-A Manuel Baquedano algunos historiadores lo critican. Otros lo valoran como un héroe de la Guerra del Pacífico. ¿Cuál es su visión?
-Fue el general que llevó la campaña y triunfó. Ese fue su papel. Fue el jefe militar más importante en la victoria práctica. La victoria tiene muchos lados. Hay toda una reorganización del ejército que venía de antes. Civiles como Vergara y Sotomayor tuvieron mucha importancia. El almirante Lynch también. Pero el que dio la cara y que estuvo muy cerca de la primera fila en las batallas fue el general Baquedano. En ese sentido es el gran símbolo.
-Pero Francisco Encina dijo que era “tartamudo y de una extraña pobreza de ideas” y que “hacía el efecto de un ser elemental”.
-El historiador Encina era un tanto subjetivo en sus críticas y esa frase no escapa de aquello.
-Aunque la subsecretaría de Patrimonio dio marcha atrás, se ha planteado cambiar de lugar al monumento.
-Primero, el monumento ya se acerca a los 100 años allí. Mariano Latorre habló de “Chile, país de rincones”. En el mundo urbano los símbolos de la ciudad han sido más endebles por nuestra tendencia, un poco latinoamericana, pero también muy chilena, de echar todo abajo.
-¿Es un rasgo nacional?
-La conciencia de guardar patrimonio es frágil. Y si dicen que la figura de Baquedano es divisiva, entonces eso habría que aplicarlo a la estatua de Jorge Alessandri, a la de Eduardo Frei Montalva y sobre todo a la de Salvador Allende. Entonces eso vale para cualquiera. En la Plaza Baquedano tiene que estar el monumento de Baquedano. De lo contrario es darle el triunfo a una chusma delirante.
-¿Quizá se podría poner algún elemento que recuerde lo que sucedió?
-Por supuesto, se puede poner una placa, algo alusivo a las protestas del lugar, a la concentración del millón de personas. Pero hay que distinguir dos cosas. Una es que hayan protestas, que pinten el monumento, lo ensucien; eso es parte de la parafernalia de la política moderna. Las protestas sociales son un submundo; cosas espontáneas, a veces, de cierta irresponsabilidad o frivolidad.
-¿Pero el estallido escapó de la norma?
-Fue muy especial. No creo que se produzca de la misma manera muy luego. Las cosas vienen cada cierto tiempo, pero fue bastante único en la historia de Chile. Si sacamos a Baquedano, sería aceptar que el Estado puede naufragar por cualquier acto de euforia colectiva que se radicaliza. No puede trasladarse sin ser derrotado al Estado. Sería muy simbólico respecto a la imposibilidad de recuperar ciertos sectores, barrios enteros dominados por el narcotráfico o por la delincuencia. Entonces sería un símbolo de derrota trasladarlo. Y se inscribe en el intento de borrar toda la historia de Chile.
-¿En qué sentido?
-Se ha borrado de los últimos cursos de la enseñanza media. Yo creo que lo de Baquedano es una de las grandes caras de ese fenómeno. El olvido de la historia en nombre de la memoria. No he visto cosa más absurda y disparatada que esa.
-¿En las protestas se vinculaba a Baquedano con la guerra en La Araucanía?
-Es parte de una rebelión cultural masiva de crítica a toda la estructura sociopolítica de un país, para proponer no sé qué cosa. Hay algo nihilista en todo eso. Una cosa es la crítica, la discusión sobre el tema. A eso no hay que tenerle miedo. Pero si se acepta la destrucción de estos símbolos, ¿por qué no empezar a destruir los demás? ¿La Catedral? ¿La Moneda se vende, a lo Trump? Así, nos quedamos sin nada del país.
-¿Cómo fue el papel de Baquedano en la guerra con los mapuche?
-Tuvo un rol en ese conflicto, que se llamaba pacificación, pero en parte fue violenta también. Pero el gran símbolo de Baquedano es sobre la Guerra del Pacífico. Y esa es la idea del monumento. En Perú hay una devoción por Grau y Bolognesi. Muy justa, además. Que no se ve en Chile. Hay un defecto, hay algo patológico en nuestra discusión sobre la historia de Chile. Obviamente, ningún personaje de la historia es un santo de altar.
-¿Y qué representan las estatuas?
-Son un recuerdo de que tenemos un pasado. Yo diría que la Guerra del Pacífico fue la última piedra fundacional de la conciencia nacional chilena. A mí me habría gustado una solución internacional un tanto distinta a la que hubo. La independencia de los pueblos hispanoamericanos, en vez de ser violenta, debió haber sido un proceso tipo Commonwealth con España. Pero España no estaba modernizada. Que estos pueblos se independizaran era inevitable, pero la manera como sucedió fue una lástima. Por eso digo que se pueden discutir elementos de la historia, pero borrarlos no.