Hace cincuenta años, si una persona necesitaba dinero en efectivo tenía que ir al banco. Y para eso, debía ir a la sucursal más cercana en horario de oficina. Ni un minuto más tarde. De lo contrario se quedaba con los bolsillos vacíos.

Y eso es lo que le sucedió al británico John Sheperd-Barron, el inventor del cajero automático.

En una entrevista que el concedió a la BBC en 2007, Sheperd-Barron contó cómo se le ocurrió la idea.

Un día, este personaje que vivía en el campo viajó a Londres para cambiar un cheque en la filial de su banco en la capital británica, pero se encontró con que ya había cerrado.

Enfadado y frustrado, se marchó a su casa y aquella noche, mientras tomaba un baño, empezó a pensar en cómo podía tener acceso a su dinero a cualquier hora.

Pensó en las máquinas que vendían chocolates: al insertarles una moneda y jalar una palanca se abría un cajón y caían los chocolates.

Pero en vez de chocolates su invento daría dinero a cambio de un cheque.

Autenticidad

Para que la máquina pudiese detectar la autenticidad del cheque y éste pudiese ser pagado, se creó un proceso que requería que el cliente pasase por la entidad bancaria y se le entregasen tantos cheques por valor de 10 libras esterlinas como necesitara y cuya cantidad era descontada de la cuenta antes del pago.

Estos cheques estaban impregnados de carbono 14, lo que hacía que al ser introducidos en el cajero, reconociese su autenticidad y entregase las 10 libras.

Pero antes de introducir el cheque, el cliente debía identificarse con una clave.

¿Seiz o cuatro dígitos?

Durante el desarrollo del cajero automático, Sheperd-Barron le comentó a su esposa, Caroline, la idea de crear una contraseña de seguridad.

"Estábamos en la mesa de la cocina y le pregunté a Caroline cuál era el número máximo de dígitos que podía recordar sin problemas", le relató el inventor a la BBC.

Él pensó en uno de seis cifras cuando se dio cuenta de que podía recordar los seis dígitos de su registro militar, pero ella le dijo que le costaba recordar seis números por lo que lo dejó en cuatro.

Así es cómo nació el PIN (Personal Identification Number) o clave personal de 4 dígitos, que se ha convertido en un estándar mundial.

El 27 de junio de 1967 se instaló el primer cajero automático -creado por Sheperd-Barron y comercializado por la firma británica De La Rue- en una sucursal del Banco Barclays.

Desde aquella fecha estos aparatos se han extendido por todo el mundo.

Hoy, la red de más de 3 millones de ATM (Automated Teller Machine, el nombre genérico de estas máquinas en inglés) se extiende desde la estación antártica de McMurdo, en el sur, hasta el pueblo de Longyearbven, en Noruega, en el norte.

Según el Banco Mundial, el país que más cajeros automáicos tiene es Brasil, con unos 160.000 seguido de Japón con casi 105.000.

Los ATM no sólo se han propagado por todo el planeta, sino que además han evolucionado mucho hasta convertirse en máquinas que no sólo dispensan dinero, sino que también realizan muchas otras operaciones bancarias, como depósitos, transferencias y pago de cuentas.

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