Como estadounidense, me inculcaron desde pequeño la importancia de estar feliz. O, al menos, de pretender estarlo.

Es una forma de pensar que representa el emoticono feliz -del que dicen que fue inventado en Estados Unidos en 1963- y también expresiones vacías como "tenga un buen día".

En Portugal nadie te dice que tengas un buen día. A nadie le importa si tienes un buen día porque lo más probable es nadie lo tenga.

Si le preguntas a un portugués qué tal está, la respuesta más entusiasta que puedes esperar es mais ou menos (más o menos).

Es difícil no darse cuenta de la la cultura melancólica de Portugal. La ves impregnada en las expresiones de la gente e incluso en las estatuas de las plazas de poetas taciturnos de Lisboa.

Portugal es un país triste y ocupa el puesto 93 de la lista de 157 países (justo detrás de Líbano) según el último Informe Mundial de la Felicidad de Naciones Unidas.

Pero no sientan pena por los portugueses. Ellos están contentos con su descontento y, de una forma extraña pero inspiradora, lo disfrutan de verdad.

Es fácil asumir que los portugueses son masoquistas, pero cuando uno pasa tiempo en ese país enseguida se da cuenta de que tienen mucho que enseñarnos sobre la belleza escondida e incluso el placer de la tristeza.

Nostalgia placentera

La "tristeza alegre" de los portugueses se resume en una sola palabra: saudade.

No existe en ningún otro idioma y es intraducible; cada portugués que conocí me lo aseguró, antes de explicarme su significado.

Saudade es un anhelo doloroso hacia una persona, lugar o experiencia que una vez nos causó alegría.

Es similar a la nostalgia pero, a diferencia de ella, uno puede sentir saudade por algo que nunca sucedió y que, probablemente, nunca lo hará.

La esencia de saudade es un sentido de ausencia, una pérdida.

Saudade, escribe la académica Aubrey Bell en su libro "In Portugal" (En Portugal), es "un deseo vago y constante de algo que no sea el momento presente".

Es posible sentir saudade por cualquier cosa, me cuenta el escritor Jose Prata mientras almorzamos en el bullicioso mercado de Cais do Sodre, en Lisboa.

"Incluso puedes sentir saudade por una gallina, pero tiene que ser la gallina adecuada".

"Incluso puedes sentir saudade por una gallina, pero tiene que ser la gallina adecuada".

Jose Prata, escritor.

Lo que hace a la saudade tolerable e incluso agradable es que es "un sentimiento muy fácil de compartir", explica Prata.

Un día, mientras me tomaba un espresso en la plaza Luis de Camoes, en el centro de Lisboa, conocí a Mariana Miranda, una psicóloga clínica. La persona perfecta, pensé, para explicarme la tristeza alegre de Portugal.

La tristeza es una parte importante de la vida, me contó, añadiendo que no entendía por qué la gente intenta evitarla.

"Quiero sentirlo todo de todas las maneras posibles. ¿Por qué pintar con un solo color?".

Al ignorar la tristeza, me dijo, nos limitamos a nosotros mismos. "Hay mucha belleza en la tristeza".

Otro día conocí a un inspector de policía llamado Romeu. Me dijo que tenía días felices y días tristes y que los recibía a ambos de la misma forma.

Cuando te enfrentas a un portugués infeliz, explicó Romeu, lo peor que puedes hacer es intentar animarlo.

"Estás triste y quieres estar triste. Estás en la oficina y la gente trata animarte y uno piensa: 'No me hagan estar alegre. Hoy es mi día de tristeza placentera'".

Los beneficios de la tristeza

Muchos estudios sugieren que los portugueses están en lo cierto.

Una investigación publicada en 2008 por la revista especializada Journal of Experimental Social Psychology encontró que la tristeza incrementa la memoria.

En los días grises y lluviosos la gente retiene detalles de forma más vívida que en días soleados, dice el psicólogo australiano Joseph Forgas.

Otro estudio afirma que la tristeza facilita la toma de decisiones.

Incluso la música triste tiene sus beneficios.

Investigadores de la Universidad Libre de Berlín, en Alemania, entrevistaron a 772 personas en todo el mundo y descubrieron que la música triste "puede tener efectos emocionales positivos".

Los autores del estudio, Stefan Koelsch y Liila Taruffi, creen que le permite a la gente "regular" sus estados de ánimo negativos.

La música triste potencia la imaginación y evoca "un amplio rango de emociones complejas y parcialmente positivas", concluyeron.

Y los portugueses son especialistas en hacer música triste. En particular, el fado: melancolía hecha música.

La banda sonora de la tristeza

Fado significa"destino" y ahí reside su triste belleza; debemos aceptar nuestro destino, aunque sea cruel, y especialmente si es cruel.

Este género musical se originó hace casi dos siglos en los barrios de la clase trabajadora de Lisboa. Las primeras cantantes eran prostitutas y esposas de pescadores que podían no regresar del mar.

Hoy es la banda sonora de la vida en Portugal. Lo escuchas y lo sientes en todas partes: en la radio, en salas de conciertos y, sobre todo, en las casas de fado.

La mayoría de los cantantes son aficionados. Como Marco Henriques, quien trabaja como agrónomo de día y en un bar por la noche para llegar a fin de mes.

"Puedes tener mala voz y ser un fantástico cantante de fado. El fado nace del corazón", explica.

Unos días más tarde, en la costa de Estoril, al suroeste de Lisboa, me reúno con Cuca Roseta, una popular cantante de fado y una de las pocas que puede vivir de su música.

Prepara cada concierto con un minuto de silencio, una especie de rezo "antes de entregarse", me dice. "Es una música en la que te entregas; es un regalo de tus emociones y es muy íntimo".

Roseta representa a una nueva generación de cantantes de fado. La melodía es tan melancólica como la del fado tradicional, pero las letras son algo más optimistas.

¿Tal vez una señal de que el amor de Portugal por la "tristeza alegre" está comenzando a decaer?

Espero que no.

 

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