Cuando cae la noche en el aeropuerto Changi de Singapur se va formando una fila para tomarse una fotografía con una "vieja estrella".

La gente deja sus bolsos en un banco y posa para la foto.

Unos sonríen, otros saltan, y hay quienes incluso bailan. Mientras suben sus fotos a Instragam, la celebridad continúa impasible.

Hasta que, de repente, se escucha un ruido. Es el momento que tantos han estado esperando.

Los viajeros apuntan sus cámaras y la estrella comienza su última actuación.

En rápida rotación, Kuala Lumpur se convierte en Colombo, Brunei en Tokio, y una decenas de ciudades se transforman sonoramente en otras.

Eileen Lim y Nicole Lee ni siquiera van a volar. Vinieron aquí especialmente para ver el tablero que anuncia las salidas.

"Ver cómo giran los números es algo terapéutico", dice Lim, una maestra de Singapur. "Amo ese sonido".

Cada vez que viene a la Terminal 2, Lim toma una foto del tablero. Pero ahora está diciéndole adiós.

En menos de tres horas, el tablero, como muchos otros en distintos aeropuertos del mundo, desaparecerá.

Ineficientes

Como atestigua las fila de la Terminal 2, este tipo de tableros es popular. Son un recordatorio romántico de la llamada edad de oro de los viajes aéreos; un menú del mundo; un accesorio de época para la era de Instagram.

Para ponerlo de otra manera: nadie está esperando para sacarse una foto con el tablero digital del fondo.

Pero como la mayoría de los objetos de tecnología antigua, estos tableros son ineficientes. Son difíciles de actualizar y de mantener. No muestran frases completas. No tienen publicidad.

Cuando Changi anunció el "retiro" de sus tableros, argumentaron que las piezas eran cada vez más difíciles de encontrar.

Los tableros de Singapur, instalados en 1999, desaparecieron, como cientos de otros desde Budapest, en Hungría, hasta Baltimore, en Estados Unidos.

No hay una lista de cuántos han sobrevivido, pero diseñadores coinciden en que son una especie en extinción.

Incluso la compañía que los hacía, Solari di Udine, ya no se los vende a aeropuertos.

Diseño premiado

Solari di Udine fue fundada en 1725 en una pequeña ciudad del norte de Italia.

La empresa se especializaba en relojes para torres.

Después de la II Guerra Mundial, la compañía empezó a trabajar con el diseñador Gino Valle.

Él y Remigio Solari desarrollaron un letrero con cuatro solapas, cada una de ellas con diez dígitos, que era perfecto para dar la hora.

El diseño que hoy nos es tan familiar ?con números blancos sobre un fondo negro? ganó el prestigioso galardón Compasso D'Oro en 1956.

Ese mismo año, Solari vendió su primer cartel móvil a la estación de tren de Lieja, en Bélgica.

Con ayuda del inventor belga John Myer, el diseño evolucionó a cuatro solapas, que, igual que los relojes, giraban impulsadas por un motor.

Ya capaz de mostrar palabras además de números, el tablero Solari estaba listo para conquistar el mundo.

La empresa vendió "miles" de tableros a aeropuertos y estaciones de tren, dice su directora de marketing, Katia Bredeon, incluso en mercados difíciles.

"Cuando había reglas de protección económica en Japón, el único producto que usaba tecnología no japonesa era el tablero Solari", dice.

Italia, líder en diseño

Solari no era el único fabricante, del otro lado de la cortina de hierro, por ejemplo, la compañía checa Pragotron hacía productos similares. Pero, al igual que con la marca Hoover, los italianos se volvieron sinónimo de diseño.

A pesar de que la compañía sigue siendo líder en la industria y todavía vende tableros a aeropuertos y estaciones de tren, estos ahora son electrónicos.

Aún con el avance de la tecnología, el tablero de Gino Valle no ha muerto. De hecho, este diseño italiano está teniendo una suerte de renacimiento.

Mientras que algunos aeropuertos aún conservan su tablero Solari, estos son por lo general piezas de museo que siguen ahí por inercia o por Instagram.

En Australia, por ejemplo, hay tres en los salones de primera clase de Qantas en Sídney y en Melbourne.

"Casi les ponen un vidrio encima, pero el sonido es importante", dijo la compañía en 2016. "A nuestros clientes les gusta escucharlos además de verlos".

Negocio en expansión

Hoy día es más probable que los encuentres fuera de los aeropuertos que dentro de ellos

Solari di Udine los vende a "tiendas, restaurantes, museos y hoteles". Otros también están aprovechando esta nostalgia.

En 2013, seis ingenieros que trabajaban juntos en la Universidad de Drexel, en Filadelfia, fundaron Oat Foundry, una compañía que fabrica "cosas mecánicas interesantes para marcas y empresas".

Tres años después, los contactó un restaurante de comida rápida que quería mostrar su oferta "de forma no digital, sin que los clientes tuvieran que estar bañados en esa luz azul".

El cliente sugirió "un antiguo tablero de las estaciones de tren" y, después de cuatro meses de investigación, crearon un prototipo.

El producto era una mezcla de antiguo y nuevo.

Poco después de publicitar su producto por internet, consiguieron un segundo cliente: el equipo de béisbol Chicago Cubs.

"Y ahí nos dimos cuenta de que habíamos dado con algo", dice Jeff Nowak, director de marketing de la empresa.

Ahora tienen "miles de miles de módulos" en "casi todos los continentes".

Nostalgia

¿Pero por qué siguen siendo tan atractivos?

"Depende de a quién le preguntes", señala Nowak.

"Los más funcionales aman el sonido que marca el cambio de información. Pueden seguir con los ojos en el periódico y solo necesitan levantar la vista cuando es necesario".

"Para aquellos que viven en una ciudad con un tablero original, el sonido les trae a la memoria el pasado. El clic clic representa la anticipación del viaje".

"Y para las generaciones que no lo asocian con el pasado, es el movimiento análogo lo que les llama la atención".

El año pasado, el último tablero Solari fue retirado de la red de trenes Amtrak en Filadelfia, EE.UU. Hubo una campaña para que no lo hicieran. Más tarde lo colocaron en un museo.

Para Nowak, es un recordatorio de que la gente no siempre quiere adoptar la tecnología del siglo XXI.

"Uno imprimiría y enmarcaría una carta escrita a mano o a máquina de Tom Hanks", dice.

"¿Pero imprimirías y le pondrías un marco a un email de él? La tangibilidad de la experiencia tiene su valor".

 

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