En la mañana del 3 de septiembre de 1939, el embajador británico en Berlín le entregó un ultimátum al gobierno alemán.

La nota decía que, a menos de que antes de que el reloj marcara las 11:00 a.m. anunciara planes de retirarse de Polonia -a la que había invadido el primer día de ese mes-, existiría un estado de guerra entre los dos países.

"Debo decirles que no se ha recibido (noticia de) tal compromiso y, en consecuencia, este país está en guerra con Alemania", le dijo a los británicos el primer ministro Neville Chamberlain a las 11:15 a.m., en un mensaje radial.

Entre tanto, Francia hizo algo similar y también declaró la guerra ese mismo día, unas horas más tarde.

Apenas tres días después, el 6 de septiembre, a las 6:00 a.m., el nuevo sistema de defensa de radar de Reino Unido detectó unos aviones cruzando la costa sur de Inglaterra.

Ante la alerta de ataque aéreo, un escuadrón de aviones de caza Hawker Hurricanes despegó, seguido por otros dos de reserva.

Pero algo salió terriblemente mal.

El primero en caer

Ninguno de los pilotos había estado en combate.

Estaban volando entre las nubes y bajo la luz del sol de la mañana.

Para identificar al enemigo, los pilotos dependían del reconocimiento visual instantáneo.

El elegante Spitfire era fácil de detectar, pero el Hurricane se parecía al Messerschmitt 109 alemán.

Los dos reservas fueron identificados como aviones enemigos y ambos fueron derribados.

Uno de los pilotos sobrevivió ileso, pero el otro fue alcanzado en la parte posterior de la cabeza por una bala y probablemente murió instantáneamente. En esta etapa inicial de la guerra, los aviones de combate de la RAF no estaban equipados con una armadura para la cabeza.

A los 26 años, Montague Hulton-Harrop, se convirtió en el primer piloto de combate británico en perder la vida en la Segunda Guerra Mundial, víctima de lo que la jerga militar llama "fuego amigo".

Su muerte, en cierta forma, no fue en vano: obligó a la RAF a desarrollar sistemas eficientes de identificación de aeronaves antes del verano de 1940.

¡No disparen!

La Batalla de Barking Creek, como se le llamó a ese trágico incidente, hizo que se intensificaran los esfuerzos de quienes trabajaban en un proyecto secreto para que los operadores de radar pudieran saber cuáles de esos puntos que veían en sus pantallas eran naves amigas y cuáles, enemigas.

El equipo encargado de tal tarea estaba bajo el liderazgo de Robert Alexander Watson-Watt y era el mismo que había desarrollado "el arma secreta de los británicos": el radar.

En esta ocasión crearon un aparato que se hizo conocido como identificación por radiofrecuencia o RFID: una pieza sustancial que, instalada en los aviones aliados, reaccionaba al radar emitiendo una señal que significaba "estamos de su lado, ¡no disparen!".

Y, aunque quizás no habías oído hablar de ella, probablemente tienes una cerca en este momento.

Lo que pasa es que las señales que ahora emiten significan otras cosas y ya no es tan sustancial.

La otra víctima

A medida que los circuitos de silicio comenzaron a reducirse, se hizo posible producir una etiqueta que se pudiera adjuntar a cosas mucho menos valiosas que un avión, y por razones menos loables que salvar vidas.

Las etiquetas RFID son ubicuas en el mundo moderno: han sido usadas para monitorear desde trenes hasta reses, los pasaportes las tienen, las encuentras en prendas de vestir, en fin... hay incluso entusiastas que se las han implantado en sus cuerpos para poder abrir puertas o entrar la metro con solo un movimiento de la mano.

RIFD además es la tecnología que está dentro de tus tarjetas de crédito y débito con las que puedes hacer pagos sin contacto, una tecnología que en varios países ha ido destronando el efectivo como método de pago preferido.

Es por eso que hay quienes señalan que otra víctima de la Batalla de Barking Creek es el dinero contante y sonante.

¿Un adiós?

¿Por qué abandonaríamos el método que la humanidad ha usado para comprar y vender desde que China creó las primeras monedas hace 3.000 años?

Para las personas, la razón más obvia es la comodidad.

Para algunas instituciones, la lista de ventajas es larga.

Por un lado, el dinero en efectivo es caro. Hay que imprimirlo, distribuirlo, retirarlo, gastarlo, recibirlo, tenerlo en bancos, contarlo, asegurarlo, una y otra vez.

Además, las transacciones directas -aquellas en las que sólo participas tú recibiendo o dando efectivo a cambio de un bien- no le generan beneficios a terceros que existen solamente para lucrarse de esos intercambios.

A eso le puedes sumar muchas otras razones a favor del modo digital, como que hay delitos que se hacen más fácilmente con billetes y monedas, entre ellos, según estudios, la evasión fiscal.

O el banquete de ganancias que traen los datos. Las transacciones digitales dejan un rastro que permite que te clasifiquen, registren tus preferencias y hasta vendan esa parte de ti.

La otra cara de la moneda

El dinero en efectivo, en cambio, no tiene memoria.

Y esa característica probablemente será una de sus tablas de salvación.

Incluso en lugares como Hong Kong, donde se hacen más de 14 millones de transacciones diarias con la tarjeta Octopus, uno de los sistemas de pagos electrónicos más exitosos del mundo, recientemente se vieron largas colas frente a las máquinas de boletos para el metro.

A pesar de que es altamente probable que quienes estaban esperando para comprarlos con dinero en efectivo tenían tarjetas Octopus, con las que podían entrar con solo acercarlas a los lectores que abundan en los servicios de transporte, usarlas los ponía en peligro.

Se trataba de gente que había participado en las manifestaciones contra Pekín, y no quería ser identificada.

Otra característica a favor del dinero físico es que no depende de una infraestructura digital.

El colapso que la tarjeta Visa sufrió en el verano de 2018, que afectó a toda Europa, fue una señal de alarma para un continente que -a pesar de ciertas excepciones- se mueve rápidamente hacia la economía sin dinero en efectivo.

En esa ocasión, el grupo de consumidores Which? advirtió que "la tendencia hacia el pago con tarjeta y sin contacto podría representar un riesgo sistemático para la economía en su conjunto".

Así que los anuncios sobre la muerte definitiva del dinero en efectivo pueden ser un poco prematuros, a pesar de los grandes avances del RFID a los microchips de hoy.

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