Diana es geógrafa y trabaja en una ONG. Cuando sale de gira con sus tres colegas, la invade el impulso de tener sexo con todos a la vez.

Piensa en colarse semidesnuda en la habitación que ellos comparten. Llega incluso hasta la puerta, está a punto de tocar, pero logra devolverse a la suya, donde no consigue dormir porque el deseo la martiriza. "Al final no me atreví", dice, por miedo a que se enteraran los jefes.

"¿Quién va a querer contratar a una geógrafa zorra?", le pregunta Diana a su psicoanalista.

26 años después de dejar el manuscrito en una bodega porque resultaba muy provocador en los 90, Anacristina Rossi (San José, 1952) decidió rescatar del polvo la historia de Diana. Una historia que no es exactamente la de la escritora costarricense, pero que tiene grandes similitudes.

Y creyó que 2019 era el momento de entregarla a los lectores. Lo va a hacer mientras vive el duelo por la muerte reciente de quien fuera su pareja durante los últimos 25 años, quien la animó a sacarla a la luz.

Descifrar y relatar el deseo femenino ha sido una constante en su obradesde su primera novela, "María la noche", en la que dos mujeres experimentan con el placer. También en "Limón blues", "Limón reggae" y en "La romana indómita", en la que cuenta cómo las mujeres romanas se iniciaban con un falo de piedra.

La presentación de este último libro, "Tocar a Diana", tiene lugar en el festival literario Centroamérica Cuenta que se celebra del 13 al 17 de mayo en San José.

En su obra, Rossi relata explícitamente las relaciones de una mujer de sexualidad exacerbada, tal y como ha sido la de ella misma. Y cuenta también el proceso de descubrir cómo nace esa fiebre de deseo que a veces goza intensamente, pero que otras no la deja vivir y la pone en peligro.

Esta es la entrevista que la autora concedió a BBC Mundo.


Cuando se refiere a su impulso sexual, Diana dice que el diablo se le mete en el cuerpo. ¿El deseo en las mujeres aún es visto como algo diabólico?

En Costa Rica, todavía. En los hombres se considera normal que tengan una esposa y varias amantes. Las mujeres lo hacen hasta cierto punto, pero con una carga de culpa muy grande.

El último libro de Wednesday Martin dice que nosotras tenemos igual o más necesidad de diversidad sexual que los hombres porque contamos con un órgano que es solo para el placer, el clítoris. Los hombres tienen el pene para orinar, para eyacular y preñar a la hembra.

Esa necesidad es muy fuerte y está negada. Desde pequeñas se nos enseña a reprimirla, porque el que tiene pulsiones sexuales terribles es el hombre. Mi mamá me decía: "Los hombres son como animales".

¿Las señoritas no?

Las señoritas seguramente son almas espiritualizadas. En Costa Rica, la cantidad de mujeres que nunca ha tenido un orgasmo llega casi a la mitad, siendo que estamos muy capacitadas para sentir.

Yo les cuento a mis estudiantes la vieja historia de Tiresias, que experimentó el ser hombre y el ser mujer. Cuando Zeus le pregunta "¿quién siente más?", Tiresias responde que las mujeres muchísimo más.

Por eso también le digo a mis alumnas que cuando tengan un primer buen orgasmo, ¡cuidado!. Porque el compañero con el que estén, se va a asustar.

¿Te ha pasado?

He tenido hombres que han llamado a la ambulancia, creen que me estoy muriendo; hombres que me tapan la boca, porque grito demasiado. A los 19 años, mi novio me provoca mi primer orgasmo y fue tan fuerte que me empezó a sacudir. "¡Qué te pasa, tenés el diablo dentro!", decía. Me asusté mucho.

No fue el primero en decirlo: mi mamá desde pequeña me lo repetía, porque yo leía ciertos libros y a los 16 años decidí que iba a vivir el amor libre. Pero que lo dijera él fue terrible, y mi cuerpo simplemente estaba en aquella fascinación, explotando con todo el sentir maravilloso.

Tiempo después me pidió perdón, pero el daño estaba hecho porque me quedé frígida tres años y me costó mucho volver a encontrar mis orgasmos.

"Nada me había preparado en mi pinche vida para el efecto de sus dedos metiéndose por la orilla de mis pantalones cortos, llegando a mi sexo, abriéndolo. Nada", dice la protagonista de tu libro.

Las mujeres sienten un deseo más grande y orgasmos más grandes, eso fue medido. ¿Te acuerdas de "Los monólogos de la vagina"? En esa obra se explica cuántas terminaciones nerviosas hay en la zona de la vulva, el clítoris, la vagina, pero que además se siguen metiendo y llegan bien adentro.

Comparado con las terminaciones nerviosas que tienen los hombres, nuestra capacidad de sentir placer es mucho mayor, fisiológicamente está probado, pero a veces la mujer no se relaja lo suficiente para permitírselo.

¿Cómo viviste tú eso que calificas como "sexualidad exacerbada"?

Por dicha me tocó vivir lo más fuerte en Europa, durante una juventud donde no existía el sida. El único riesgo era el embarazo y corrí ese riesgo. Mi compañero de esa época me me ayudó a redescubrirla y me quitó la culpa.

Era la Europa de los 70, la época hippie: amaos los unos encima de los otros. Había mucha libertad sexual y yo no era un bicho raro, era como mis amigas.

Diana disfruta con ciertas prácticas más osadas que describes en el libro: "...le rogaba que por favor siguiera, que me orinara la cara, la frente, el pelo?" o "...le pedía que me mojara los labios, que me mojara la lengua?". ¿Hay intención de provocar placer en tus lectoras?

¡Claro, de que se exciten y lo busquen! Le pasé esta novela a una amiga nicaragüense, una mujer de mi edad, que después de leerla me llamó para agradecerme. "¡Esta novela logró que me mojara!", me dijo, "y hace tiempo que no me mojaba, gracias por escribirla, la necesitamos".

¿Cómo sabes que eso se logra cuando escribes una escena?

La medida es el placer que yo pueda experimentar. Si no siento, es que no está funcionando. Y también cuando alguien me dice "¡qué maravilla! Tuve que llamar a mi novio para hacer el amor" o "yo me masturbo con tus novelas". La intención es que les llegue y les provoque eso.

"Después llevó la otra mano hasta el animalito chorreante y baboso. Y como estaba de rodillas, su lengua tibia lo probó?". ¿Cuesta encontrar el lenguaje erótico?

Empiezo poéticamente y lo que siento me hace resbalar hacia algo más explícito. Y tal vez me puedan tachar de conservadora, porque en algún momento, tanto deseo me hace surgir el amor por esos cuerpos, la ternura.

Es un sexo suave, no golpeado aunque sea extremo, aunque pueda causar dolor, inclusive con los orines, es una cosa maravillosa, como un baño. No hay violencia, es pedido y aceptado, una prueba de amor.

Yo tuve una amiga que me dijo muy temprano: "Pero Ana, cuando uno hace el amor, uno traga orines, mierda, lo que sea, pero es el amor". Y yo dije: "¡Ah! Entonces es normal lo que yo hago".

Pero me es imprescindible también que en toda experimentación sexual, por más osada que sea, haya una entrega, una autenticidad. No es la meto, la saco, la meto, la saco, te doy bien duro y mañana no sé quien sos. Aunque sea un grupo, ahí hay alguien que te quiere, que te cuida, hay una ternura que se expande.

¿Experimentaste el sexo con varios hombres a la vez?

Dos veces, y uno de esos hombres era mi compañero de ese momento. Pero, ganas de hacerlo, muchísimas más.

Igual que en la novela, yo me contenía porque no iba a ser comprendida e iba a ser tachada de zorra. Las dos veces que se dio fue porque yo sabía que era posible. Yo era muy caliente, buscaba la variedad sexual, pero a la vez me decía "aquí hay algo más de la cuenta"... pero lo vivía igual.

Eso de que sentías más de la cuenta te llevó al psicoanálisis y a descubrir la historia de abuso de tu familia.

Ocurre en la historia de Diana y la mía es muy parecida. Hay una figura de autoridad, un hombre, que puede ser el tío, el abuelo, el tío abuelo... El abuso es hacia varios niños y niñas muy pequeños, como se cuenta en la novela.

Hay repetición, hay suicidio y un exceso de erotización, una sexualidad enloquecida. Algunas de las víctimas se convierten en verdugos de otros. Se repite por generaciones y no se dice porque hay que proteger la honra del clan. Para mi, ficcionar esta historia es una forma de cortarlo, en mí y en mis hijas, que es lo que más me interesa.

Con esto estás reconociendo que fuiste abusada de bebé. ¿Por qué decides abrir ese hecho a los lectores?

Es verdad, lo estoy diciendo, fui abusada de bebé. Esa erotización temprana me provocó una sexualidad que a veces puede ser maravillosa, pero ¿cómo la vas a contar una vez que te das cuenta que viene del abuso? ¿Qué haces si tu cuerpo se erotizó así?

Cuando lo descubrí con mi tercer psicoanalista en 1992, empecé a escribir la novela y salió todo. Porque en ese momento, como a Diana, me torturaban mucho esas pulsiones sexuales tan intensas.

Se lo di a una amiga feminista para que lo leyera y me dijo: "¡Ah no!, eso es pornografía". Entonces lo guardé en una bodega, hasta que hace un año decidí sacarla.

El abusador lo hacía con niños que no eran capaces de verbalizarlo, a veces ni siquiera recordarlo...

Al principio pensé "¡qué hombre tan inteligente!, ¡cómo supo hacerlo!". Pero, con el tiempo, te das cuenta de que es algo común erotizar a los niños antes de que puedan hablar o cuando el lenguaje es tan incipiente que se podría decir "¡que chiquito más necio, qué está diciendo!".

Durante gran parte de tu vida, no existía el recuerdo. ¿Cómo logras acordarte?

Mi psicoanalista me insistía, "tiene que poderlo recordar". Yo decía que no, mi sexualidad es como es, pero él insistía.

Fue a principios de los 90, tenía una cita con el ginecólogo y estaba mirando una revista en la sala de espera. Allí vi la foto de una niña que había sido abusada antes de los 2 años y de pronto me inundaron los recuerdos. Me fui a la casa a llorar, porque todo había vuelto a entrar en mi cuerpo.

Mi cuerpo recordó, y al recordar el cuerpo, recordé yo.

¿Eso provoca un cambio en la manera de vivir tu sexualidad?

Dejé de sentir que se me impone algo. Puedo sentir mucho deseo, mi sexualidad sigue siendo muy intensa. Tomo terapia hormonal porque no quiero perderla, pero sí he perdido la compulsión.

Tengo muchas ganas, pero si no es el momento, no lo hago. El poder sacar la historia del abuso me dio control y paz, porque sé que así soy, sé lo que siento, pero no me voy a poner en peligro.

¿Este hecho invalida en algo el placer que has experimentado?

No, y lo he comentado con amigas que vivieron el abuso y que tienen una sexualidad fuerte y transgresora. Es nuestra sexualidad, nos abrió un mundo que no nos arrepentimos de haber conocido, y si tratamos de eliminarla nos destruimos a nosotras mismas. Es fruto del abuso, pero es la nuestra. Ojalá las mujeres pudieran llegar a ese disfrute libremente.


Este artículo fue elaborado para la versión digital de Centroamérica Cuenta, un festival literario que se celebra en San José de Costa Rica entre el 13 y el 17 de mayo.

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