"Fue la peor pesadilla de mi vida".

Así describió Liz Carlson el hallazgo de 145 ballenas varadas y moribundas en una remota playa de Nueva Zelanda.

La bloguera estadounidense estaba haciendo una caminata de cinco días con su amigo Julian Ripoll en la isla Stewart cuando se toparon con esta escena desoladora.

Habían planeado una travesía por la extensa playa desierta. En medio de la excursión, descubrieron al grupo de ballenas al borde de la muerte.

"Fue uno de esos momentos en que te quedas boquiabierto", le dijo Carlson a la BBC.

"Llegamos a la playa al atardecer y notamos que había algo en la costa. Cuando nos dimos cuenta de que eran ballenas, dejamos todo y salimos corriendo hacia ellas".

Carlson había visto antes ballenas, pero "nada puede prepararte para eso, fue espantoso", recordó.

Ambos trataron de encontrar la manera de ayudarlas y las empujaron hacia el mar.

"Pero pronto te das cuenta de que no hay nada que puedas hacer. Son demasiado grandes", dijo.

Entonces buscaron desesperadamente otras formas de ayudar.

Las Stewart son unas islas remotas. Están en la costa de la Isla Sur de Nueva Zelanda. Pero las playas donde la pareja estaba caminando son aún más remotas.

Hacía dos días que no veían a ninguna otra persona, pero sabían que a unos 15 km había una caseta donde solían encontrarse expertos en conservación.

Sin señal en sus teléfonos móviles, tenían la esperanza de que hubiera una radio en la caseta y Ripoll se fue corriendo hasta allá en busca de ayuda.

Carlson se quedó sola, en medio de la vasta playa repleta de ballenas agonizantes.

"Nunca me olvidaré de su llanto, de la forma en que me miraban mientras me sentaba junto a ellas en el agua, de cómo trataban desesperadamente de nadar, pero su peso las hacía hundirse aún más en la arena", escribió en Instagram.

"El corazón se me hizo pedazos".

Carlson descubrió que en el grupo había una ballena bebé y trató de empujarla hacia el agua. En este caso, lo logró.

"Hice todo lo que pude para empujarla al agua pero volvía a quedarse varada", le contó a la BBC.

"Después de que Julian se fue, me quedé sentada con la ballena bebé".

"Puedes sentir el miedo en los animales por la forma en que te miran", dijo.

A Carlson no le quedó otra opción que esperar. "Sabía que, inevitablemente, morirían", escribió Carlson.

Unas horas más tarde, Ripoll llegó con un grupo de guardabosques. Ellos podían evaluar la situación, pero durante la noche no había nada que pudieran hacer.

Se fueron al campamento para dormir. Cuando volvieron a la playa al día siguiente, la situación había empeorado.

La marea había bajado y las ballenas estaban ahora sobre la arena seca. Algunas ya habían muerto y otras desfallecían en la playa, bajo un sol abrasador.

"Tenían lágrimas en los ojos", contó Carlson. "Parecía que estaban llorando y hacían sonidos tristes".

Era evidente que ninguna de las ballenas iba a sobrevivir.

Para mover a una ballena hacen falta unas cinco personas y en esta remota playa no había nadie para ayudar. Solo unas cien personas viven en la isla.

Por esta razón, los guardabosques decidieron sacrificar a las que aún seguían vivas.

El Departamento de Conservación de Nueva Zelanda dejará sus cuerpos donde están para dejar que la naturaleza siga su curso.

Aún no está claro por qué se encallaron en la playa. Es común que una quede varada, pero sucesos tan masivos son extraños, señaló el organismo.

Una posible explicación es que el grupo de animales se confundiera por la inclinación de esta playa, o que sufrieran alguna enfermedad.

Las ballenas piloto son animales muy sociables, por eso es posible que "si una ballena perdió su rumbo y quedó varada, sus compañeras se acercaran para tratar de ayudarla".

Publicidad