país galo.

"La historia de los movimientos sociales muestra que hay un surgimiento, un desarrollo y una muerte", señala Fuentes.

"No es sostenible en el tiempo mantener el nivel de intensidad actual de la protesta", dice sobre la situación chilena.

"La pregunta es si se traducirá en cambios, como ocurrió en Francia".

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