Los residentes de un suburbio de, Novosibirsk, la capital de Siberia, Rusia, se jactan de decir que la calle con más inteligencia en el mundo pasa por su arboleada comunidad.

La amplia avenida que atraviesa el taiga, o bosque siberiano, tiene el nombre de Mijaíl Lavrentyev, un matemático que estableció la versión soviética de Silicon Valley durante la Guerra Fría.

Para mantenerse a la par con los estadounidenses, el Kremlin construyó Akademgorodok -que significa literalmente "aldea académica"- unos 3.200 kilómetros al este de Moscú, lejos de distracciones y ojos curiosos.

Con el paso de los años, se convirtió en el hogar de decenas de miles de científicos soviéticos que fueron atraídos con ofertas de rápido ascenso y mejores condiciones de vida para que investigaran de todo, desde física nuclear hasta hidrodinámica.

Ahora, 60 años después de su fundación y más de dos décadas desde el colapso de la Unión Soviética, Akademgorodok continúa innovando, a pesar de una fuga de cerebros y las batallas legales que enfrentan algunos de sus más exitosos empresarios.

Más de 20 institutos de investigación -la mayoría de estos en edificios de concreto de cuatro pisos- se encuentran parcialmente escondidos entre los árboles.

Pero también hay brillantes centros comerciales y un restaurante de hamburguesas siberianas, señales de los lejos que ha llegado Akademgorodok desde 1991, cuando cayó la Unión Soviética y los científicos aeroespaciales se encontraron en aprietos.

"Los científicos ganaban entre US$5 y US$10 al mes", recuerda Irina Travina, la directora de la asociación local de empresas de tecnología informática.

"Nos dimos cuenta de que, para sobrevivir, tendríamos que abandonar el país y encontrar un lugar donde pagaran más o tratar de vivir en nuestro propio país por otros medios".

Muchos se fueron hacia laboratorios investigativos y empresas tecnológicas en Estados Unidos y Europa Occidental.

Travina, una programadora del Instituto de Automatización y Electrometría, fue una de las que se quedó.

Fundó una compañía de software que hoy en día cuenta con clientes en 30 países.

Visita de Putin

Inspirado en una visita al centro tecnológico de India, en Bangalore, el presidente de Rusia, Vladimir Putin vino a Novosibirsk, en 2005, prometiendo ayudar al desarrollo de los parques tecnológicos rusos.

En el proyecto se invirtieron US$250 millones -la mitad del gobierno y la otra de medios privados- con la meta de acelerar las empresas tecnológicas actuales e incubar nuevas.

Ahora, más de una década después, el parque tecnológico alberga más de 250 compañías con 5.000 empleados.

El edificio emblemático de Academpark, que comprende dos edificios inclinados de color naranja y conectados por un puente elevado, se alza por encima del bosque aledaño.

Las empresas exitosas incluyen una firma de nanotecnología, OCSiAl, un fabricante de láser de precisión, Tekhnoscan y una compañía de software bancario, CFT.

Sin embargo, a pesar de la inversión gubernamental y los logros de las compañías individuales, el comentarista local Alexei Mazur dice que Akademgorodok se ha convertido casi todo en una comunidad residencial de lujo para Novosibirsk.

Con la pérdida de su original razón de ser científica, la comunidad atrae residentes con su ambiente silvestre y excelentes escuelas.

"La Unión Soviética requería de la ciencia porque necesitaba la bomba atómica, el programa espacial y el prestigio internacional", comenta Mazur. "Para el actual gobierno, la ciencia no es una prioridad".

Aun así, Akademgorodok ha preservado su identidad como una comunidad fuertemente unida de gente muy inteligente.

Por eso es que muchos residentes quedaron pasmados cuando una fábrica de purificadores de aire, Tion, fue allanada y su fundador de 35 años, Dimitri Trubitsyn, fue puesto bajo arresto domiciliario en junio.

Los investigadores acusan a Trubitsyn de vender purificadores de aire falsificados a cientos de hospitales en toda Rusia y buscan enjuiciarlo en un caso que implica prisión.

Los amigos y colegas de Trubitsyn, incluyendo el director del Academpark, Vladimir Nikonov, se han unido a darle apoyo.

Si Trubitsyn es condenado, no sería la primera vez que una exitosa empresa podría encontrarse con nuevos dueños luego de un turbio proceso legal que termina en una compra hostil.

El mismo éxito de estas compañías las puede hacer vulnerables.

"Ese tipo de eventos suceden de cuando en vez en Rusia", dice Nikonov. "De manera que no puedo descartar la posibilidad de que alguien haya tomado interés en la compañía".

Travina, la directora de la asociación empresarial local, es más franca.

"Es casi 100% certero que este caso tendrá efectos terribles sobre el clima local de inversión e innovación", advierte ella.

Alexander Lyskovsky, un oriundo de Akademgorodok que fundó Alawar, una empresa de juegos, en 1999, parece menos preocupado.

"Nadie nos está impidiendo que hagamos nuestro trabajo y ganemos dinero vendiendo a todo el mundo", expresa.

"Beholder", uno de los productos de Anwar recientemente lanzados, toma lugar en un mundo orwelliano donde los jugadores deben espiar a sus vecinos y reportarlos a las autoridades.

Pero Lyskovsky insiste en que no está interesado en política. Sólo quiere vender juegos.

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