¿Quiénes eligen a los ganadores de los concursos más prestigiosos? ¿Son los jurados de los premios representativos de las sociedades donde se otorgan? ¿Qué pesa más en esos certámenes, el valor del trabajo bien hecho o la rentabilidad a futuro de las caras condecoradas? ¿Por qué es tan uniforme la apariencia de los laureados? Estas preguntas se dejan oír desde hace años y no solamente en la industria cultural estadounidense. Sin embargo, es allí donde el debate en torno a la homogeneidad de los jueces y los galardonados ha sido más estruendoso y, aparentemente, productivo. Como muestra, un botón: las protestas por la ausencia de actores no blancos entre los nominados al Oscar en 2016 propiciaron la inclusión de artistas negros este año. No obstante, la diversidad del talento digno de ser reconocido no se limita a dos tonos.

#OscarSoWhite

Todo comenzó con un mensaje de video publicado en Facebook el 18 de enero de 2016, el día en que se honra la memoria del líder afroamericano Martin Luther King: “Suplicar por reconocimiento o respeto, o incluso pedirlo, es algo que nos resta fuerza y valor”, escribió Jada Pinkett Smith. “Y nosotros tenemos fuerza, no debemos olvidarlo”, agregó la actriz, refiriéndose a los artistas afroamericanos de Hollywood. El motivo de su comentario: la Academia de Artes y Ciencias Cinematográficas que entrega la estatuilla dorada conocida como Oscar no había nominado a un solo actor negro en el período 2015-2016.

Considerando que su esposo, Will Smith, estaba entre los que aspiraban a competir por el laurel, no faltó quien la acusara de ser una voz parcializada. Pero otros consideraron que su reproche era relevante: cuando Pinkett Smith anunció que no acudiría a la ceremonia de entrega de los Oscar, el célebre director Spike Lee y otras estrellas de Hollywood apoyaron su boicot pacífico y contribuyeron a que la etiqueta #OscarSoWhite se popularizara dentro y fuera de la red social Twitter.

El club de los viejitos blancos

En 2016, la Academia de Artes y Ciencias Cinematográficas estaba integrada por cerca de seis mil miembros provenientes de todas las ramas de la producción cinematográfica, desde productores hasta maquilladores. A ella sólo puede acceder quien haya sido nominado al premio alguna vez y cuente con el respaldo de al menos dos socios. Eso sí, una vez dentro, el puesto es vitalicio. De ahí que los hombres blancos entrados en años estén sobrerrepresentados en ese ámbito. No es una exageración: nueve de cada diez miembros de la academia son blancos y tres cuartas partes son hombres.

La presidenta de la academia, Cheryl Boone Isaacs, que es afroamericana, venía intentando desde 2013 que ésta fuera más representativa del tejido social estadounidense. Las sonoras protestas de 2016 allanaron el terreno para una reforma radical en su seno: se optó por limitar la membresía a diez años, estableciendo que quien participara en película alguna en el lapso de una década perdería su derecho a voto en los Oscar. Además, se elevó el número de electores con la atención puesta, explícitamente, en la diversidad: 638 nuevos miembros fueron admitidos.

#GrammysSoWhite

Pero la Academia de Artes y Ciencias Cinematográficas no era la única que incurría en omisiones flagrantes que terminaron por aguar su propia fiesta. Poco después de la polémica causada por el hashtag #OscarSoWhite, el diario The New York Times señalaba: “Los premios Grammy tienen un problema, al igual que Estados Unidos. Ese problema se llama inclusión. O, mejor dicho: exclusión”. Fue muy criticado el hecho de que la cantante británica Adele se llevara cinco galardones mientras Beyoncé ganaba en dos rubros secundarios de las nueve categorías para las que fue nominada por su disco Lemonade. En Twitter, la etiqueta #GrammysSoWhite se hizo ubicua. La propia Adele se mostró confundida cuando su disco, y  no el de Beyoncé, fue nombrado Mejor Álbum del Año. Los blancos también están sobrerrepresentados en la Academia Nacional de Artes y Ciencias de la Grabación Discográfica.

La meta: mayor heterogeneidad

Los cambios impulsados por Cheryl Boone Isaacs en la Academia de Artes y Ciencias Cinematográficas parecieran haber derivado en una diversificación del talento nominado al Oscar en 2017. Denzel Washington (Fences) y Ruth Negga (Loving) compiten en los renglones Mejor Actor Principal y Mejor Actriz Principal, respectivamente. Por el Oscar a los actores secundarios están optando Dev Patel, Mahershala Ali, Octavia Spencer, Viola Davis y Naomie Harris. Barry Jenkins sobresale como el primer afroamericano en ser nominado simultáneamente en los rubros Mejor Director y Mejor Guionista por la misma película (Moonlight). A esas nominaciones se suman otras en ámbitos técnicos (fotografía y edición). ¿Es esto lo que se buscaba? Hasta cierto punto, sí; pero… ¿dónde quedaron los artistas de otras latitudes? No hay un solo actor latinoamericano nominado al Oscar.

La politización de los premios

En un año en que el presidente estadounidense, Donald Trump, auspicia temores profundos por sus posturas racistas y su lapidario aislacionismo, muchos actores han alzado la bandera contra la discriminación. Mahershala Ali recogió el premio SAG diciendo: “Si algo he aprendido al trabajar en Moonlight es lo que sucede cuando alguien es perseguido: se hunde en sí mismo. Podemos perdernos en las pequeñeces que nos distinguen e ir a la guerra por ellas, o podemos verlas como enriquecedoras”. A eso añadió Ali: “mi madre es pastora protestante, yo soy musulmán… Por supuesto, ella no dio saltos de alegría cuando me convertí hace diecisiete años, pero lo hemos sobrellevado. Nos queremos y todo lo demás son pequeñeces que, simplemente, no importan”.

Está por verse hasta qué punto la entrega de los Oscar en 2017 marcará un hito.

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