A primera vista, un hierro caliente no parece tener mucho en común con un bloque de hielo. Pero los dos objetos tienen la misma capacidad de causarnos dolor.

Tanto el calor como el frío extremo pueden provocar una sensación muy desagradable en la piel humana.

el cerebro gestiona esas sensaciones de manera similar.

A menudo, pensamos que la piel -y sus nervios- es la principal responsable del sentido del tacto, pero lo que los biólogos llaman "somatosensación" abarca varios sentidos.

Por supuesto, existe el tacto en sí mismo, o el reconocimiento de los estímulos mecánicos de la piel.

Pero también está la propiocepción, que es la habilidad para sentir la orientación y posición del cuerpo. Y la nocicepción, la habilidad para detectar estímulos nocivos.

Sentir dolor es la respuesta del cuerpo a la nocicepción.

A correr

Ya sea mecánico, químico o termal, el estímulo doloroso nos motiva a escapar.

Si colocas tu mano sobre una llama, la sensación de ardor que se provoca en tu cuerpo hace que la retires inmediatamente.

Puede resultar desagradable, pero el dolor es una prueba de que tu cuerpo trabaja duro para mantenerte a salvo.

Si pierdes la habilidad de sentirlo, tendrás un verdadero problema.

"El principio básico", dice el neurobiólogo de la Duke University, EE.UU., Jörg Grandl, "es que las neuronas sensoriales que se proyectan a través de tu cuerpo tienen una serie de canales que se activan con temperaturas frías o calientes.

Con el estudio de ratones genéticamente modificados en los últimos 15 años, los investigadores han podido demostrar que esos canales -proteínas incrustadas en las paredes neuronales— están directamente implicados en la sensación de temperatura.

El que mejor se conoce se llama TRPV1 responde al calor extremo. No se suele activar hasta que no se alcanzan los 42 grados centígrados, que tanto en humanos como en ratones se considera dolorosamente caliente.

Una vez que tu piel alcanza ese umbral, el canal y el nervio completo se activan, y se transmite una señal al cerebro con un simple mensaje: ¡Ay!

También con el frío

"Para el frío, en principio, se aplica el mismo mecanismo", explica Grandl.

La diferencia es que la proteína en cuestión se llama TRPM8 y, en lugar de reaccionar al frío extremo, se activa al exponerse a temperaturas frías, pero no dolorosamente frías.

Esas dos proteínas -sumadas a la TRPA1, una de las menos comprendidas por los expertos- permiten que la piel detecte una serie de temperaturas y que el cuerpo responda en consecuencia.

Y como son nociceptores, su trabajo es ayudarte a evitar ciertas temperaturas.

¿Cuánto es muy caliente? ¿Y cuánto muy frío?

Los investigadores han definido los límites térmicos en los cuales los receptores TRP se vuelven activos, pero eso no significa que no puedan sufrir variaciones.

Por ejemplo, una ducha tibia se siente demasiado caliente si la piel está quemada por el sol.

"Eso se debe a que la inflamación de la piel sensibiliza el canal TRPV1", dice Grandl, asegurando que el umbral desciende cuando esos nervios comunican la sensación de dolor al cerebro.

Pero la temperatura no es lo único que activa esos receptores. También lo hacen algunas plantas.

Tal vez no sorprenda saber que la TRPV1, que se activa con el calor extremo, también reacciona con la capsaicina, un componente de las guindillas.

Y la TRPM8 responde a la energía refrescante del mentol, un compuesto químico que se encuentra en las hojas de menta.

Así que ya lo sabes: el hecho de que sudemos cuando comemos jalapeños no se debe a ninguna propiedad inherente en ellos, sino que es resultado del hecho de que tanto la capsaicina como el calor activan los nervios de la piel -y, por lo tanto, el cuerpo- de la misma manera.

*Esta nota fue publicada por primera vez en febrero de 2017 y se actualizó el 23 de julio.

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