El argumento que queremos explicar puede ilustrarse con un ejemplo en una latitud remota: la fila de unos visitantes muy especiales a una galería de Brisbane, en Australia.

La fila no la integraban asiduos a los museos. De hecho, y aunque sin duda sería difícil comprobarlo, ninguno había visto una pintura en toda su vida.

Sin embargo, con tan solo un poco de entrenamiento lograron desarrollar un genuino gusto por el arte. A su paso por las distintas salas, mostraban una clara preferencia por las construcciones cristalinas de Picasso o las imágenes oníricas de Monet.

El evento que les describo generó un gran alboroto entre la comunidad científica. Y es que, aunque mostraron un enorme talento, sus cerebros eran más pequeños que la cabeza de un alfiler.

Me refiero al experimento con abejas entrenadas para encontrar sirope detrás de los cuadros de algunos artistas.

Lo más interesante de ellas es que, más allá de ser unas inesperadas críticas de arte, también son capaces de contar hasta cuatro, leer señales complejas, aprender a partir de la observación e incluso hablar entre ellas utilizando un código secreto (el famoso "baile del bamboleo").

¿Son más inteligentes que los seres humanos?

Las abejas pueden evaluar las distancias entre diferentes flores y planear complejas rutas para recoger el mayor volumen de néctar, con el menor esfuerzo.

Cuando se encuentran en la colmena tienen responsabilidades específicas, que van desde labores de limpieza hasta hacer las veces de sistema de aire acondicionado, soltando gotas de agua sobre los panales cuando el clima se torna muy caliente.

Y a pesar de que los humanos cuentan con un número de neuronas 100.000 veces mayor al de las abejas, los rudimentos de muchos de los comportamientos a los que damos más importancia pueden apreciarse también en el contexto de la compleja vida de la colmena.

¿Así que cuál es la diferencia entre nuestra materia gris y la de estos insectos y otros animales?

¿Son los cerebros grandes un desperdicio de espacio?

Empecemos por decir que cerca de una quinta parte de lo que comes es utilizado como energía en la comunicación de los 100.000 millones de células grises de tu cerebro.

Si con esa enorme masa no tenemos una ventaja frente a otros animales diminutos, entonces podríamos concluir que sí se trata de un gran desperdicio.

Sin embargo, no todo está perdido. Entre los beneficios de tener un gran cerebro, es que somos más eficientes en lo que hacemos.

Por ejemplo, si las abejas tienen que monitorear una zona para encontrar flores, van revisando objeto por objeto, mientras que los animales más grandes tienen cerebros con mayor capacidad para procesar información sobre todos los objetos en forma simultánea. Es decir, somos multi-tasking.

Los cerebros grandes también poseen una mayor capacidad para recordar: las abejas solo pueden retener pocas asociaciones de información en el momento, antes de que comiencen a confundirse.

Muy bien, podemos recordar muchas cosas. ¿Qué más?

Charles Darwin describió estas distinciones como "diferencias de grado, no de especie".

Tomando en cuenta la historia de la civilización humana y todo lo que ha logrado, tiene que ser cierto que los seres humanos tenemos una habilidades especiales que no poseen los demás animales. ¿Correcto?

La cultura, la tecnología, el altruismo y muchos otros rasgos han sido considerados como señales claras de la grandeza del hombre. No obstante, mientras más evalúas estas demostraciones de ingenio, se hace más evidente que la diferencia con otros animales no están grande.

Tomemos el caso de los macacos. Desde hace mucho se sabe que pueden utilizar piedras para romper nueces. Por su parte, los cuervos de Nueva Caledonia son capaces de convertir una rama rota en un gancho para agarrar comida.

Lo mismo ocurre con invertebrados. Los pulpos van recogiendo cáscaras de coco, y arrastrándolas por el suelo marino para utilizarlas posteriormente como refugio.

No olvidemos al mono de Zambia, que ha sido visto utilizando un atractivo mechón de grama sobre su oreja, porque al parecer lo hace ver bien. Para muchos investigadores, este comportamiento puede interpretarse como una forma de expresión cultural.

Y así como el uso de un adorno revela un sentido de la moda, también hay ejemplos que revelan una empatía por otro animal, que sugiere una riqueza emocional.

Eso explicaría por qué una ballena jorobada fue recientemente vista cuando salvaba a una foca del ataque mortal de una orca. Con esto quedaría demostrado que no somos los únicos animales con una actitud caritativa.

¿Qué me dices de la conciencia?

Quizás la diferencia entre ellos y nosotros radique en el "sentido del ser", es decir, en la habilidad que tiene una criatura para reconocerse como un individuo.

De todas las distintas cualidades que nos pueden hacer únicos, el nivel de conciencia es el más difícil de medir con certeza.

Una prueba muy común es hacer una mancha con pintura sobre un animal, y colocarlo frente a un espejo. Si nota la mancha y trata de quitársela, podemos asumir que se reconoce y ha desarrollado un cierto concepto sobre sí mismo.

Los humanos no desarrollan esa capacidad hasta que alcanzan los 18 meses de nacidos, pero la misma habilidad se ha observado en monos, orangutanes, gorilas, urracas, delfines y orcas.

Entonces, ¿no somos especiales?

Puede que haya un par de habilidades mentales que sean nuestras exclusivamente, las cuales pueden ser comprendidas más fácilmente si nos imaginamos la conversación de una familia durante una cena.

La primera de ella es que podemos hablar. No importa lo que haya pasado en tu día, cuando regresas a casa encuentras palabras para describir y contar todas tus vivencias a tu gente.

Ninguna otra criatura se puede comunicar con tanta libertad. Cuando las abejas se bambolean pueden informar sobre la localización de una flor o prevenir de un peligro, pero no pueden expresar todo lo que están viviendo. Se limitan a comunicar pocos hechos que tienen consecuencias inmediatas.

En contraste, el habla humana es infinita. Utilizando palabras a través de un sinfín de combinaciones, podemos expresar nuestros pensamientos más profundos o explicar las leyes de la física.

Y si no existe la palabra, la inventamos.

Más interesante es el hecho que esas conversaciones no solo se refieren al presente, sino que evocan el pasado o abordan el futuro, lo cual no lleva a un segundo rasgo que nos define: la capacidad de revivir eventos del pasado, recreándolos con detalles multisensoriales.

Esa es la diferencia entre saber que París es la capital de Francia, y ser capaz de recordar los lugares y sonidos de tu primer viaje al Museo del Louvre.

Esa habilidad para pensar en el pasado nos permite pensar en el futuro, dado que utilizamos experiencias previas para predecir escenarios que vendrán más adelante.

Ningún otro animal parece tener esa capacidad para elaborar recuerdos personales, y combinarlo con todo un plan de acciones por realizar.

Incluso las abejas, con su compleja organización dentro de la colmena, solo parecen responder a situaciones básicas que tienen en el presente.

Sus pensamientos no van más allá de la siguiente flor que deben visitar o del invasor del cual se deben defender. No van a rememorar su vida cuando eran una larva.

Con el lenguaje y nuestra capacidad mental para "viajar en el tiempo", podemos compartir experiencias y esperanzas con otras personas, construyendo redes que definen un conocimiento, el cual crece de generación en generación.

La ciencia, arquitectura, tecnología, escritura, en fin, nada sería posible sin esto.

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