"¿Qué papel tiene una mujer en una reunión pública?", preguntó el escritor Valerius Maximus a principios del siglo I d.C. "Ninguno, si se observan costumbres ancestrales", se respondió.

Sin embargo, ese era un momento en el que las mujeres romanas tenían más poder que nunca antes, aunque fuera detrás del trono.

De todas las dinastías imperiales romanas, la Julio-Claudia fue la primera y la más larga, extendiéndose desde el año 27 a.C. al 68 d.C.

Gobernaron cinco emperadores varones, pero la línea de sangre pasó por la estirpe femenina: mujeres sin las cuales la dinastía no habría podido existir.

Los emperadores Augusto, Tiberio, Calígula, Claudio y Nerón pueden haber ejercido un poder absoluto, pero la inteligencia, la ambición y la crueldad de mujeres como Livia, Octavia y Agripina la Joven es absolutamente integral en la historia.

Y lo que hace que sus logros sean aún más notables es que estas mujeres operaban en una sociedad en la que las reglas estaban firmemente contra ellas.

Hipocresía masculina

Es imposible hablar de mujeres romanas sin considerar la veneración casi religiosa de los romanos por las virtudes femeninas tradicionales.

La más venerada de todas estas virtudes era la pudicitia, la calidad de la castidad y la pureza sexual, y la capacidad de servir como madre de familia.

Una mujer honorable de virtud intachable mejoraba su reputación y la de su esposo e hijos. César dijo: "Mi esposa ni siquiera debería llegar a estar bajo sospecha".

Por otro lado, la infidelidad masculina era aceptable y la reputación de una esposa se veía reforzada por su disposición a pasar por alto la infidelidad de su marido. Aemilia Tertia, esposa del general Scipio Africanus, fue admirada por ignorar su romance con una esclava.

Por el contrario, una mala esposa podría destruir a un hombre y a su familia sucumbiendo a los vicios del afeminamiento y el lujo, desestabilizando así las finanzas.

El historiador Tácito dijo: "Una buena esposa tiene la mayor gloria en proporción, ya que una mala esposa tiene más culpa".

Y una mujer mala era cualquier mujer que se salía de los límites que su condición le imponía, como la famosa Sempronia quien era ingeniosa, educada y encantadora, además de experta en usar su sexualidad.

El historiador Sallust, disgustado por la forma en que -según él- Sempronia mentía y perseguía a los hombres, moralizó: "No hay nada de menor valor para ella que su virtud y su castidad".

Las mujeres eran consideradas, por definición, poco confiables debido a su susceptibilidad al "lujo" y su inclinación a malgastar dinero en frivolidades.

Una mujer educada entraba en un territorio peligroso: se entrometía en el mundo del hombre, especialmente si abría la boca. Había hasta una palabra despectiva especial para una mujer habladora, una lingulaca.

Asuntos ilícitos

Las actitudes romanas hacia las mujeres son quizás mejor captadas por la famosa frase del poeta Juvenal: "¿Quién cuidará a los guardianes?".

Eso generalmente se considera como una advertencia a las personas con el poder supremo sobre sus guardaespaldas o servicios de seguridad. Sin embargo, el contexto original de la cita fue muy diferente.

Juvenal estaba preocupado por el inextricable "problema" de mantener a las mujeres bajo control. Sus amigos le dijeron que una esposa debería estar encerrada. Él respondió que una mujer probablemente usaría a los encargados de ella para ayudarla a perseguir asuntos ilícitos.

Una mujer que se convirtió en una fuente de horror particular fue la tercera esposa de Marco Antonio, Fulvia, quien participó en la carrera política y militar de su esposo y trabajó efectivamente junto a él.

Para el año 41 a.C., se consideraba que operaban como cónsules conjuntos, un acuerdo impensable en un mundo en el que las mujeres eran excluidas de los cargos políticos. El rostro de Fulvia hasta apareció en monedas.

El historiador Velleius Paterculus culpó a Fulvia por causar tumultus (desorden).

Plutarco dijo que Fulvia no tenía interés en hilar o tejer y que era tan hábil para controlar a Marco Antonio que lo había debilitado, allanándole el camino a la gobernante egipcia Cleopatra (con quien Marco Antonio tuvo un romance en los años 40 y 30 a.C.).

Cleopatra VII se convirtió en la encarnación de la amenaza femenina para el mundo masculino romano.

Ella excitó y horrorizó al gran retórico y estilista de la prosa Cicerón al punto que se quedó casi sin palabras y declaró: "Odio a la reina". El poeta Horacio la desestimó describiéndola como una "loca" rodeada de "eunucos marchitos".

Atacar a Cleopatra se convirtió en una forma de criticar a Marco Antonio mucho después de su caída.

Modelos de virtud

Después de derrotar a Antonio y Cleopatra en el 31 a.C., Augusto, el primer emperador de Roma, quería que las mujeres de su nuevo orden fueran modelos del ideal femenino romano.

La esposa y la hermana de Augusto, Livia yOctavia (anteriormente la 4ª esposa de Marco Antonio), se convirtieron en elementos fundamentales de la imagen del gobierno.

Octavia y Livia fueron asociadas con virtudes divinas, comisionaron obras públicas y simbolizaron las reformas morales de Augusto. Pero no todas las otras mujeres miembros de la dinastía fueron tan complacientes.

La gran crisis de Augusto fue cómo organizar una sucesión en un sistema que no se suponía que existiera.

Habiendo afirmado que había restaurado la República y tras negar haber establecido una monarquía hereditaria, ¿cómo identificar entonces a un sucesor?

Una monarquía en todo menos en el nombre

Su primer plan fue que Marcelo, el hijo de su hermana Octavia, lo sucediera, pero su sobrino murió en el año 23 a.C.

Augusto solo tuvo un hijo, y una hija rebelde llamada Julia que hizo todo lo posible para avergonzar a su padre con su autocomplacencia y sus aventuras amorosas.

Pero fue Julia quien proveyó una solución, pues tuvo dos hijos con el general Agripa, amigo íntimo y encargado de asuntos militares de su padre: Gayo y Lucio, se convirtieron en las mayores esperanzas de su abuelo.

No obstante, las muertes de Lucio y Gayo en 2 y 4 d.C. respectivamente pusieron fin a ese plan y Augusto recurrió a Tiberio, el hijo de Livia con su primer esposo.

Esa sucesión en el año 14 d.C. fue la primera Julio-Claudiana por la línea femenina.

Mientras tanto, Julia murió en el exilio, enviada allí por Augusto, quien no podía soportar a una hija con una mente propia.

¿Incesto?

La muerte siguió acechando a los julio-claudianos como una plaga bíblica.

Para el año 37 d.C., cuando Tiberio murió, la única opción realista que quedaba para la sucesión era Calígula.

Descendiente de Augusto a través de su madre, Agripina la Mayor (hija de Julia), y de Octavia y Livia, su derecho de nacimiento lo fijaba sólidamente la línea femenina.

Calígula pasó gran parte de su reinado enojado y loco, pero rehabilitó la memoria de Agripina. Ella había sido brutalmente atormentada y asesinada en el año 33 por Tiberio, quien creía que ella y su familia eran una amenaza para su gobierno.

Calígula también hizo alarde de su relación con sus hermanas, una de las cuales fue la famosa Agripina laMenor. Las historias de incesto abundaban, pero nunca fueron comprobadas.

Cuando Calígula fue asesinado en el año 41 d.C., la Guardia Pretoriana puso a su tío Claudio en el trono.

Claudio no descendía de Augusto. Pero crucialmente, descendía tanto de Octavia como de Livia. Eso fue lo que lo convirtió en la única opción que le quedaba a la Guardia leal.

La esposa de Claudio, Mesalina, también descendía de Octavia.

Pero Mesalina era un desastre. Engañaba a su esposo y supuestamente participaba en orgías, así como en una competencia con una prostituta y finalmente en un intento de golpe de Estado.

Fue demasiado para Claudio, quien la ejecutó en el año 48 d.C.

Lo que sucedió después es casi increíble.

La madre de Nerón

Claudio se casó con su sobrina Agripina la Menor, quien trajo con ella un hijo, Nerón, de un matrimonio anterior.

Nerón tenía un pedigrí estelar. Por la línea de su padre fallecido descendía de Octavia. Por la línea materna descendía de Augusto a través de Agripina la Mayor y Julia. También descendía de Livia.

Agripina la Menor sabía que su camino hacia el poder pasaba por Nerón, así que persuadió a Claudio para que desplazara a su propio hijo, Británico, y convirtiera a Nerón en el heredero.

En el año 54 d.C. Agripina concertó la muerte de Claudio por envenenamiento. Para entonces, ella ya estaba haciéndose pasar por una regente conjunta, apareciendo en monedas junto a él. Asesinó también a sus oponentes y ordenó el asesinato de cualquiera que tuviera un reclamo dinástico.

Cuando el adolescente Nerón sucedió a Claudio, Agripina continuó como antes, decidida a ser una emperatriz por derecho propio. Lo que no tuvo en cuenta fue el resentimiento que Nerón sentía hacia ella por ser tan dominante.

Cuando Nerón se interesó por la glamurosa Popea Sabina, Agripina olió la derrota y le ofreció sexo incestuoso a su hijo en un intento por retomar el control.

Era demasiado tarde y Nerón ordenó su asesinato en el año 59 d.C.

Nerón se casó con Popea Sabina, pero la mató a ella y al hijo que tenía en su vientre en un ataque de ira en el año 65 d.C.

Aparte de algunos descendientes marginales de los Julio-Claudianos, la dinastía había sido aniquilada. Pero si no hubiera sido por las mujeres, nunca habría habido una dinastía en absoluto.

No sería hasta 180 d.C., más de un siglo después, cuando un hijo (Cómodo) nacido durante el reinado de su padre (Marco Aurelio) lo sucedería.

Tendencias de resistencia

Excluidas del poder legal, cada una de estas mujeres encontró diferentes maneras para asegurar sus intereses y los de sus hijos.

Esa exclusión le dio a las mujeres algunas ventajas.

Por ejemplo, era imposible enjuiciar a una mujer por tratar de tomar el poder, de manera que las mujeres podían operar fuera del sistema legal de una manera que un hombre no podía.

Hubo algo que estas mujeres sabían de memoria: nadie les iba a dar poder; tenían que tomárselo.

Así que una mujer romana de estatus dependía en gran medida de lo que ella pudiera hacer a través de su esposo o sus hijos varones.

A pesar de todas las restricciones de la sociedad romana, desafiaron su realidad e hicieron uso de las oportunidades que se les ofrecían como mujeres.

Cambiaron la historia del mundo romano para bien o para mal.

Agripina la Mayor era famosamente "impaciente por la igualdad", dijo Tácito. Pero, su deseo siempre se frustró. Incluso su despiadada hija descubrió al final que el sistema estaba cargado en contra de las mujeres.

Hoy, gran parte de la evidencia que tenemos es el registro sesgado de los historiadores romanos. Conservaron en detalles despectivos cómo el mundo romano percibía a las mujeres y su lugar en la sociedad.

Sin embargo, nada puede cambiar un hecho fundamental. La línea de descendencia femenina fue esencial para la existencia de la primera, la más grande y la más duradera dinastía en la historia romana.

El autor de este artículo, Guy de la Bédoyère, es historiador especializado en la antigua Roma. Sus libros incluyen The Real Lives of Roman Britain (Yale, 2015) y Domina: The Women Who Made Imperial Rome (2018).

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