Durante años los médicos en Estados Unidos hacían pocos intentos de salvar la vida de los bebés prematuros. Pero había un lugar al que los angustiados padres podían acudir: un espectáculo en el parque de atracciones en Coney Island. Allá un hombre salvó miles de vidas y, con el tiempo, cambió el curso de la ciencia médica estadounidense.

En los primeros años del siglo XX, quienes visitaban Coney Island, en Nueva York, podían ver algunas atracciones extraordinarias.

Una tribu de los "pueblos enanos" transportada desde Filipinas, una recreación de la Guerra de los Boers con mil soldados, incluyendo veteranos de ambos lados, así como las vertiginosas montañas rusas.

Pero durante 40 años, desde 1903 hasta 1943, el principal parque de atracciones de Estados Unidos fue también la sede de una verdadera lucha de vida o muerte.

La instalación de incubadoras infantiles de Martin Couney fue uno de los espectáculos más populares de Coney Island.

"Todo el mundo ama a los bebés", decía un anuncio en la entrada.

En el interior, bebés prematuros luchaban por sus vidas, atendidos por un equipo de personal médico especializado.

Una barandilla impedía que los visitantes se acercaran demasiado a las diminutas figuras encerradas en incubadoras.

Ver a los bebés costaba 25 centavos.

¿Por qué exhibían bebés prematuros -que ahora serían atendidos en los departamentos de neonatología- como entretenimiento público?

El hombre que dirigía la exposición era Martin Couney, conocido como "el médico incubadora", y aunque su consultorio estaba en una feria, su trabajo era de vanguardia.

Couney empleó un equipo de enfermeras, nodrizas y dos médicos locales.

En esos tiempos en Estados Unidos, muchos médicos pensaban que los bebés prematuros eran genéticamente inferiores y su destino era una cuestión de Dios. Sin intervención, la gran mayoría de los niños nacidos prematuramente estaban destinados a morir.

Couney fue un inusual pionero de la medicina. No era un profesor en una gran universidad o un cirujano en un hospital universitario. Era un inmigrante judío-alemán, rechazado por la comunidad médica, y condenado por muchos como un autopublicista y charlatán.

Sin embargo, para los padres de los niños que salvó y para las millones de personas que acudieron a ver su espectáculo, era un obrador de milagros.

Las incubadoras que Couney usaba eran de último modelo, importadas directamente de Europa; en ese entonces Francia era el líder mundial en el cuidado de bebés prematuros y EE.UU. tenía un retraso de varias décadas.

El cuidado de los bebés prematuros era caro. En 1903, costaba alrededor de US$15 por día (unos US$400 de hoy) cuidar a cada bebé en las instalaciones de Couney.

No obstante, Couney no le cobraba ni un centavo a los padres por la atención médica.

Todos los gastos los cubría con lo que pagaba el público, que llegaba en tal número que Couney podía pagarle buenos sueldos a su personal, el alquiler del lugar, la compra y mantenimiento de las incubadoras y guardar suficiente para planificar más exposiciones. Con el tiempo, Couney llegó a ser un hombre rico.


Couney consideraba que su trabajo no era sólo salvar la vida de los bebés prematuros, sino también abogar a favor de ellos.

Daba conferencias en las que recitaba los nombres de hombres famosos que habían nacido prematuramente y llegaron a lograr grandes cosas, como Mark Twain, Napoleón, Victor Hugo, Charles Darwin y Sir Isaac Newton.

Mantuvo su instalación durante 40 años en Coney Island y abrió una similar en Atlantic City en 1905, que también funcionó hasta 1943. A largo de los años llevó su show a otros parques de atracciones, a ferias y exposiciones a lo largo y ancho de EE.UU.


Martin Couney 1869-1950

  • 1869 Martin Couney nació en Krotoschen, que en ese tiempo era parte de Prusia.
  • En 1897 exhibió incubadoras en una exposición en Londres y fueron todo un éxito. Unas 3.600 personas asistieron al show sólo en el día de apertura y la revista médica británica The Lancet publicó una espléndida crítica.
  • 1898 emigró a Estados Unidos.
  • 1903 se casó con una de las enfermeras de su equipo, Annabelle Segner, en Nueva York.
  • 1907 su esposa dio luz a una hija, Hildegarde, que nació 6 semanas prematura y con un peso de apenas 3 libras. Más tarde, Hildegarde se entrenó como enfermera y trabajó con su padre.
  • 1950 murió a la edad de 80 años. Su muerte fue marcada con un obituario en el diario The New York Times.

Las técnicas de Couney eran avanzadas para la época: hacía énfasis en la importancia de la leche materna y era riguroso con la higiene.

No obstante, algunos de sus métodos eran poco convencionales.

La mayoría de los médicos del hospital creían que el contacto con los bebés prematuros debía mantenerse al mínimo para reducir el riesgo de infección. Couney, por el contrario, alentaba a sus enfermeras a que sacaran a los bebés de las incubadoras, los abrazaran y los besaran, pues pensaba que respondían bien al afecto.

En su esfuerzo por distanciarse de los shows más monstruosos de Coney Island, Couney puntualizaba que su instalación era un hospital en miniatura, no una atracción de feria.

Las enfermeras vestían almidonados uniformes blancos. Él y los médicos llevaban trajes cubiertos con batas blancas de médico.

El lugar siempre estaba impecablemente limpio.

Couney contrató un cocinero para que preparara comidas nutritivas para sus nodrizas.

Si alguna era sorprendida fumando, bebiendo alcohol o comiéndose un perro caliente, era despedida inmediatamente.

Sin embargo, Couney no dudaba en utilizar tácticas para atraer al público. Le daba instrucciones a las enfermeras de que vistieran a los bebés con ropa varias tallas más grandes para enfatizar lo pequeños que eran. Un gran lazo atado alrededor de sus pañales marcaba aún más el efecto.

A pesar de su trabajo para salvar vidas, organizaciones benéficas, médicos y funcionarios de salud lo acusaban de explotar a los bebés y de poner en peligro sus vidas por tenerlos en un show, que intentaron cerrar varias veces.

Pero a medida que pasaba el tiempo, el historial de Couney de salvar vidas y su evidente sinceridad comenzaron a atraer seguidores del mundo de la medicina convencional.

En 1914, cuando estaba en una exhibición en Chicago, conoció a un pediatra local llamado Julius Hess, que llegaría a ser conocido como el padre de neonatología de EE.UU.

Fue el comienzo de una amistad de toda la vida y una importante relación profesional. Juntos tuvieron una instalación de incubadoras de bebés en la Feria Mundial de Chicago de 1933 a 1934.

Algunos médicos comenzaron a enviarle a los bebés que nacían en los hospitales a Couney, un reconocimiento tácito de la calidad de la atención que ofrecía.

En una carrera que abarca casi medio siglo afirmó haber salvado a cerca de 6.500 bebés con una tasa de éxito del 85%.

Los hospitales estadounidenses se tomaron su tiempo en establecer sus propias instalaciones específicas para los bebés prematuros. La primera que se inauguró en la costa este fue en Nueva York en 1939.

Hasta entonces, las mejores mentes médicas en Nueva York no habían podido llegar a un modelo viable para salvar a esos bebés vulnerables. Sin embargo, 40 años antes, un joven inmigrante de Europa con poca experiencia había hecho precisamente eso.

Hoy en día el legado de Couney ha sido reexaminado por los médicos y muchos de los "bebés" de Couney hablan con orgullo en su defensa.

Carol Boyce Heinisch nació prematuramente en 1942 y fue llevada a la exhibición de Couney en Atlantic City, Nueva Jersey.

"Martin Couney era un hombre increíble. Debería ser famoso por lo que hizo. Salvó a miles de nosotros", dice mientras que de su cuello cuelga el collar de identidad hecho de bolas color rosa, con su nombre en cuentas blancas, que le pusieron en el show de la incubadora.

"Nadie más estaba proponiendo hacer nada para salvarme", dice otro de los bebés, Beth Allen, quien nació tres meses prematura en Brooklyn en 1941.

Cuando un médico le sugirió a sus padres que la llevaran a Coney Island, su madre se negó, diciendo que su hija no era "un monstruo".

Couney fue personalmente al hospital y convenció a sus padres de que le permitieran cuidarla.

Cada Día del Padre, sus padres la llevaban a visitar a Couney. Cuando murió, en 1950, asistieron a su funeral.

"Sin Martin Couney yo no habría tenido una vida", dice.

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