¿Hasta qué punto se puede engañar a una persona en un experimento psicológico? ¿Cuánta presión pueden ejercer los investigadores? ¿Se puede asustar a un niño para estudiar el miedo?

A lo largo del siglo XX la ciencia fue desarrollando un código ético estricto sobre lo que se puede y no se puede hacer en un experimento y el campo de la psicología humana no es una excepción.

Entre los factores clave de este código deontológico están la proporcionalidad entre los beneficios y los riesgos de una investigación, la participación voluntaria, libre e informada de los sujetos, el respeto a la dignidad de los participantes y la provisión de una especial protección para las personas más vulnerables, como los niños.

El engaño, por ejemplo, un factor habitual en muchos experimentos, está ahora muy regulado e incluso prohibido por el código ético de muchos colegios de psicólogos.

Pero no siempre fue así.

Paradójicamente, algunos experimentos sociológicos que hoy en día no cumplirían ni de lejos los estándares éticos, se convirtieron en grandes referencias para la psicología, y nos ayudaron a entender aspectos diversos, a veces oscuros, del comportamiento humano.

Aquí te presentamos tres de los más conocidos.

1. El experimento Milgram sobre la obediencia a la autoridad (1963)

La inspiración para este experimento, realizado en 1963 por el psicólogo Stanley Milgram, de la Universidad de Yale (EE.UU.), surgió de los juicios de Nuremberg por los crímenes de guerra del nazismo, tras la segunda guerra mundial.

El investigador estadounidense se interesó por el hecho de que la defensa de los acusados ante crímenes terribles siempre estaba basada en la "obediencia" a sus superiores.

Milgram quiso explorar si había algo malvado que era único en los nazis o si cualquier persona podría ser capaz de cometer actos terribles contra otros.

Así, reclutó a 40 voluntarios estadounidenses y les dijo que iban a participar en un experimento sobre la memoria y el aprendizaje.

Los agrupó en parejas y les dijo que uno sería el profesor y otro sería el estudiante, en lo que parecía una asignación aleatoria, que quedó registrada en varios videos.

Después llevaban al estudiante a otra habitación y al profesor le pedían que pusiera a prueba su memoria con un test.

El investigador le decía entonces al profesor que si el estudiante se equivocaba debía castigarlo. Ese castigo era una descarga eléctrica, que variaba desde los 50 voltios hasta los 450 voltios, una potencia máxima que estaba señalada como "PELIGRO: choque severo".

La instrucción era que cuanto más se equivocara el estudiante más duro debería ser el castigo del profesor. Las descargas eléctricas eran falsas pero los profesores no lo sabían, y escuchaban quejas y gritos pregrabados de dolor después de aplicarlas.

Lo que Milgram quería saber es hasta qué punto los sujetos seguirían aumentando las descargas, sabiendo que le causarían daños físicos a la otra persona, antes de enfrentarse al investigador y negarse a cumplir la orden.

Y sus resultados dejaron anonadada a la comunidad científica: el 65% de los participantes llegó a ejecutar la descarga final máxima de 450 voltios.

La principal conclusión del psicólogo fue que la persona no se considera a sí misma responsable de sus propios actos, sino que se considera un instrumento que ejecuta el deseo de otra persona, en este caso el investigador.

"Lo que he aprendido de mi experimento", le dijo Milgram a la BBC en una entrevista de archivo, "es que no hace falta que una persona sea malvada para que participe en un sistema malvado: la gente ordinaria puede ser fácilmente integrada en sistemas malévolos".

El principal problema ético del experimento de Milgram de acuerdo a los estándares actuales es el estrés psicológico extremo que se aplicó sobre los sujetos que participaron.

2. El experimento de la prisión de Stanford (1971)

Este experimento liderado por el profesor de psicología Philip Zimbardo, pretendía investigar el efecto psicológico de la percepción de poder.

Para ello los investigadores dividieron a los jóvenes participantes, a los que les pagaban por participar, en dos grupos.

Les asignaron aleatoriamente el papel de prisionero o de guardia y los metieron en un ambiente similar al de una cárcel, en el sótano del departamento de Psicología de la Universidad de Stanford, en Estados Unidos.

Zimbardo les dijo a los guardias que no podían utilizar la violencia física pero que tenían que mantener el orden, y que si los prisioneros se escapaban se acababa el experimento. Les dieron uniformes y equipo de policías.

Los prisioneros fueron llevados a la cárcel con los ojos tapados para confundirlos sobre su ubicación, fueron desnudados y vestidos con ropas de prisioneros. Existen fotografías y videos de ciertos momentos del experimento.

Nada había preparado a participantes e investigadores para lo que pasó después: los guardias empezaron a implementar medidas autoritarias sobre los presos y llegaron incluso a torturarlos psicológicamente.

Varios prisioneros mostraron signos de angustia psicológica. Algunos presos se revelaron pero muchos aceptaron pasivamente el abuso psicológico de los guardias y siguiendo sus órdenes agobiaron activamente a los otros prisioneros que intentaron detener el abuso.

El propio investigador líder del estudio, Zimbardo, que adoptó el rol de director de la cárcel, permitió que continuara el abuso y admite que perdió la perspectiva como científico y psicólogo.

Al final dos de los prisioneros abandonaron el experimento. Se suponía que el estudio iba a durar dos semanas, pero la brutalidad que exhibieron los guardias y el sufrimiento de los prisioneros fue tan intenso que tuvieron que ponerle fin al al cabo de seis días.

Este estudio dio una ilustración gráfica sobre cómo una situación o un sistema puede condicionar el comportamiento de un individuo "bueno".

Zimbardo interpretó que los guardias actuaron como lo hicieron porque asumieron a ciegas el rol que les asignaron, de la misma manera que él lo hizo como director de la prisión.

3. El experimento con el pequeño Albert (1920)

En 1920 un bebé estadounidense de 9 meses fue utilizado para una serie de controvertidos experimentos. Pasó a la historia de la psicología como "el pequeño Albert" (Little Albert) y durante gran parte del siglo XX su verdadera identidad y destino fueron un misterio.

Los experimentos con el pequeño Albert, que fueron parcialmente grabados en video, se convirtieron en una referencia para el estudio del miedo.

Los resultados, que fueron publicados en febrero de 1920 en la revista especializada Journal of Experimental Psychology, han sido ampliamente citados en la historia de la literatura de la psicología.

Pero la falta de regulación ética de los mismos hoy en día resulta espeluznantemente cruel.

El investigador líder, John B. Watson, y su estudiante auxiliar, Rosalie Rayner, expusieron al pequeño Albert a distintos "estímulos" en el hospital universitario Johns Hopkins de Maryland, Estados Unidos.

Watson quería probar qué podía condicionar a un niño a sentir miedo ante un estímulo distintivo que normalmente no le causaría temor, es decir, generarle una fobia a un niño emocionalmente estable.

Su propuesta está basada en el condicionamiento clásico, también llamado condicionamiento pavlovjiano, modelo estímulo-respuesta o aprendizaje por asociaciones, demostrado por primera vez por el célebre Iván Pávlov.

En este experimento, los investigadores hicieron que Albert tocara un mono, un perro, un conejo y una rata blanca de laboratorio sin que el bebé mostrara indicio alguno de miedo. También lo expusieron a bolas de algodón, abrigos de pelo y máscaras, entre otros objetos.

Después el investigador expuso al pequeño a esos mismos animales pero cada vez que Albert tocaba a uno de ellos lo asustaban con el ruido estrepitoso de un martillo golpeando contra una barra de acero.

Después de repetir esa asociación entre los dos estímulos, cuando le presentaron a Albert solo la rata se puso muy nervioso, empezó a llorar y trató de irse gateando.

El animal, que antes era un "estímulo neutro", se había convertido en uno condicionado.

Varios investigadores trataron de determinar la verdadera identidad de Albert, pero no hay estudios concluyentes. Algunos dicen que era el hijo de una nodriza del hospital o de una trabajadora que no sabía que estaban utilizando al bebé para un estudio.

Si bien Watson había hablado de qué se podría hacer para retirar el miedo condicional de Albert, al parecer no tuvo tiempo de trabajar en su desensibilización, así que es probable que el bebé mantuviera su miedo a las cosas peludas finalizado el experimento.

Hoy este tipo de experimentos que pueden dañar a los sujetos participantes están totalmente prohibidos.

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