Es cierto que no se debe juzgar un libro por su portada, pero en ocasiones hay títulos que te cautivan por alguna de varias razones.

En este caso, fue la intriga.

"Tiempo de magos" define inmediatamente en su subtítulo cuál es el período al que se refiere.

1919 - 1929, un fascinante paréntesis en la historia que empieza con muchos finales y termina con muchos principios.

Pero, ¿cuál fue su magia?

1919

El más obvio de esos finales es el de una guerra que, a pesar de no ser de lejos la primera que había vivido Europa, provocó un horror singular que marcó un antes y un después.

"La llaman 'la Gran Guerra' con razón", señala, en conversación con BBC Mundo, el autor de la obra, el filósofo Wolfram Eilenberger.

"Fue la primera guerra completamente industrializada", apunta Eilenberger, al reflexionar sobre el enfrentamiento que finalizó el 11 de noviembre de 1918 tras cobrar la vida de unos 9 millones de combatientes y 7 millones de civiles, uno de los conflictos más mortíferos de la historia.

"Fue anónima. La idea de lo que significaba el heroísmo fue totalmente destruida por la manera en la que se tuvo que pelear y la forma de matar".

La gran pérdida

Para el derrotado mundo germanohablante, el cual habitaban los cuatro protagonistas de "Tiempo de magos", fue una catástrofe en más de un sentido.

"Llevó a una crisis política, a una crisis económica, pero más que todo, a una crisis cultural, que puede ser descrita como el colapso de la narrativa predominante, aquella de la Ilustración, que aspiraba a la civilización del ser humano por medio de la cultura, la ciencia y la tecnología.

"En la matanza masiva de la Primera Guerra Mundial, ese ideal perdió credibilidad... era totalmente inverosímil.

"Cuando la gente regresó, no sólo había perdido la guerra sino también su visión del mundo", subraya el filósofo.

La magia

Ese final del concepto que se tenía de la realidad fue el principio de una gran década para la filosofía, pues el desmoronamiento de fundamentos que se creían sólidos suele dejar un vacío que se empieza a llenar de interrogantes en busca de una nueva verdad.

"Hay momentos en la vida en los que nos vemos obligados a hacernos las preguntas básicas y fundamentales y 1919, históricamente hablando, fue uno de esos momentos. Había una gran crisis política y cultural, y ese es un momento para la filosofía".

Pero, ¿hay espacio en la profundidad de ese abismo para la magia que conjura Eilenberger?

"En cierto sentido, la magia no debería tener nada que ver con la filosofía, pues trata de engañar a la gente con trucos y los filósofos deben hacer lo contrario.

"Pero hay un tipo de magia cotidiana en la filosofía pues los filósofos describen el mundo que conocemos -o creemos conocer- de formas nuevas, así que hacen magia con palabras.

"Los filósofos que son los héroes en mi libro tienen la capacidad de hacer que nuestro mundo vuelva a ser extraño de maneras muy productivas. Ese es el tipo de magia que me parece buena cuando se trata de filosofía y literatura".

Los magos

Un sinónimo de mago es taumaturgo, que viene del griego thaumatourgós y significa 'que hace maravillas' o 'cosas asombrosas'.

Los taumaturgos que actuaron en ese escenario de entreguerras fueron Ludwig Wittgenstein, Walter Benjamin, Ernst Cassirer y Martin Heidegger, y son dignos de ese título pues "una vez que lees a cualquiera de los cuatro verás el mundo de otra manera".

"Ellos lo transforman, lo convierten en algo distinto y hasta asombroso", asegura el escritor.

Y en ese momento era urgente que lo hicieran pues el mundo mismo estaba cambiando de una manera desconcertante, aunque también fascinante, y no sólo por los estragos de la guerra en el alma y la mente de la gente.

Sigmund Freud había expuesto una nueva teoría sobre lo que es la mente humana y hasta qué punto nuestros propios nos son asequibles; Albert Einstein había revolucionado el tiempo y el espacio, y los había descrito de una nueva forma; Friedrich Nietzsche había contado una historia totalmente distinta sobre lo que significaba ser un ser humano moral.

"Todo eso sacudió el sistema y dejó en evidencia que las cosas no podían continuar como antes, que había que buscar y encontrar un nuevo marco de referencia.

"Estos cuatro pensadores asumieron el reto de enfrentarse a esa la pregunta más básica y fundamental que un ser humano puede hacerse: qué es el hombre" (traducción al siglo XXI, por si te hace ruido: "qué es el ser humano").

Era la misma pregunta que se había hecho el influyente filósofo Immanuel Kant más de un siglo atrás, y su respuesta se había convertido en ese fundamento cosmovisivo que en 1919 estaba tambaleando.

"Es un interrogante que usualmente surge ante la sensación de que nada tiene sentido, y Wittgenstein, Benjamin, Heidegger y Cassirer tuvieron que hacer acopio de todo su valor para asomarse a ese abismo de sinsentido absoluto y ver que no había nada.

"Las respuestas que usualmente se le daban a esa pregunta se habían vuelto vanas, así que tuvieron que reinventar un sentido, y se convirtieron en los padres fundadores de la filosofía contemporánea", explica Eilenberger.

1929

Davos, esa "La montaña mágica" en los Alpes suizos que inspiró al escritor alemán Thomas Mann, fue, en 1929, la sede de un encuentro que pasaría a la historia entre Heidegger y Cassirer. El tema fue precisamente esa tremenda pregunta: "Qué es el hombre".

El final de esa década de crisis, creatividad y cuestionamiento estaba próximo y durante ella "se habían podido ver, oler, palpar las tensiones y los peligros que se materializarían en la década siguiente".

Sin embargo, afirma Eilenberger, no era necesario que eso sucediera.

"Es muy importante que sepamos que no existe la necesidad histórica (aquello que naturalmente se deriva de la conexión interna del fenómeno social y, por lo tanto, obligatoriamente tiene lugar). Se tomaron malas decisiones pero la historia podría haber sido completamente distinta.

"La belleza de los años 20 es que fue una época tan rica culturalmente que no se puede reducir a preludio de una catástrofe: tenía la posibilidad de haber sido el preludio de algo absolutamente maravilloso".

Pero ni los filósofos ni los pensamientos son suficientes para evitar catástrofes.

"No es una casualidad que tres de estos cuatro filósofos -Wittgenstein, Benjamin y Cassirer fueran judíos. Y Heidegger (asociado al nazismo), cuya filosofía era muy amplia y rica, aunque peligrosa, es una muestra de que se puede ser un pensador grande, siendo un ser humano pequeño".

Esa pregunta, años después

Al final, pasó lo que pasó.

La Segunda Guerra Mundial trajo sus propios horrores y volvió a sacudir nuestra comprensión de qué es ser humano.

"Mi cultura -la cultura alemana- nunca se recuperó de la pérdida que significó la expulsión y el exterminio de los judíos", declara Eilenberger.

En 1945, el italiano Primo Levi, un sobreviviente del Holocausto, se preguntó "Si esto es un hombre".

El relato fue escrito en respuesta a lo que Levi describió como una necesidad que, entre las víctimas de los campos de concentración, asumió "el carácter de un impulso inmediato y violento": contarle a los demás lo que había ocurrido.

Su intención fue "proporcionar documentación para un estudio sereno de algunos aspectos del alma humana".

Para Eilenberger, eso es filosofía.

"La filosofía es y puede ser en muchos casos literatura y a veces encontramos más filosofía en obras literarias -como las de Primo Levi u, hoy en día, el estadounidense David Foster Wallace- que en tratados de filosofía".

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