Hace 400 años, alimentos flatulentos como los frijoles y garbanzos eran considerados como una cura para quienes tenían la libido baja. La historiadora de la Universidad de Hertfordshire Jennifer Evans investigó las pasiones y pulsiones en la Inglaterra de principios de la edad moderna.


"The London Cuckold", una balada fechada entre 1685 y 1688, describe a un hombre que se toma un respiro para "contemplar la gloria" de un ejército en campaña en Hounslow Heath. Al regresar a casa, si saber que su esposa le había sido infiel, es recibido con todo tipo de atenciones.

"Cuando él volvió a casa, ella lo colmó de besos,

y le ofreció un buen Sack-Posset,

y también Caudles, detalles que ella nunca olvida,

para entrar en calor y calentar la sangre.

Cosas como esas crearán deseo

Y encenderánel fuego de Cupido;

Esas cosas lo llevaron a besar a su esposa,

Y a llamarla amor y vida".

Esta balada recrea una divertida imagen: la mujer culposa alimenta a su engañado marido con convites especiales para intentar "encender el fuego de Cupido", para reavivar el sentimiento amoroso, incrementar la excitación y volver a enamorarlo. Pero lo más interesante es la elección de los alimentos: una variada gama de productos que se creían afrodisíacos en los albores de la modernidad.

Se pensaba que el caudle, un trago caliente hecho con una masa muy blanda, casi líquida, mezclada con vino y azúcar o condimentos picantes, provocaba excitación. Lo mismo se creía del sweet-posset, otro brebaje con alcohol.

Pero la colección de afrodisíacos de aquellos tiempos incluye varias sorpresas: además de productos de la huerta como zanahorias o matas como las ortigas, la canela, las semillas de anís y el cilantro estaban entre los primeros de la lista.

En la misma categoría se incluían aves como faisanes y gorriones, así como penes y testículo de toros, jabalíes, cabras y ciervos. Pero lo que es incluso más sorprendente era la creencia de que alimentos flatulentos, entre ellos frijoles y legumbres, aumentaban la libido.

Efectos sobre la fertilidad

Para hombres y mujeres a comienzos de la modernidad, estos productos eran mucho más que una curiosidad sexual. Se creía que no sólo eran estimulantes sino que servían para tratar problemas de infertilidad.

Esa creencia descansaba sobre la idea médica de que el deseo sexual y el placer eran fundamentales para la fertilidad, sin ellos era improbable que se produjera la concepción.

En ese sentido, el cirujano y escritor médico John Marten explicaba a comienzos del siglo XVIII: "Dios todopoderoso ha dotado a cada género con instintos naturales, incitándolos a usarlos con el deseo, para perpetuar las especies, produciendo nuevas criaturas para ocupar los espacios de aquellos que partieron; sin ese deseo, ¿qué criatura racional se hubiera deleitado con algo tan sucio, despreciable y básico como lo es el acto sexual?"

Se creía que los afrodisíacos actuaban de diferentes maneras. Podían calentar el cuerpo, podían proveer nutrientes para la producción de espermatozoides y podían aportar sal. Se pensaba, por ejemplo, que legumbres, frijoles y otros alimentos flatulentos surtían efecto en los hombres produciendo gases e inflando el cuerpo.

El historiador en temas de sexualidad y reproducción Angus McLaren cita que a comienzos del período moderno, a los hombres se les recomendaban alimentos flatulentos como manzanas para estimular el apetito sexual. Audrey Eccles, en su obra "Obstetrics and Gynaecology in Turdors and Stuart England" los identifica como estimulantes ampliamente conocidos como "alimentos gaseosos".

Autores médicos de la época explicaban que la erección masculina era causada por diversos factores: sangre, imaginación, músculos, presión, esperma y gases.

Helkiah Crooke en el libro "Microcosmografía: Una descripción del cuerpo del hombre", de 1616, los enumera como parte de ese proceso: "Cuando se trata del apetito venéreo, la sangre y las energías combinadas fuera de venas y arterias hacen que el miembro sea como un canal lleno de gas, hinchándose, creciendo y endureciéndose".

Aunque Crooke utilizaba a los gases como una metáfora de los procesos biológicos que ocurren durante la excitación, también sostenía que "la causa eficiente (de la erección) es el calor, la energía y los gases, que llenan y distienden" las partes huecas del pene.

Diversos autores médicos concordaban en que los alimentos que liberan gases dentro del cuerpo hacían posible que los hombres tuvieran y sostuvieran una erección.

Esto era importante no sólo por el acto en sí, sino también para asegurarse de que la concepción se produjera.

La doctrina médica explicaba que el esperma masculino era potente y fértil porque estaba caliente y era espirituoso y salado. La temperatura del esperma se mantenía durante el acto sexual porque permanecía aislado dentro del cuerpo masculino hasta que era depositado directamente en el útero o en el cuello del útero.

Un libro médico de Alessnadro Massaria, que data del siglo XVII, incluía como "otra causa de infertilidad" que el pene no estuviera lo suficientemente "erecto como para inyectar el esperma en el útero".

En otras palabras, más gases significaban una erección más rígida, que permitía una llegada más directa del esperma al útero femenino y por ende mayores probabilidades de concebir.

En "Milagros Secretos de la Naturaleza" (1559), Lævinus Lemnius explicaba que el esperma estaba formado por la "fluidez gaseosa de la sangre" y que los alimentos que "hacen a los hombres vigorosos" debían crear "suficiente esperma y la fuerza de la energía flatulenta conduciría a esa semilla directo hacia la matrix (el útero)".

Según esta teoría, los gases incrementaban la cantidad y la potencia del esperma y las funciones de los órganos reproductivos del hombre.

Exclusivo para hombres

A diferencia de los afrodisíacos recomendados para hombres y mujeres, los "alimentos gaseosos" eran promocionados sólo para hombres. De hecho se creía que los gases y las flatulencias eran perjudiciales para las mujeres.

Philip Barrough, en su tratado médico del siglo XVI advertía, por ejemplo, que "las ventosidades generadas en el útero no contribuían a la concepción y causaban infertilidad".

Jane Sharp, primera mujer en ser autora de un manual de obstetricia, sugería en el siglo XVII que las mujeres tenían que comer cada mañana frutos de enebro para prevenir la acumulación de gases en el útero y no afectar la fertilidad.

Frijoles y legumbres, particularmente los garbanzos, figuraban entre los alimentos identificados por la literatura médica de principios de la era moderna como "alimentos gaseosos".

Barrough, por ejemplo, explicaba que cuando un hombre no podía cumplir con su deberes maritales (satisfacer sexualmente a su esposa y convertirla en madre), los "alimentos gaseoso" eran buenos para él.

El tratado de Jacques Ferrand titulado "Erotomanía" y traducido al inglés en 1623 contenía un listado de alimentos que a través del calor y las flatulencias, despertaban el vigor. Incluía huevos, cacahuates, pistachos, cebollas, ostras, castañas y garbanzos.

Otros autores del universo de la botánica también hablaban de hierbas y plantas con efectos similares. John Parkinson en su Theatrum Botanicum de 1640 afirmaba: "Los garbanzos -como dice Galeno- no son menos gaseosos que los frijoles, pero sí más nutritivos e incitan a la actividad sexual y se cree que incrementan el esperma".

Otro alimento flatulento descripto en los tratados de botánica como afrodisíacos eran las berenjenas o "manzanas locas". "Generan muchos gases y quizás el deseo corporal", comentaba Parkinson.

Truenos sin lluvia

No todos los autores médicos, sin embargo, concordaban en que los alimentos gaseosos incrementaban la fertilidad.

Incluso Lemnius sostenía: "Algunas de nuestras lascivas mujeres dirán que esos hombres que perturban adrede a sus esposas, producen truenos pero después no llega la lluvia, no riegan el suelo interior de la matriz. Tienen sus venas llenas de gases, pero no de semillas".

Esto insinuaba que aunque los gases alentaban a los hombres a tener relaciones sexuales, no mejoraban la calidad del esperma y por ende tampoco la fertilidad.

En similar sentido, el físico suizo Théophile Bonet aceptaba a fines del siglo XVII que los gases podían producir erecciones pero descartaba la idea de que mejoraran la calidad de los espermatozoides.

Esas críticas se hicieron más comunes con el paso del tiempo y hacia el siglo XVIII los "alimentos gaseosos" ya habían perdido su prestigio. Nuevos estudios de anatomía revelaron que los gases no inflaban el pene ni intensificaban la potencia y comenzaron a prestarle atención al rol de los músculos y el flujo sanguíneo.

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