En 1669, el alquimista alemán Hennig Brandt recogió orina en grandes cantidades, la metió en enormes cubas y la hirvió hasta que espesó.

A continuación añadió carbón y volvió a calentar la mezcla, sólo que esta vez a una temperatura de más de 1.500 ºC, lo que en sí era un logro asombroso.

El resultado fue un extraño líquido luminoso que ardía ferozmente cuando entraba en contacto con el aire y que Brandt pudo recoger bajo agua, donde mantenía un brillo más tenue.

El material se llamó fósforo -del griego phos, que significa luz, y forein, que significa traer-, y los alquimistas y protoquímicos de toda Europa trataron en vano de copiarlo.

Fue el mismo Brandt quien finalmente, en un momento de descuido cuando alardeaba en un bar, reveló el secreto, que se esparció rápidamente entre sus colegas y competidores.

Fósforo rojo

El hecho de que el fósforo fuera tan inflamable lo hacía un instrumento obvio para prender fuego y velas.

Y, cuando en el siglo XIX, dos empresarios británicos -el químico Arthur Albright y el comerciante John Edward Wilson- desarrollaron un proceso para extraer fósforo de huesos de animales, no fue difícil incorporarlo a la vida cotidiana de la gente.

"Los fósforos no suenan como una industria clave, pero en esa época no podías calentar la comida o el agua, o prender la luz... sin fósforos. Había fósforos en todas partes, en todas las habitaciones y se vendían en todas las esquinas de ciudades y pueblos", cuenta Louise Raw, historiadora social y autora de Striking a light.

El problema era que los fósforos del siglo XIX contenían una pequeña cantidad de fósforo. Fue eso lo que encendió una ahora legendaria disputa industrial protagonizada por las empleadas de una fábrica londinense.

Su huelga sentó las bases del movimiento sindical a nivel global.

Lucifer

"Una de las puntas del fósforo estaba bañado en fósforo blanco. Era lo más peligroso pues el fósforo blanco es tóxico y fatal", subraya Raw.

"Así se hacía el fosforo más popular, apropiadamente llamado Lucifer, dados los efectos secundarios de trabajar haciéndolos".

Lo que hacía que estos fósforos fueran tan populares era que podías prenderlos casi en cualquier lugar: frotándolos contra una pared o la suela de tu zapato... cualquier superficie áspera.

Pero el hecho de que tuvieran fósforo era terriblemente negativo para quienes los producían.

Trabajando en las fábricas, esas personas inhalaban ese vapor día tras día con unas consecuencias horrendas.

"Empezaba con dolor de muela e hinchazón en la cara y la mandíbula inferior".

Se trataba de algo conocido como fosfonecrosis, una enfermedad profesional de quienes trabajaban con fósforo blanco.

"Las mujeres estaban tan desesperadas por no perder el trabajo que lo escondían, usando pañoletas, pues si los capataces se enteraban, las despedían, pues no querían casos de fosfonecrosis en sus libros", cuenta Raw.

"Lo que pasaba luego era que la mandíbula empezaba a descomponerse (necrosis es la muerte patológica de células o tejidos en un organismo vivo), y hay historias de la época que cuentan que lo peor era el olor del cuerpo pudriéndose", describe.

"Enormes abscesos en la mandíbula en los que salían pedazos de hueso (que brillaban con un color blanco-verdoso en la oscuridad). Ni siquiera los familiares aguantaban a los afectados viviendo bajo el mismo techo, así que en las últimas fases de la enfermedad terminaban viviendo en las afueras de la ciudad, con los leprosos".

"No todos morían pero aquellos que sí, tenían hemorragias en el celebro... una muerte horrible".

"Y en esa época lo único que podían hacer era cortar todo lo afectado para parar la enfermedad".

Las condiciones en las fábricas eran terribles: no había ventilación, las horas eran largas y sin descanso.

"Las niñas y mujeres llegaban al trabajo, desenvolvían un pedazo de pan y lo ponían a su lado. Para cuando tenían tiempo de comérselo las partículas de fósforo que estaban en el aire ya lo habían impregnado. Y como eran pobres, tendrían huecos en sus encías de dientes perdidos por donde el veneno entraba fácilmente al hueso".

Bryant & May era entonces la principal firma de fabricantes de fósforos para el Imperio británico.

Era un negocio enormemente importante, que literalmente encendía las chimeneas y velas desde Londres hasta Calcuta y Sídney.

"Estaban muy bien conectados con los políticos de la época. Es por eso que incluso cuando otros países, prohibieron el fósforo blanco, Reino Unido no lo hizo, hasta bien entrada la década de 1910: el gobierno no quería enfrentarse a Bryant & May, pues sus ganancias eran demasiado importantes para la Economía".

La fuerza laboral en sus fábricas de fósforos consistía mayormente de mujeres y especialmente niñas, la mayoría inmigrantes irlandesas pobres, cuyos compañeros trabajaban en los puertos o en los proyectos de ingeniería del Londres victoriano.

Pero las condiciones se deterioraron tanto en 1888 que desafiaron el poder de esos empresarios.

Y ganaron.

La huelga de las fosforeras de 1888

Todo empezó con el despido de tres chicas muy populares que fueron acusadas de contribuir a un artículo de la periodista radical Annie Besant titulado "La esclavitud de blancas en Londres", que criticaba las condiciones laborales en la fábrica.

La protesta contra los despidos se convirtió rápidamente en una revuelta contra esas condiciones y las fosforeras fueron ganando apoyo a medida que el público se fue enterando más y más sobre la realidad de sus vidas.

Bryant & May intentó romper la huelga amenazando con trasladar la fábrica a Noruega o traer empleados de Glasgow.

El director gerente, Frederick Bryant, usó su influencia en la prensa. Su primera declaración fue ampliamente difundida.

'Sus empleados mintieron. Las relaciones fueron muy amistosas hasta que los forasteros socialistas los engañaron. Él paga salarios por encima del nivel de sus competidores. Las condiciones de trabajo son excelentes ... Planean demandar a la Sra. Besant por difamación".

Pero nada intimidaba a Besant, quien ya tenía a un grupo de fosforeras que habían renunciado organizando la protesta.

Además, llevó a 50 de las huelguistas al Parlamento.

"Las chicas eran astutas: les contaron a los parlamentarios sus experiencias. El ver a un grupo de mujeres pobres ahí era impactante. Una de ellas, que tenía 12 años, se quitó su tocado y mostró que no tenía pelo, pues cargaba fósforos en su cabeza desde su infancia", señala Raw.

"Esas visitas al Parlamento realmente cambiaron las cosas. Convencieron a los parlamentarios de que estaban diciendo la verdad, así que ordenaron una investigación independiente".

"La opinión pública también cambió y hasta los diarios se pusieron del lado de las empleadas".

Se creó además un fondo, con contribuciones de simpatizantes tanto de la clase media como de la baja. Se les pidió a las huelguistas que se registraran para la asignación de pago de huelga de acuerdo a lo que se necesitara.

"Bryant & May seguía diciendo que era mentira. Sin embargo, en poco tiempo, por la vergüenza de los políticos liberales y los clérigos que aparecían en la prensa identificados como accionistas, todo se volvió en su contra", relata la historiadora.

En cuestión de tres semanas, tras grandes marchas y mítines, Bryant & May aceptó casi todas las demandas de las mujeres.

Las madres del movimiento

El impacto de esta huelga en particular fue sorprendente

"Yo he estudiado la influencia de huelgas antes y después de esta y la incidencia de protestas se dispara no sólo en Londres sino en toda Inglaterra, en Escocia, Gales e Irlanda", señala Raw.

"Empleados a los que no se les había permitido sindicalizarse -los más pobres y explotados- hicieron huelgas para exigir mejores condiciones. Y cientos de miles de personas se unieron a sindicatos".

La huelga de las fosforeras fue un catalizador vital para el 'nuevo sindicalismo'. Fue reconocido abiertamente por los líderes de la huelga portuaria un año después, en 1889, cuando John Burns hizo un llamado a decenas de miles de huelguistas diciendo: "Manténgase codo con codo. Recuerden a las fosforeras que ganaron su lucha y formaron un sindicato".

Las fosforeras les demostraron a los trabajadores que era posible unirse solidariamente en los sindicatos y tener éxito en sus demandas de salarios y condiciones razonables.

Los sindicatos nacieron en Reino Unido y, para Raw, "las fosforeras fueron las madres del movimiento sindicalista".

Respecto al peligro del fósforo blanco, para la década de 1930 había desaparecido de los fósforos.

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