Hubo un tiempo en la historia humana en que era mal visto mostrar alegría. De hecho, la búsqueda de la felicidad tal como la conocemos hoy es algo relativamente nuevo en nuestra historia.

Esa es una de las observaciones de Peter N. Stearns, profesor emérito de la Universidad George Mason (EE.UU.), especializado en historia social comparada e historia de las emociones.

En conversación con BBC News Brasil, Stearns contó que todavía a principios del siglo XVIII, en lugares como Reino Unido y sus colonias en América del Norte, la gente se enorgullecía de ser un poco melancólica.

El autor de Happiness in World History (2020) ("La felicidad en la historia del mundo"), agregó que eso tenía que ver, en parte, con la lógica protestante de ser consciente de tus pecados y mantenerte humilde ante los ojos de Dios.

Eso no quiere decir que la gente fuera infeliz, sino simplemente que no podemos juzgar según los estándares actuales.

Porque la felicidad, obviamente, es algo muy subjetivo.

Pero había la percepción de que era necesario disculparse por los momentos de felicidad, considerados una afrenta a Dios, según Stearns.

Eso cambió radicalmente en el siglo XVIII, al punto de que, en la redacción de la Declaración de Independencia de Estados Unidos en 1776, la búsqueda de la felicidad se consideró un derecho humano.

La Constitución de Francia de 1793 también hizo explícita la idea de que "el fin de la sociedad es la felicidad común".

La era de las sonrisas

"La nueva idea era que las personas no solo debían ser felices, sino que tenían la responsabilidad de parecer felices, produciendo algo así como un nuevo imperativo de alegría", dice Stearns en su libro.

"El resultado se mostró tanto en consejos escritos como, lo que es aún más impresionante, en una nueva voluntad de sonreír ampliamente y esperar sonrisas a cambio.

"Los buenos modales comenzaron a redefinirse para enfatizar lo positivo".

"Fue el fin del autocontrol taciturno y la sonrisa contenida, fueron sustituidos por una mayor espontaneidad", según el historiador.

"Las novelas, un nuevo género literario por derecho propio, comenzaron a representar a mujeres con sonrisas 'encantadoras' o 'dulces', una clara señal de novedad", escribe.

"A mediados del siglo XVIII, surgieron nuevos tipos de dentistas en las áreas urbanas a ambos lados del Atlántico, ansiosos por cuidar los dientes en lugar de sacarlos.

"Se introdujo una gama de productos innovadores, incluidos mondadientes y cepillos de dientes, para preservar las sonrisas, y se diseñaron ayudas artificiales, como el lápiz labial, para destacar la blancura de los dientes.

"El acto de sonreír demostró que la persona estaba al día con los últimos productos de consumo, además de mostrar el tipo correcto de emoción".

El misterioso cambio

Pero ¿qué llevó a un cambio de perspectiva tan grande, provocando la exaltación de la felicidad y la sonrisa?

Hay explicaciones, pero también misterios, según Peter Stearns.

"Sabemos parte de la respuesta. Hubo, obviamente, un gran cambio en el clima intelectual de las sociedades occidentales, asociado a la Ilustración", dice.

"Los intelectuales se volvieron más optimistas. Se enfocaron más en este mundo que en una aspiración tan religiosa.

"Ese cambio en el contexto cultural estuvo estrechamente relacionado con el surgimiento de un mayor interés en una expectativa de felicidad".

El aumento de la comodidad física y la prosperidad de las clases sociales más altas, así como treguas de epidemias y plagas, probablemente también despertaron una mayor sensación de optimismo.

"Pero, francamente, sigue siendo un poco misterioso. Fue un gran cambio cultural, y no creo que esté del todo claro por qué sucedió", señala.

¿Obsesión por la felicidad?

En cualquier caso, la búsqueda de la felicidad se ha arraigado de tal manera en las sociedades occidentales que, en opinión de Stearns, ha creado una obsesión y una dificultad para lidiar con la tristeza.

"Ciertamente hay un aspecto del interés moderno en la felicidad que probablemente nos ha hecho intolerantes con la tristeza.

"La mayoría de los estudios sobre la felicidad, desde un punto de vista psicológico, argumentan que la felicidad debe ser entendida como algo que, con cierta frecuencia, se intercala con cosas malas, con tristeza.

"Entonces, la definición de felicidad debe dejar espacio para algo de dolor y tristeza. Pero creo que nuestras culturas no manejan eso bien. Somos impacientes con el dolor".

La felicidad y el amor

Hay patrones similares en el vínculo entre la felicidad y el amor romántico.

A medida que la felicidad se convirtió en un objetivo social, las manifestaciones culturales -desde la novela escrita hasta las canciones y, más tarde, el cine- comenzaron a exaltar el amor romántico, basado en el matrimonio y las relaciones, como forma de ser feliz.

Al mismo tiempo, sin embargo, se crearon expectativas poco realistas, en opinión de Stearns.

"En la Inglaterra del siglo XIX, por ejemplo, comenzó a haber una enorme presión sobre los escritores de ficción para que escribieran finales felices", explica.

"¿Por qué queremos finales felices en lo que leemos?

"Probablemente sea cierto que no nos gustan las historias que no tienen un final feliz. Pero no creo que esto sea del todo saludable.

"Tratar de encontrar un equilibrio entre las expectativas y la realidad es otra parte compleja de este tipo de análisis".

Diferencias culturales

¿Y existe una definición objetiva de la felicidad?

Peter Stearns lo describe en el libro como una especie de refuerzo emocional para las acciones que traen bienestar.

Y también con efectos físicos y sociales: la felicidad ayuda a bajar la presión arterial y, en general, contribuye a que las personas se lleven mejor entre sí.

Tanto es así que sonreír, en el contexto moderno, es una forma de establecer contacto con personas desconocidas.

La filosofía también ha hecho muchas contribuciones a la comprensión de la felicidad.

La idea más inmediata, de simplemente aumentar el placer y evitar el sufrimiento por ejemplo, se llama felicidad hedónica.

La felicidad eudaimónica, por otro lado, es la que proviene de las relaciones personales positivas o del orgullo y la sensación de logro después de un trabajo importante.

Para muchos psicólogos, la felicidad es una combinación de esos dos puntos de vista.

Pero las formas en que esto se manifiesta cambian de una cultura a otra y de un momento a otro.

"Los rusos no parecen esperar la felicidad como lo hacen los occidentales.

"A los japoneses no les va muy bien en los rankings internacionales de felicidad, a pesar de lo prósperos y saludables que son", le explica el historiador a BBC News Brasil.

"La situación en América Latina es fascinante porque los latinoamericanos tienden a salir muy bien en [rankings de] felicidad en comparación con sus niveles generales de economía y salud.

"Parece haber algo en la cultura latinoamericana que desencadena una expectativa muy alta de felicidad y un alto nivel de logro".

Aunque conviene relativizar las conclusiones de los rankings globales de felicidad, muestran datos interesantes, continúa el historiador.

"Hay atributos obvios de las sociedades que a menudo se enumeran como las más felices: tienen niveles relativamente altos de desarrollo económico. Tienen una red social bien desarrollada. Así que creo que hay algo que aprender de estos estudios", dice.

Felicidad modesta

Toda esta discusión refuerza la idea de que comprender la historia de la felicidad puede traer lecciones importantes sobre cómo nos vemos a nosotros mismos en el mundo.

"Demasiado énfasis en el placer probablemente no sea muy sensato, sobre todo a medida que avanzas en varias etapas de la vida", opina Stearns.

"Lo que quieres es enfatizar el logro, y no me refiero desde una perspectiva de estatus, sino desde una contribución a la sociedad, para tener la sensación de que tu vida ha significado algo.

"Ese es probablemente el objetivo más importante".

Otra lección, a su juicio, es el delicado equilibrio entre buscar el sentido de la vida, sin volverla obsesiva.

"La presión de ser feliz corre el riesgo de ser contraproducente. No es que la gente nunca deba preguntarse: '¿Soy feliz?', pero no se debería hacer con demasiada frecuencia. No es realista.

"Es mejor tener aspiraciones más modestas".

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