Atardecía en Cornualles, la esquina suroccidental de la isla británica, ese día de junio de 1903. El renombrado ingeniero, inventor y empresario signor Guglielmo Marconi sabía que sus señales viajaban mejor cuando se ocultaba el Sol.

Lo había comprobado gracias a sus intentos de enviar mensajes transatlánticos inalámbricos desde ese lugar, su estación en Poldhu, hasta isla Terranova, que hoy es parte de Canadá, que estaba precisamente al frente aunque mucho más allá del horizonte.

Marconi y su asistente recibiendo mensajes en la estación de la isla de Terranova.

Lo había logrado, aseguraba, pero había escépticos.

Se preparaba para dar una función pública que le serviría, como le habían servido otras anteriores, para acallar dudas, cimentar su reputación y hasta maravillar a los curiosos.

Iba a demostrar que sus mensajes no sólo viajaban largas distancias, sino que podía "sintonizar sus instrumentos para que ningún otro que no esté sintonizado de la misma manera pueda interferir con mis mensajes", como le había dicho al diario St James Gazette.

A unos 500 kilómetros de distancia

En el famoso auditorio de la prestigiosa Real Institución de Gran Bretaña en Londres, un distinguido público se había reunido para presenciar la gran hazaña: la recepción de un mensaje enviado por Marconi desde la estación en Poldhu.

El físico e ingeniero eléctrico británico John Ambrose Fleming, considerado como uno de los padres de la electrónica, era el presentador y estaba casi listo para iniciar el evento.

Fleming era muy respetado en las comunidades de los físicos y de los ingenieros eléctricos, pues llevaba 20 años actuando como mediador entre ambas.

Gracias a su magnífica reputación, la sola presencia de Fleming le daba un manto de credibilidad a la ocasión. No por nada, Marconi lo había reclutado como asesor científico de su firma desde 1899.

Cuando Fleming terminó de ajustar el aparato con el que demostrarían la nueva maravilla tecnológica, se hizo un expectante silencio en la sala.

De pronto, se empezaron a escuchar unos golpeteos.

Tap, tap, tap

¿Qué era ese sonido rítmico y repetitivo?

Fleming no se percató de nada, pues no sabía descifrar código morse y tampoco oía muy bien.

Pero su asistente, Arthur Blok, sí, y le extraño notar que se trataba de la misma palabra repetida. Más aún, que la palabra era "rats" (ratas: expresión de desilusión y disgusto).

No obstante, cuando escucho la continuación del mensaje, no tuvo duda de qué estaba pasando.

Pero ¿quién era el responsable?

La transmisión pirata, que incluyó citas pertinentes de Shakespeare, terminó momentos antes de que llegara la señal de Marconi.

Termina la función, empieza la riña

Como Fleming, pocos sabían reconocer el código Morse, de manera que el público se fue del evento contento de haber sido testigo de la transmisión de un mensaje que llegaba desde más allá de lo que veían los ojos (el límite que se asumía entonces) sin conecciones físicas.

Cuando Marconi Y Fleming se enteraron, se pusieron furiosos, y Fleming recurrió a los diarios para denunciar lo que denominó:

No tuvo que esperar mucho. Cuatro días más tarde, el mismo diario The Timespublicó una carta del autor de "tal atropello" en la que se justificaba diciendo que se trató de una demostración necesaria para revelar los problemas de seguridad del sistema para el bien público.

El denominado hooligan era Nevil Maskelyne, un mago interesado en la tecnología inalámbrica que no sólo usaba código morse durante sus espectáculos sino que hacía tres años había logrado enviar mensajes inalámbricos a un globo a 16 kilómetros de distancia.

¿Por qué?

Su problema para seguir avanzando era el de muchos científicos en el naciente campo de la transmisión inalámbrica: Marconi tenía una patente tan amplia que si querías enviar código morse por el aire, necesitabas una licencia del emprendedor italiano.

Marconi, dueño y signior...

Pero ese no era el único móvil del saboteo. Maskelyne había sido contratado por una de las compañías que le temían a la tecnología de Marconi: la Eastern Telegraph Company.

Las firmas de telegrafía con hilos parecían destinadas a ser las grandes perdedoras de la mensajería inalámbrica, pues sus extensas redes terrestres y marítimas de cables, junto con los expertos y flotillas que se encargaban de ellas podían terminar siendo redundantes.

En ese sentido, Maskelyne estaba trabajando en nombre de intereses opuestos a los suyos, pero hay quienes dicen que "el fin justifica los medios".

Quien se enoja, pierde

Fleming siguió ventilando su furia en los diarios; Maskelyne siguió recordándole que lo que importaba eran los hechos.

El incidente y sus secuelas afectaron seriamente la credibilidad tanto de Marconi como de Fleming.

Poco después de lo que se llegó a conocer como el "Maskelyne affair", Marconi dio por terminado el rol de asesor de Fleming en su compañía.

En cualquier caso, Marconi se consagró como uno de los principales impulsores de la radiotrasmisión con y sin hilos, dejó su Ley de Marconi y recibió el premio Nobel de Física en 1909, así como el título de marqués.

Maskelyne, por su parte, es considerado por muchos como el primer hacker de la historia.

Aunque hay quienes opinan que para ser hacker hay que tener un computador, y para ellos ese título se lo merece un francés llamado René Carmille.

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