La noche de La Habana se colaba por las ventanas del Chrysler negro con un vapor premonitorio.

Afuera, la ciudad dormía la última hora del 11 de octubre de 1960; pero dentro del auto, Julio Lobo, el hombre más rico de Cuba, el "rey del azúcar", no sospechaba que esa calle cercana al puerto lo llevaba al encuentro más definitivo de su vida.

En realidad, más que al encuentro era a la noche; mejor dicho, a un instante de esa noche, poco después de que el Chrysler negro aparcara frente a la oficina del Banco Nacional de Cuba.

Con su pie renco subió hasta la oficina que había empezado a ocupar unos meses antes el nuevo "ministro presidente" de la banca, Ernesto Guevara.

Lo había citado allí para un encuentro de urgencia en plena madrugada.

Se sentaron frente a frente, entre lomas de papeles, envueltos en una nube densa de bocanadas de tabaco.

De un lado, el comunista de boina, austero y febril, el calco del "hombre nuevo"; del otro, el reducto postrero de la patricia burguesía insular, el último símbolo del capitalismo cubano.

"Fue un momento único: se encontraron la Cuba de antes y después de 1959 y se vio que el destino de una ya estaba sentenciado", le cuenta a BBC Mundo John Paul Rathbone*, autor de The Sugar King of Havana: The Rise and Fall of Julio Lobo, Cuba's Last Tycoon (El rey del azúcar de La Habana: ascenso y caída de Julio Lobo, el último magnate de Cuba)*.

Guevara fue breve.

Le dijo que no había espacio para el capitalismo en la nueva sociedad; pero lo invitó a pasarse a su lado. Le propuso que asumiera el mando de lo que ya era su reino: le pidió que dirigiera la industria azucarera de Cuba.

A cambio, Lobo podría quedarse con la mansión donde vivía y con el usufructo del Tinguaro, uno de sus 14 centrales azucareros, su preferida.

El resto de ellos, más sus almacenes, refinerías, la corredora de azúcar, su agencia de radiocomunicaciones, su banco, su naviera, la aerolínea, la empresa aseguradora, la compañía petrolera? pasarían de forma apremiante "al pueblo", es decir, a la "Revolución".

Lobo tragó en seco. No respondió al momento. Le pidió que le diera unos días para pensarlo.

A la mañana siguiente, cuando llegó a su oficina, le pidió a su secretaria que le ayudara a apilar algunos papeles fundamentales, que luego formarían el archivo que aún conservan sus descendientes en Florida.

"Es el fin", se cuenta que le dijo.

Dos días después, cuando el avión levantó vuelo rumbo norte desde el aeropuerto al este de La Habana, Lobo vio perderse en el mar, por última vez, "la isla que más amó".

El ascenso

Había llegado a Cuba a los dos años, procedente de Caracas, donde nació en 1898. Su familia, unos judíos sefarditas, se habían asentado allí por un tiempo tras un largo periplo que los llevó desde Holanda y España, hasta Portugal y Curazao.

"El padre hace fortuna en Cuba y a Julio, como casi todos los hijos de las personas acomodadas, lo envían a estudiar a Estados Unidos. Luego regresa a Cuba y es cuando comienza a construir su imperio del azúcar", cuenta Rathbone.

En su libro Cuba, la lucha por la libertad, el historiador Hugh Thomas estima que, para 1958, Lobo controlaba casi 405.000 hectáreas de los terrenos de Cuba, una isla estrecha en la que la superficie de cultivo no supera actualmente las 700.000.

De sus centrales salían casi 4 de los 6 millones de toneladas de azúcar que la isla producía al año.

"Cuba y el azúcar en ese momento eran el equivalente hoy de Arabia Saudita con el petróleo. Desde La Habana se controlaban los precios del azúcar en el mercado mundial. Y detrás de esos precios estaba Julio Lobo", añade Rathbone.

Con los ingresos del azúcar, el "imperio" de Lobo se extendió incluso a la banca, la industria naviera y la aeronáutica y, según su biógrafo, una de sus metas era intentar sacar el capital estadounidense de la isla.

"Lobo hizo su fortuna dentro de Cuba y la invirtió en Cuba. Compró muchos ingenios que eran propiedades de los estadounidenses porque creía que eran los cubanos quienes debían de tener control del país", afirma Rathbone.

"Son elementos de su vida que muestran que hubo un orgullo nacional entre cierta parte de la burguesía cubana, que tenía también un gran patriotismo. Eso mata muchos de los clichés que han proliferado sobre lo que era la burguesía y los cubanos de antes de la revolución", agrega.

Cinco años después de huir de Cuba y asentarse en Nueva York, de especular en la bolsa, de hacer una nueva fortuna y volverla a perder casi completa, Lobo entendió que era tiempo para un nuevo exilio.

"Especular en los mercados financieros era algo que sabía hacer muy bien y, cuando se marcha de Cuba, fue un rey en Wall Street también por un tiempo. Pero luego se arruinó nuevamente y es entonces cuando decide marcharse a España", indica Rathbone.

Muchos años antes, había enviado una cuantiosa donación a su admirado general Francisco Franco para ayudar a los soldados del frente a derrocar a los republicanos y, un tiempo después, también mandó dinero a la Sierra Maestra, para ayudar a los rebeldes que lideraba Fidel Castro.

La cima

Para mediados de siglo XX, Lobo era la mayor fortuna de Cuba (algunos la estiman en unos US$4.000 millones actuales) y, también, una especie de leyenda para los chismorreos cotidianos.

Pese a ser un hombre austero y cuidadoso de su vida privada, sus viajes al extranjero, sus nuevas adquisiciones o sus amoríos con estrellas de Hollywood (desde Esther Williams hasta Joan Fontaine) era comidilla frecuente de la siempre indiscreta Habana.

Con los años, se fue haciendo de una de las bibliotecas más grandes de Cuba y atesoró, además, la más completa colección de arte napoleónico que existe fuera de Francia, que iba desde una muela hasta un mechón de pelo y un reluciente orinal de Napoleón.

Según varios historiadores, su pinacoteca incluía cuadros de Rafael, Miguel Ángel, Da Vinci y decenas de óleos y grabados de Goya.

En 1946, unos gánsteres le espetaron 3 tiros en circunstancias nunca aclaradas: uno lo dejó cojo, los otros dos le levantaron parte de los huesos del cráneo.

Faltaban aún 17 años para que lo perdiera todo y 40 para que su cadáver fuera colocado en una discreta cripta en la catedral de La Almudena, en Madrid.

Pero, según cuentan los que lo conocieron, solía decir que los verdaderos disparos no los había recibido aquella noche, sino otra, varios años después: una calurosa madrugada de octubre, la penúltima que pasó en La Habana.

La decadencia

En la mañana después de su partida, el 14 de octubre de 1960, el imperio de Julio Lobo comenzó a deshacerse pieza a pieza como un nebuloso castillo de naipes.

Las autoridades castristas, que le habían extendido un día antes el salvoconducto que le permitió cruzar a Nueva York, tomaron posesión de sus bienes en nombre de la revolución.

Sus textos sobre el azúcar-la más completa colección existente en Cuba-, junto al resto de sus centenares de libros, fueron enviados a la Biblioteca Nacional.

Las miles de reliquias y objetos que atesoraba del general francés fueron también confiscados y muchos de ellos todavía se exhiben en el Museo Napoleónico de La Habana, una vieja mansión que estuvo cerrada por años por filtraciones y derrumbes y que muchos cubanos desconocen y casi ninguno visita.

Las pinturas y esculturas de su colección son las que integran actualmente la mayoría del acervo del Museo Nacional de Bellas Artes de La Habana, pero otras, las más valiosas, como las obras de Miguel Ángel, Da Vinci, Rafael y otros pintores de renombre, nadie sabe a dónde fueron a parar.

Sus casas y propiedades son actualmente destartaladas cuarterías o ministerios y la mayoría de las centrales que le confiscaron fueron demolidas cuando bajó el precio del azúcar en el mercado mundial y ahora son ruinas en medio de olvidados bateyes.

Cuba, que lideró durante décadas el comercio azucarero mundial, batalla ahora para poder producir 1 modesta tonelada al año y, desde hace más de una década, se ha visto en la necesidad imperiosa de importarla desde Brasil, Colombia e, incluso, de Francia.

En La Habana -y en casi en cualquier otra provincia- solo los más viejos recuerdan a estas alturas quién fue Julio Lobo. Su memoria se desvaneció en el tiempo, como su fortuna, sus cuadros y el viejo pasado de la "isla del azúcar".

*John Paul Rathbone es uno de los invitados al Hay Arequipa, un encuentro de escritores y pensadores que se realiza en esa ciudad peruana entre el 8 y el 11 de noviembre.


 

Publicidad