La democracia está en crisis.

Los políticos antidemocráticos están en boga, las noticias falsas dominan el debate público y las encuestas reflejan poblaciones escépticas del sistema y preocupadas por su viabilidad.

Pero para la economista francesa Julia Cagé hay una solución: cambiar la forma como se financia la democracia.

Tras años de investigar el financiamiento y opciones viables para los medios de comunicación, la doctora en economía de la Universidad de Harvard se dedicó a analizar los datos sobre financiamiento de la política en países como Reino Unido, Francia y Alemania.

En su ultimo libro, "El precio de la democracia", publicado en español por la editorial Grano De Sal, Cagé presenta los datos que demuestran una correlación entre el financiamiento de la política y los resultados de las elecciones y el proceso político.

El sistema, sostiene la parisina de 37 años, no solo beneficia a quienes donan a los partidos políticos y candidatos, sino que además exime de impuestos a estas élites que supuestamente financian la democracia.

Pero la autora, además de diagnosticar el problema, propone una serie de medidas para garantizar ese principio de la democracia según el cual cada persona es un voto: entre ellas, regular las grandes donaciones privadas y permitir que todo ciudadano contribuya con pequeñas sumas.

BBC Mundo habló con ella como parte de la cobertura del Hay Festival de Cartagena y Medellín, donde Cagé hablará con nuestro periodista Daniel Pardo.


Usted dice que la democracia solo beneficia a algunas élites, pero la democracia fue creada precisamente para beneficiar a la mayoría. ¿Cómo ocurrió eso?

La democracia no fue creada para beneficiar las mayorías. Cuando la democracia fue creada fue solo para los hombres y para los ricos.

En las primeras democracias la gente que votaba o se lanzaba debía tener cierta cantidad de riqueza o de ingreso. Era un sistema para las élites.

Fue luego que se crearon leyes para aumentar la cantidad de gente que podía votar. Acabaron con el ingreso mínimo, la riqueza mínima, y todos los hombres pudieron votar. Y luego fue, solo hasta mediados del siglo XX, que introdujeron a las mujeres.

Pero usted dice que, pese a aumentar el número de gente que participa, siguió siendo un sistema que beneficia a las élites.

Claro, porque cuando hicieron estos cambios no se establecieron reglas que garantizaran que todos pudieran participar del juego en términos igualitarios.

Y, en particular, no regularon la financiación política; las donaciones a los partidos políticos y a las campañas.

La democracia era muy pequeña al principio y luego la ensanchamos, pero no creamos mecanismos para evitar que el sistema fuera cooptado por minorías pudientes.

Es decir que la democracia nunca ha sido realmente democrática.

Exacto. La democracia, en la práctica, nunca ha sido un sistema que beneficia a las mayorías.

Pero, ojo, eso no significa que la democracia no sea buena o que no sea mejor que otros sistemas, como la autocracia o la dictadura.

El problema es que en general no hemos reformado la democracia para que sea un sistema que garantice que una persona signifique un voto.

Hay quienes creen que el problema es que la gente no sabe votar, que vota por candidatos antidemocráticos.

Esta es una perspectiva que busca dejar las cosas como están y no reformar.

Culpan a la gente que vota, que quiere participar de un sistema democrático, en lugar de mirar la estructura del sistema.

Y la razón por la cual la gente vota por políticos antidemocráticos no es porque sean brutos, sino porque identifican los problemas que hay en el sistema.

¿Qué es lo que impide garantizar que cada persona signifique un voto?

Lo primero es que se supone que cualquier debería poder lanzarse a unas elecciones y eso no es cierto, porque si no tienes suficiente dinero no puedes aspirar al poder. No hay acceso igualitario a la democracia.

Y lo segundo es que no todos tenemos el mismo peso sobre el sistema.

Porque si una persona con dinero invierte en un partido político o en un candidato, la evidencia muestra que ese alguien va a tener más peso que un votante normal durante el proceso político.

Entre más inviertes en las elecciones, dice la evidencia en general, más posibilidades tienes de ganar y, luego, de influir.

La democracia tiene muchos problemas. ¿Por qué escogió hacerle un seguimiento al dinero como forma de diagnosticar los problemas del sistema?

Fue una decisión que surgió de mis investigaciones anteriores sobre los medios de comunicación, donde me encontré que el dinero era una forma muy clara de influir en el proceso editorial y político.

En el siguiente trabajo decidí ver la data de financiamiento político en Francia, Reino Unido y Alemania y empecé a ver una correlación entre las donaciones y los votos.

Hay muchos problemas en el sistema, pero creo que el del financiamiento se ha pasado por alto y es un tema en el que se pueden hacer cosas, como regular las grandes donaciones privadas, coordinar mejor y más equitativamente el financiamiento público y estructurar la participación de todos los ciudadanos a través de pequeñas donaciones.

¿No es algo positivo que los más ricos estén financiando el sistema político?

Pero eso no es lo que pasa. En la mayoría de los países, quienes contribuyen al financiamiento de campañas reciben exenciones de impuestos que en la práctica hacen que en realidad no estén sacando el dinero de sus bolsillos.

Al final, los pobres, que no gozan de exenciones, son quienes pagan por esas donaciones de los ricos a través de sus impuestos. Es muy injusto: los pobres pagan por una democracia que beneficia a los ricos.

Si la democracia es injusta en Francia o Reino Unido, ¿qué pasa en América Latina?

Pasa algo similar, claro. Ahora estoy trabajando en el caso de Brasil, donde un caso de corrupción como el de Odebrecht demostró las grandes falencias del sistema.

Después de ese escándalo surgieron varias regulaciones en Brasil que van por buen camino. Y eso es lo que ha ocurrido en Italia y en Francia hasta cierto punto.

Pero la enseñanza es que no deberíamos necesitar escándalos para que la democracia sea justa. No es demasiado tarde para salvar la democracia.

Pero entonces, ¿es mentira que Francia tenga una de las mejores democracias del mundo?

No solo es mentira. Es un chiste que Francia tenga una democracia ejemplar.


Este artículo es parte de la versión digital del Hay Festival Cartagena 2022.

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