Como si el tiempo se hubiese atrasado dos años, la tarde-noche santiaguina hubiese recibido de manera perfecta a Coldplay en clave "Ghost stories" (2014). Fría, oscura, como ese disco que retrataba en parte la crisis matrimonial de Chris Martin, el frontman de la banda. Pero apenas los relojes marcaron las 21:01 horas, los tonos grises se tiñeron como arcoiris.

Después de una breve introducción con "O mio babbino caro" de María Callas, dos afortunadas chilenas que se proyectaron en la pantalla central del escenario, presentaron el regreso a Chile de los londinenses después de nueve años.

Puede que Martin, entre rumores de separación y confesiones de ser esta una última etapa, mire su carrera en retrospectiva. Desde el inicio como un gran final. Porque con "A head full of dreams", canción que da nombre a su último disco y a su última gira, explotaron los fuegos artificiales, voló el confeti y se prendieron de rojo las "xylobands" -una pulsera luminosa manejada por un software que cambia sus tonalidades al ritmo del espectáculo- de las 60 mil personas que llegaron al Estadio Nacional. 

Desde allí, un colorido espectáculo que recorre cada hito de su carrera: "The scientist" con Chris Martin solo frente al piano, una envalentonada "Yellow", construida dentro de los vestigios del britpop y "Every teardrop is a waterfall", uno de esos singles que instalaron a Coldplay como número estelar y multitudinario dentro del circuito musical.

El show es enérgico, con su vocalista hablando cada palabra en español. Y con la banda que completa el guitarrista Jon Buckland, el bajista Guy Berryman y el baterista Will Champion, realizando un circuito que empieza en el escenario principal, pero que después de "Paradise" -donde entran los láseres y un epílogo electrónico- se traslada hacia la pasarela con "Everglow" y "Magic", para regresar al plató central al ritmo de "Clocks".

Y en un guión donde la espectacularidad le resta emoción a la escena, aparece la épica de "Fix you" y "Viva la vida", con Champion tocando el bombo y apoyando en el coro que ya es parte del ADN del pop.

Y entremedio, una versión sobria de "Heroes" del fallecido David Bowie -el titán de la música que nunca quiso colaborar con ellos-. Pantallas blanco y negro en señal de luto que no duran demasiado, porque "Adventure of a lifetime" devuelve el color y regala una decena de globos gigantes que se mueven sobre el público.

Nuevamente Coldplay se mueve hacia afuera del escenario principal, ahora para alcanzar un tercer hito en medio de la cancha general, reivindicando la inutilidad de las ubicaciones VIP para un show tan multitudinario.

Y por primera vez el cuarteto se siente más libre y menos maqueteado. Primero con un cover de Johnny Cash y luego con Martin y su mejor amigo Jon cantando "Don't panic" -solicitada a través de Instagram por una fanática que mostró su video/mensaje en la pantalla central-, donde el guitarrista cantó por primera vez, llevándose las bromas del líder: "Eres un milagro".

El final de Coldplay se acerca, entre los fuegos artificiales, la melancolía de "Up&up" y, segundos antes, la esperanza en el futuro en "A sky full of stars".

Chris Martin ha utilizado los últimos años de la banda como un diario de vida. Quizás ahora cierre el libro y abra otro. Al menos, en el primero, tendrá un capítulo espectacular con el nombre de Chile entre sus líneas.

 

Publicidad