Al menos arriba del escenario, las comparaciones con Led Zeppelin poco importan al escuchar a Greta Van Fleet. La experiencia en vivo de la banda de los hermanos Kiszka revive, de manera caricaturesca o no, las viejas glorias del rock and roll.

Si durante la noche de jueves repletaron el Teatro Caupolicán -en un show que agotó todas sus entradas-, la tarde de viernes en Lollapalooza Chile multiplicó las cifras en varios números. 

Porque detrás del cuarteto estadounidense hay una apuesta seductora que, justamente, es la que genera amor y odio (sin puntos medios) en la industria musical. Estos muchachos que no pasan de los 24 años, "disfrazados" de asistente promedio de festival Coachella, y que defienden el espacio rockero en un mundo digital adicto a la música urbana en todas sus variantes.

De hecho, Greta Van Fleet se entromete en ese mismo público: adolescentes a los que alguna vez les hablaron de Robert Plant o Jimmy Page, y que en medio del repertorio repetitivo y voluntario de la música electrónica ven en Jake, Josh y Sam Kiszka una señal de escape.

Hay solos de batería, otros cuantos riffs salvajes de guitarra, la irrupción de teclados psicodélicos y una actitud de desmadre de quienes hacen lo que quieren y alcanzan el éxito sin tomarse muy en serio. 

Quizás el punto más llamativo es ese microsegundo de silencio sorprendente de los asistentes al escuchar la genial interpretación del frontman en "Safari song". Como diciendo "para esto vinimos".

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