Gracias a los descubrimientos científicos y los avances tecnológicos, vivir en el siglo XIX implicó asimilar cambios tan fascinantes como aturdidores.

El planeta se había revelado como inimaginablemente viejo, flotando en un Universo extraordinariamente vasto y los signos de la divinidad se habían hecho gradualmente borrosos.

Las máquinas de la Revolución Industrial hacían sentir a la humanidad todopoderosa y prescindible al mismo tiempo.

Fue una época de grandes esperanzas y profundos temores, y hubo una máquina que encarnó ambos.

Una máquina que nunca existió, excepto en las mentes de sus creadores, pero que inspiró la creación de lo necesario para cumplir su cometido, en nuestras mentes.

Una obra de un genio en ciernes en el comienzo de su carrera, y de un joven y brillante ingeniero.

El científico

Herbert George Wells era un joven estudiante de ciencias que había explorado a fondo la evolución y la física. Estaba absolutamente al tanto de los temas de vanguardia de la ciencia de finales del siglo XIX.

Como varios contemporáneos, comenzó a pensar cómo reconciliar el problema del progreso y el de la decadencia. El futuro del mundo y su fin.

Y convirtió esos problemas en un extraordinario romance científico.

"La máquina del tiempo", una de las mejores historias de ciencia ficción escritas jamás, apareció primero como una serie en las revistas de Londres y luego como libro en mayo de 1895.

Es la historia de un hombre que inventa un dispositivo que lo transporta a través del tiempo. Es una meditación sobre el futuro de la ciencia, la civilización y la humanidad misma.

La obra, con su sombría visión de un futuro cósmico e industrial, cimentó la reputación de Wells y lo hizo ampliamente conocido.

Pero lo que es mucho menos conocido es que lo llevó a involucrarse en un extraordinario proyecto para construir una máquina que pudiera evocar la experiencia de viajar en el tiempo.

El ingeniero

"La máquina del tiempo" tuvo muchos lectores a finales del siglo XIX y uno de ellos fue un ingeniero llamado Robert William Paul, quien estaba inmerso en las nuevas redes de comunicaciones y electrotecnología.

En 1891, con solo 22 años, Paul estableció su propia empresa en Hatton Garden, el Silicon Valley de la capital británica de finales del siglo XIX.

La firma fabricaba equipos astutamente diseñados para la red global de telecomunicaciones, que dependía de la señalización eléctrica de largo alcance y en los equipos de transmisión producidos en masa.

Cuando se abrieron en Londres las primeras salas de cinetoscopios, donde los clientes pagaban dos peniques para ver imágenes en movimiento simples en máquinas para un solo espectador, Paul consiguió el contrato para copiar estos dispositivos.

Se dio cuenta de que la ganancia se multiplicaría rápidamente si encontraba la manera de mostrar esas visiones a multitudes enteras simultáneamente: un teatro de imágenes en movimiento.

Cuando leyó la historia de Wells en mayo de 1895, Paul no sólo comprendió su mensaje sino que de inmediato reconoció sus posibilidades técnicas y comerciales.

Invitó a Wells a su taller y, para octubre de 1895, los dos hombres habían desarrollado "una novedosa forma de entretenimiento en el que los espectadores tendrán la sensación de viajar en una máquina a través del tiempo".

Magia

El concepto entonces era otro: no buscaban crear una máquina que nos llevara a otra época físicamente sino mentalmente, a través de los sentidos.

La tecnología que les permitiría hacerlo era la de la linterna mágica, una atracción extraordinariamente popular en ese tiempo.

El dispositivo era simple: una caja de madera en la parte posterior, con una luz muy brillante en su interior, y diapositivas.

La luz pasaba a través de un tubo y una lente, y se podía enfocar en una pantalla distante.

Las imágenes eran generadas por complejas diapositivas en movimiento.

Para que tengas una idea de la magia que fascinaba a los victorianos, una imagen, que verás a continuación y que fue creada por Jeremy Brooker, el director de la Sociedad de la Linterna Mágica de hoy en día para la BBC.

Es la proyección de tres diapositivas a la vez:

  1. una imagen de fondo fija, a la que luego se le podía agregar un efecto, en este caso,
  2. la luz en la ventana de la casa.
  3. y la tercera linterna agrega movimiento: nieve cayendo.

Si imaginas una narración que se anime con la aparición de la luz en la ventana de arriba y con la nieve empezando a caer, algo de música y una audiencia que no ha visto cine... mágico.

Una extraordinaria combinación de ingeniería, naturaleza, entretenimiento y ciencia... con un alto nivel de peligro.

"Hoy en día usamos bombillas LED para iluminar las diapositivas, pero en ese entonces usaban gas, por eso las linternas mágicas tenían una chimenea en la parte superior, para eliminar el calor", cuenta Brooker.

Efectivamente, quemaban gases incandescentes que podían explotar fácilmente... y estaban en medio de la audiencia.

"Hay descripciones realmente espantosas de accidentes por la mezcla y explosión de gases en el medio del auditorio, porque el oxihidrógeno es esencialmente una bomba", señala Brooker.

Proyección

Robert Paul no planeaba usar precisamente una linterna mágica, sino inventar una nueva forma de tecnología.

En 1895, se sabía que mostrar fotos consecutivas podía dar la impresión de movimiento, como en los cinetoscopios.

Pero era una experiencia solitaria y Paul, como otros tempranos cineastas, quería hacerla social.

Lo que estaba creando era un proyector.

Y efectivamente, dio varios de los primeros pasos para lograrlo, por lo que es considerado como un pionero tecnológico.

Pero había un elemento final para completar esa la máquina del tiempo.

Movimiento

Wells había descrito el viaje en el tiempo como perturbadoramente cinético a través de su personaje, un científico que crea la máquina y le cuenta a sus amigos lo que vio en sus viajes al pasado y al futuro.

"Temo no poder transmitir las peculiares sensaciones del viaje a través del tiempo. Son extremadamente desagradables.

Se experimenta un sentimiento sumamente parecido al que se tiene en las montañas rusas zigzagueantes (¡un irresistible movimiento como si se precipitase uno de cabeza!). Sentí también la misma horrible anticipación de inminente colisión".

La idea era poner al público en una sala con imágenes proyectadas, pero sentados en plataformas móviles para darles esa horrible sensación de ser sacudidos hacia el futuro.

Todo un arte

Esa máquina del tiempo de hace 120 años combinaba los sorprendentes avances técnicos de Paul en el diseño de imágenes en movimiento: la invención del proyector de cine; la ingeniosa técnica de proyectar y luego interrumpir cada cuadro a medida que avanza junto con la ambiciosa experiencia sensorial del cine, con asientos mecedores y pantallas de proyección cambiantes.

Iba a ser una experiencia que sentías en todo el cuerpo a medida que viajabas mentalmente hacia el futuro y el pasado, viendo por ti mismo lo que tenía reservado y lo que quedaría de las ruinas tras la embestida del industrialismo victoriano.

El proyecto nunca se completó, pero eso no quiere decir que no rindió frutos: el icónico libro de Wells inspiró la invención del proyector y también del estudio de cine.

Paul abrió uno de los primeros en Gran Bretaña en 1897 y se convirtió en una figura central en los comienzos del cine, haciendo películas extraordinariamente creativas y alegres.

Pero más allá de eso, el proyecto de Wells y Paul formó parte de la creación del séptimo arte, que a lo largo de las décadas ha sido la realización de su sueño: nos permite viajar mentalmente a través del tiempo, el espacio y la imaginación.

*Este artículo es una adaptación basada en el documental de la BBC "Monstruos mecánicos" con el experto en Historia y Filosofía de la Ciencia Simon Schaffer, de la Universidad de Cambridge.


Recuerda que puedes recibir notificaciones de BBC News Mundo. Descarga la nueva versión de nuestra app y actívalas para no perderte nuestro mejor contenido.

Publicidad