Durante gran parte de su vida como prostituta en Nueva Zelanda, Sabrinna Valisce hizo campaña para que se despenalizara el comercio sexual.

Pero cuando esto ocurrió, cambió de parecer y ahora argumenta que los hombres que usan los servicios de las prostitutas deben ser castigados por la ley.

Su historia se la contó a la BBC la escritora Julie Bindel, autora de "The pimping of prostitution: Abolishing the Sex Work Myth" (El proxenetismo en la prostitución: Aboliendo el mito del trabajo sexual).


Cuando Sabrinna Valisce tenía 12 años, su padre se suicidó. Esto cambió su vida por completo.

Dos años después su madre volvió a casarse y la familia se mudó de Australia a Wellington, la capital de Nueva Zelanda, donde la vida de la adolescente fue lamentable.

"Era muy infeliz", dice Valisce. "Mi padrastro era violento y yo no tenía nadie con quien hablar".

Ella soñaba con convertirse en una bailarina profesional y comenzó a dar clases de ballet durante la hora del almuerzo en su colegio. Y se hicieron tan populares que un conocido grupo de danza, Limbs, fue a dirigir las lecciones.

Pero pocos meses después se encontró prostituyéndose para sobrevivir.

Un día camino a su casa desde la escuela un hombre le ofreció NZ$100 (US$72) a cambio de sexo.

"Yo llevaba el uniforme escolar así que no había confusión sobre mi edad", cuenta.

Valisce utilizó el dinero para huir a Auckland, una ciudad de la Isla Norte, donde se registró en un hostal del YMCA.

"Traté de llamar a alguien y pedirle ayuda desde la caseta de teléfono que estaba fuera del hostal, pero la línea estaba ocupada. Así que esperé", dice.

"La policía se detuvo y me preguntó qué estaba haciendo. Les dije: 'esperando para usar el teléfono'".

Los oficiales le indicaron que no había nadie usando el teléfono así que no había necesidad de esperar. "Pensaron que yo estaba haciéndome la lista", contó ella, y recordó cómo no parecieron entender lo que trataba de explicarles.

"Me registraron buscando condones porque pensaban que era una prostituta, porque el YMCA está detrás de la calle Karangahape, la infame zona roja", explicó.

"Irónicamente, eso fue lo que me hizo pensar en que esa era una forma de obtener dinero".

"La policía me asustó pero sabía que pronto viviría en la calle si no conseguía dinero. Y en cuanto me empujaron contra la pared para registrarme y amenazarme, supe que no había ninguna diferencia entre si lo hacía o no".

Valisce se dirigió a la calle Karangahape y le pidió consejo a una mujer que trabajaba allí como prostituta.

Esta le señaló dos callejones en los que podría trabajar.

"También me dio un condón, me dijo cuáles eran las tarifas básicas y me aconsejo que hiciera a los hombres luchar por los servicios que yo estaba dispuesta a ofrecer, para evitar que lucharan por los servicios que no quería ofrecer", recordó.

"Fue muy buena conmigo. Era samoana, demasiado joven para estar trabajando en la calle y estaba claro que ya llevaba allí mucho tiempo".

En 1989, después de dos años ofreciendo sus servicios en la calle, Valisce visitó el Colectivo de Prostitutas de Nueva Zelanda (NCPZ) en Christchurch, una ciudad a 300 kilómetros al sur de la capital, Wellington, en la costa este de la Isla del Sur.

"Yo buscaba algún apoyo, quizás dejar la prostitución, pero todo lo que me ofrecieron fueron condones", dice.

También la invitaron a las reuniones que celebraban cada viernes en la noche, en las que servían vino y queso.

"Comenzaron a hablar sobre lo malo que era el estigma contra los trabajadores sexuales y cómo la prostitución era un trabajo como cualquier otro", rememora.

De alguna forma eso la hizo aceptar más lo que estaba haciendo.

Se convirtió en la coordinadora del salón de masajes del colectivo y en una entusiasta simpatizante de su campaña para la despenalización de todos los aspectos del comercio sexual, incluido el de los proxenetas.

"Sentía que estaba a punto de ocurrir una revolución. Estaba muy emocionada sobre cómo la despenalización podría mejorar las cosas para las mujeres", afirma.

La despenalización llegó en 2003 y Valisce asistió a la fiesta de celebración que se realizó en el colectivo.

Pero Sabrinna pronto se vio desilusionada.

El Acta de Reforma de la Prostitución permitió a los burdeles operar como empresas legítimas, un modelo que a menudo había sido presentado como la opción más segura para las mujeres en el comercio sexual.

En Reino Unido, el Comité de Asuntos Internos del Parlamento ha estado considerando varios enfoques para el comercio sexual, incluida la total despenalización.

Pero Valisce asegura que en Nueva Zelanda la despenalización fue un desastre y que sólo benefició a los proxenetas y los clientes.

"Pensé que iba a ofrecer más poder y más derechos para las mujeres", afirma. "Pero pronto me di cuenta de que ocurrió lo contrario".

Un problema fue que esto permitió a los dueños de los burdeles ofrecer a los clientes transacciones "todo incluido", en las que podían pagar una cantidad acordada para hacer cualquier cosa que deseaban con la mujer.

"Una cosa que se nos prometió que no ocurriría fue el 'todo incluido'", afirma Valisce.

"Porque eso significaba que la mujer no iba a ser capaz de determinar el precio o los servicios sexuales que iba a ofrecer o rehusarse a ofrecer, lo cual era la base principal de la despenalización y sus supuestos beneficios".

"Estupefacta"

Valisce, de 40 años, fue a solicitar empleo a un burdel en Wellington, y quedó estupefacta con lo que vio.

"Durante mi primer turno vi a una niña que regresaba de un trabajo de acompañante. Había había tenido un ataque de pánico. Temblaba, lloraba y era incapaz de hablar".

"La recepcionista le estaba gritando, diciéndole que regresara a trabajar. Tomé mis pertenencias y salí de allí", recuerda.

Poco después le contó al colectivo de prostitutas en Wellington lo que había visto.

"¿Qué estamos haciendo sobre esto?", les preguntó. "¿Estamos haciendo algo para obtener ayuda?".

La "ignoraron totalmente", dice. Así que abandonó el colectivo.

Hasta entonces la organización había sido su única fuente de apoyo, un lugar donde nadie la juzgaba por trabajar en el comercio sexual.

Pero cuando trabajaba como voluntaria allí comenzó su trayecto para convertirse en "abolicionista".

"Uno de mis trabajos en el NZPC fue buscar todos los recortes de prensa. Una vez leí sobre alguien que hablaba de llorar y no saber porqué. Fue cuando salí de allí (del comercio sexual) cuando entendí esos sentimientos".

"Había pasado por ellos y durante años (pensé): 'no sé lo que ocurre ni por qué me siento así'. Me di cuenta de ello al leerlo".

Ese fue un punto sin retorno para Valisce.

Dejó la prostitución a principios de 2011 y se mudó a la costa de Queensland, Australia, buscando una nueva dirección para su vida.

Pero estaba confundida y deprimida.

Cuando su vecina trató de reclutarla para prostitución en internet, se negó con cortesía.

"Sentía que tenía la etiqueta de 'puta' en la frente. ¿Por qué me lo preguntó a mí? Ahora sé que la única razón fue que era mujer", asegura.

Valisce empezó a conocer a otras mujeres en internet, a feministas que estaban en contra de la despenalización que se describían a ellas mismas como "abolicionistas".

Contra proxenetas y clientes

El modelo abolicionista, que también está siendo considerado en el Reino Unido, penaliza a los proxenetas y a los clientes pero despenaliza a la persona que se prostituye.

Valisce estableció un grupo llamado Feministas Radicales Australianas y pronto la invitaron a una conferencia organizada en la Universidad de Melbourne el año pasado.

Era el primer evento abolicionista que se celebrara en Australia, donde muchos estados han legalizado el negocio de burdeles.

La propia Melbourne ha tenido burdeles legales desde mediados de 1980, y aunque hay mucho apoyo vocal para el sistema, también hay un movimiento creciente en contra de éste.

"El comienzo de mi nueva vida". Así describe Valisce la época en la que se convirtió en una feminista que hacía campaña contra el comercio sexual y comenzó a sentirse liberada de su pasado.

"Primero me liberé emocionalmente, después físicamente. Y al último intelectualmente", afirma.

Después de la conferencia Valisce fue diagnosticada contrastorno de estrés postraumático.

"Fue el resultado del tiempo que pasé en la prostitución. Me había afectado mucho pero logré cubrir los efectos", señala.

"Toma mucho tiempo sentirse completa nuevamente".

Para Valisce, la mejor terapia es trabajar con mujeres que entienden lo que es trabajar en el comercio sexual, y con aquellas que hacen campaña para exponer los daños que conlleva la prostitución.

También está determinada a asegurarse de que las mujeres que a menudo permanecen calladas por sus abusadores tengan una voz.

"Mi objetivo no es atrapar a la gente en la industria o decirle a las mujeres que salgan del trabajo", afirma.

"Pero quiero marcar la diferencia, y eso significa manifestarme todo lo posible para ayudar a otras mujeres".

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